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Desde cualquier parte de
la ciudad era fácil llegar a la Botica. Lima entonces tenía sólo ochenta y tres
cuadras o manzanas y podía recorrerse todo su perímetro en catorce mil
novecientos pasos que se contaron en 1619 para cercar Lima con una muralla
según informa el jesuita Gerónimo Pallas.
Pasando la puerta de
entrada se encontraba la sala principal de la Botica con su característico
amasijo de aromas vegetales. Un mostrador, escritorios con balanzas, pesas,
morteros y embudos para preparar a la vista del cliente el
medicamento. Garantía de seriedad. Un nicho de la Virgen María, recuerdo
de qué en aquella época iban de la mano la salud y la espiritualidad basada en
la imagen de la madre, de la mujer, el arquetipo femenino de la divinidad
sanadora. La Botica era un espacio sagrado.
El capítulo IV de la hagiografía de Agustín Salumbrino manifiesta que llegado al Colegio de la Compañía de Jesús en Lima "...formó una buena botica que hasta entonces no habían tenido y plantó las hierbas necesarias para ella".
Los primeros años la Botica atendía a puerta cerrada. Los medicamentos producidos por Salumbrino se destinaban a atender las necesidades de las enfermerías del Colegio de la Compañía de Jesús y de su noviciado. Asimismo a proveer de remedios a las enfermerías de sus haciendas para la atención principalmente de los esclavos africanos, así como para limosnas para ser distribuidas a través de los misioneros de la Compañía a los pobres en los hospitales, en la ciudad o en el pueblo de Indios del Cercado.
La práctica jesuita de distribuir remedios de manera gratuita entre los pobres fue instituida como modelo para la práctica de la compasión a los enfermos por el propio San Ignacio cuando fundó la Archicofradía de los Doce Apóstoles, SS. Dodici Apostoli, en Roma (Lazar, 2005)
Los primeros años la Botica atendía a puerta cerrada. Los medicamentos producidos por Salumbrino se destinaban a atender las necesidades de las enfermerías del Colegio de la Compañía de Jesús y de su noviciado. Asimismo a proveer de remedios a las enfermerías de sus haciendas para la atención principalmente de los esclavos africanos, así como para limosnas para ser distribuidas a través de los misioneros de la Compañía a los pobres en los hospitales, en la ciudad o en el pueblo de Indios del Cercado.
La práctica jesuita de distribuir remedios de manera gratuita entre los pobres fue instituida como modelo para la práctica de la compasión a los enfermos por el propio San Ignacio cuando fundó la Archicofradía de los Doce Apóstoles, SS. Dodici Apostoli, en Roma (Lazar, 2005)
La medicina misionera constituyó un pilar fundamental en la labor evangelizadora de la Compañía de Jesús entre indios y africanos. Refiere el padre Gerónimo Pallas, testigo presencial que en la epidemia de sarampión o viruela de 1618 salieron del Colegio muchos hermanos cirujanos y que tenían práctica en saber curar enfermos llevando medicinas y cosas de botica por distintos caminos para asistir a los indios. Todo lo cual tuvo saludables efectos. Estos remedios misioneros eran proporcionados por Agustín Salumbrino desde la Botica de la Compañía de Jesús.
Los superiores de la Compañía de Jesús se veían también en la necesidad de atender pedidos particulares de autoridades políticas o civiles, empezando por el propio Virrey y su entorno en la corte y autoridades religiosas como el arzobispo de Lima. El boticario, hermano Salumbrino, venía de Roma precedido de mucha fama. Estos requerimientos debían ser atendidos para construir y mantener las relaciones de la Compañía. Resultaba difícil que el provincial de la Compañía o el rector del Colegio de San Pablo se negaran a responder a estos ruegos.
Los vínculos que se fueron tejiendo entre Salumbrino y su Botica con el pueblo de Lima y del Virreinato del Perú, a todo nivel social, llevó a que esta se hiciera pública, abriera sus puertas a toda la ciudad, al Virreinato y con el tiempo a todo el mundo. En los tiempos que la administró Salumbrino muchos de dentro y fuera iban a su Botica, como se afirma en el capítulo IV.
Uno de los atractivos del establecimiento era el propio Salumbrino, su humildad, carácter afable, caritativo y pacífico, su destreza en la preparación de medicamentos, las historias que se contaban de su vida en Roma, las visiones que tenía de la Virgen María, los personajes que había frecuentado y la fama de santo capaz de realizar milagros, como se aprecia en varias historias que se narran en la obra.
En su hagiografía de continuo se destaca su rigurosidad, disciplina, laboriosidad y liderazgo lo que se refleja en el orden y pulcritud con la que llevaba la Botica y la enfermería. Fue un personaje notable, quedó en la memoria de muchos agradecidos lo que explica que a poco de su muerte se escribiera un libro sobre su vida. Sin duda vivió confiado y contento de su obra como enfermero y boticario no obstante su diario tratar con el sufrimiento y la muerte así como con la fatiga de estos oficios que tienen que ver más con el lado frágil de la existencia humana.
Como atestiguan los recetarios de la época la Botica de la Compañía era el lugar donde las familias debían abastecerse desde purgantes, curas para tumores y hasta de sustancias para teñirse el pelo o limpiarse los dientes.
Como atestiguan los recetarios de la época la Botica de la Compañía era el lugar donde las familias debían abastecerse desde purgantes, curas para tumores y hasta de sustancias para teñirse el pelo o limpiarse los dientes.
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Entre los parroquianos que atendió estuvo Santa Rosa de Lima que vivía su enfermedad en la casa del contador Gonzalo de la Maza y su esposa María de Uzátegui desde 1614 hasta su muerte en 1627. El hogar del contador en la parroquia de Santa Ana quedaba apenas a dos cuadras de distancia de la Botica y de la iglesia de San Pablo de los jesuitas (hoy iglesia de San Pedro).
Santa Rosa iba con frecuencia a rezar ante la Virgen de los Remedios en la Iglesia de la Compañía de Jesús. Dos de sus confesores más importantes fueron los jesuitas Juan de Villalobos y Diego Martínez.
Según apunta el historiador José Antonio del Busto fue en esta iglesia de la Compañía que María de Uzátegui se encuentra con Santa Rosa para llevarla a conocer a su esposo el contador Gonzalo de la Maza, en cuya casa la Santa viviría los últimos trece años de su vida.
El contador era amigo del médico Juan del Castillo desde 1603. De la Maza en su casa pone en contacto a Santa Rosa con Del Castillo, quien atiende a Santa Rosa desde entonces. El doctor Juan del Castillo estaba estrechamente vinculado a la Compañía de Jesús como se indica en el libro del jesuita Pedro Lozano.
Resulta verosímil que Agustín Salumbrino conociese bien a la Santa y tuviese familiaridad con el doctor Del Castillo con quien debía coordinar los remedios específicos que recetaba para la Santa. Es fácil suponer también que Santa Rosa se aprovisionara gratuitamente de remedios en la Botica para brindar ayuda a los enfermos que asistía.
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En su época dorada y hasta la expulsión de los jesuitas en 1767, en la sala principal había una estantería completa donde se lucían con mucho orden y pulcritud finos botes de cerámica de Talavera de la Reina traídos de España, varios con el anagrama jesuita IHS, la abreviatura del nombre de Jesús en griego, pomos de cristal, de vidrio, barro, cajas de madera y canastas.
Las sustancias, simples y compuestos, en los anaqueles de la Botica superaban el millar. Si los desmenuzáramos serían indeterminables. Se encontraban en la sala principal y en los otros ambientes como la rebotica y almacenes del segundo piso en envases con semillas, hojas, flores, piedras bezoar, minerales, aceites, bálsamos, aguas, colirios, tinturas, emplastos, esencias, grasas, extractos, sales, gomas, jarabes, píldoras, trociscos, espíritus, zumos e infusiones, polvos, entre ellos los famosos provenientes del árbol de la quina para curar la malaria o paludismo. Existían otros productos difíciles de clasificar como el unicornio fósil. Laval piensa que así se designaba al unicornio mineral que habría pertenecido al diente defensivo del mamut. Desde fósiles hasta la materia viva actual y en evolución, las energías y poderes curativos de la Madre Naturaleza se encontraban bien representados en la Botica de la Compañía de Jesús de Lima.
Agustín Salumbrino incorporó a la Botica plantas medicinales nativas cuyas propiedades le eran referidas por otros misioneros, como el padre Bernabé Cobo. La vinculación con el pueblo de Lima no hizo sino enriquecer la información sobre estas plantas y sus usos. Entre ellas estaba la corteza llamada también cascarilla del árbol de la quina, las semillas de calabaza, la quinua, rosa mosqueta, sangre de grado, sauco, aceite de algodón, canchalagua, mastuerzo, castañas, huarango, yareta, maqui maqui, semillas de marañón, ortigas, palo santo, chinchimali, chochos, culantrillo, vira vira, airampo, tara; por mencionar algunos que aparecen en los inventarios de la Botica además de los que trata Bernabé Cobo.
En un recetario colonial que se refiere a la Botica de la Compañía de Jesús se destacan las propiedades desinflamantes de las vainas y de la goma del pequeño árbol oriundo de la tara (Caesalpinia spinoza). Se recomienda comprar en la Botica los polvos de tara para tratar las hemorroides, tumores, pólipos, lavativas para diarreas.
La tara crecía de manera abundante en los cerros alrededor de la ciudad de Lima nutriéndose de solo la neblina invernal ocasionada por la fría corriente de Humbolt en el Océano Pacífico frente a las playas de la ciudad. Un frágil ecosistema llamado de lomas lastimosamente hoy casi perdido. Un santuario natural que al igual que la Botica fueron rapiñados.
En Anexo 3 aparece la relación de plantas que se expendían en la Botica de San Pablo según registran sus inventarios; se encontraban al natural o secas (semillas, hierba, hojas, cogollos, cortezas, savia, resina, goma, raíces, flores, frutos, cáscaras) o en aceites, bálsamos, destilados, esencias, extractos, infusiones, jarabes, polvos, cenizas, sales, en vino, aguardiente o licor, zumos o jugos, ungüentos, conservas, miel y emplastos.
La Quintaesencia o Espíritu de Sal (posiblemente sal común aromatizada con el destilado de sustancias de plantas) para limpiarse los dientes está entre los muchos compuestos que aparecen en los inventarios de la Botica de la Compáñía y que también encontramos en los populares recetarios que promocionaban su venta en la Botica. Este producto formaba parte de la vida cotidiana de los limeños. Vale la Dracma de dicho Espíritu un peso en la Botica de la Compañía y la media cuatro reales, según el recetario.
Muchos de los productos eran elaborados por el hermano Salumbrino en el laboratorio y cocina de la Botica. Allí tenía sus hornos a leña, ollas, molinillo, zarandas, alambiques y otros equipos. Los insumos que usaba provenían en gran parte de las haciendas de la Compañía de Jesús, los mismos que al ser procesados por Salumbrino adquirían un gran valor agregado. Nos referimos principalmente a la miel de caña y azúcar para jarabes y para preservar medicamentos, también se hacía confitería y conservas que se vendían en la Botica. Otro tanto podemos decir de los vinos y vinagres para hacer remedios, aceites de oliva, algodón y linaza.
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La
factura de la Botica de la Compañía descubierta por Sissy Vanessa Chavez Vargas
en los archivos del antiguo Monasterio de Santa Catalina en Arequipa nos
muestra uno de los tantos despachos de medicinas que se hacían desde la Botica
a clientes importantes fuera de la ciudad de Lima.
La nota
de venta de la Botica al Monasterio de las monjas es del 12 de mayo de 1782. La
farmacia continuaba funcionando en el mismo establecimiento y con igual nombre
de Botica de la Compañía, no obstante haber sido expulsados los jesuitas en
1767.
Son
decenas las medicinas consignadas en la factura de la Botica de la Compañía
exhumada por Chavez Vargas en su investigación. Vamos a nombrar algunas
consignando entre paréntesis su composición siguiendo a Enrique Laval: ojos de
cangrejo (carbonato de cal y fosfato cálcico de crustáceos) corales rubios (Corallium
rubrum), confección de alquermes (preparado de cochinillas), preparado de
madre de perlas (contienen carbonato de cal), espíritu de nitro dulce (alcohol
nítrico etéreo), espíritu de sal dulce (éter clorhídrico alcoholizado),
vitriolo (ácido sulfúrico), espíritu de trementina y trementina de Venecia
(esencias que provienen del pino), violetas (flores), extracto de orozuz
(regaliz), palo santo (proviene del árbol), raíz de la China (planta Smilacaceae),
zarzaparrilla (planta), Sen (planta), flor de azufre (azufre purificado), sal
de Inglaterra (sulfato de magnesia), polvos católicos (de la planta Convolvulus
scammonia), jalapa y extracto de jalapa (de la planta Convolvulus
officinalis), rasuras de marfil (de los elefantes), láudano líquido
cidoniado y láudano urinario (opio), bálsamo de copaiba (bálsamo extraído de
árboles del género Copaifera), emplastos de disquilón mayor y menor
(formulaciones en base a óxido de plomo), emplasto confortativo de Vigo
(compuesto de plantas y minerales), emplasto de cicuta (planta Cicuta virosa),
raíz de pelitre (planta Pelitre oficinal), elixir de Paracelso (se
preparaba según diversas fórmulas mezclando vegetales y minerales),triaca
(fórmulas diversas), alcanfor (destilado del árbol del alcanfor), azafrán de
Marte (preparado ferruginoso), mantequilla de cacao (de la planta Teobroma
cacao), mirra (zumo de las plantas Commiphoras), ajenjo (planta), albayalde
(carbonato de plomo), atutía (principalmente óxido de zinc), mercurio dulce
(sublimado del mercurio), minio (óxido rojo de plomo), incienso de Castilla
(gomorresinas de árboles del género Boswelia), ámbar gris (de la
ballena), ungüento de cinabrio y cinabrio nativo (mineral de mercurio),
bayas de laurel (planta), bayas de enebro (conífera Juniperus
communis), goma amoniaca (de la planta Dorema ammoniacum), gutagamba (goma
de plantas de la familia de las clusiáceas), goma elemí (resina de los
árboles Protium icicariba), goma arábiga (de árboles de acacia),
agua estíptica arterial (disolución de sulfato de alúmina, sulfato de zinc y
azúcar cristalizada en agua de llantén).
La
venta al Monasterio de Santa Catalina incluía frascos de lata de varios
tamaños, de cristal, de vidrio, vasijas de paja, botes vidriados, cajas de
cuero entre otros envases. Según las investigaciones de Chávez Vargas la
farmacia del Monasterio era grande y bien surtida.
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La Botica no sólo expedía medicamentos sino también confitería y conservas, producidos con miel de caña, azúcar y otros productos de las haciendas de la Compañía de Jesús. También encontramos venta de manteca de cacao, chocolate, café, especies como canela y vainilla. Asimismo jabón, incluidos los finos de Castilla importados de España, manteca, cera de Nicaragua, esponjas y talco.
Un cuarto entero de la Botica estaba
dedicado a la producción del orozuz o regaliz, Glycyrrhiza glabra,
para endulzar la cascarilla o polvos de la quina, que son amargos, así como
otras sustancias. Al orozuz se le atribuía también propiedades
anti-inflamatorias buenas para el aparato respiratorio y la digestión.
Otro aposento importante de la
Botica era la oficina de Salumbrino, donde recibía a los que con él
iban a negociar. Este era un ambiente privado. Aquí se
realizaban los transacciones económicas más importantes como las ventas al por
mayor a otras boticas, conventos, corte del virrey, gremios, cofradías,
congregaciones o hermandades, a otros lugares tan lejanos como Quito, Santiago
o Argentina; así como de exportación a Europa como fue con la corteza del árbol
de quina. Los negocios en este aposento son los que explican el extraordinario
auge económico de la farmacia más que las ventas hechas sobre el mostrador.
Faltan todavía estudios sobre el movimiento comercial que desarrolló, pero por
las estimaciones que podríamos hacer podría haber superado en margen de
ganancia a los negocios de las haciendas de la Compañía de Jesús. Resta
decir que el Colegio como tal estaba autorizado a tener rentas y posesiones a
diferencia de la Casa Profesa y la Residencia del Cercado
Aposento de Salumbrino
Según la descripción que tenemos de
esta oficina privada, que era a su vez el dormitorio del administrador de la
Botica; tenía su propio mostrador y estantes completos con sus cajones,
armario, banco con respaldo. Era un ambiente pulcro y elegante con cornisa
de madera.
En la Botica, más de un proveedor o
comprador mayorista perdía los papeles, llegaban a gritar e insultar a
Salumbrino, sin que este respondiese a sus agresiones verbales; antes bien
manejaba la situación sin enojo con firmeza, con gran suavidad, sabía cuidar de sus actos y palabras sin mayor esfuerzo. También tenía un gran sentido del humor, por ejemplo al calificar, riéndose, las agresiones verbales como rosas sin espinas. Como leemos de este pasaje su compañero en la Botica no tenía la misma virtud y tuvo que ser contenido por Salumbrino en una ocasión para no irse de manos contra el violento.
“Un
hombre se le descomidió sin causa en la Ciudad de Lima, solo porque le pidió
una cosa que le debía para la botica. La paga fue enfurecerse contra él y
decirle mil injurias. No despegó sus labios el siervo de Dios a tantas afrentas
y teniéndolos por demasía el compañero tomó la mano para responder por él y
refrenar al atrevido. Pero el buen hermano con una boca de risa, rompió
entonces el silencio y no habiendo vuelto por sí, volvió por el injuriador,
diciendo al compañero: Deje hermano que cojamos esta rosas sin espinas que nos
envía Dios por medio de este caballero, con cuyas palabras se refrenó más que
con las severas del compañero. Porque como enseña el Espíritu Santo, la
respuesta blanda quebranta la ira y la áspera y dura enciende el furor”
No todos los superiores de la orden
veían bien que la Botica se hubiera convertido en una próspera empresa.
Prueba de ello es que poco tiempo después de morir Salumbrino, en 1656 el padre
Leonardo de Peñafiel como Provincial del Perú estableció restricciones al
comercio con seglares así como a que estos invirtieran en la Botica, como
seguramente lo venían haciendo. Igualmente prohibía que se involucrara en
grandes operaciones sin previa autorización del Provincial. En 1660 el padre
Andrés de Rada instruyó que se dejara de vender al por menor viéndose en la
necesidad de introducir tantas excepciones a la regla que prácticamente la
disposición resultó inútil, como señala Luis Martín. Lo mismo
debió ocurrir con las limitaciones a la venta de medicamentos a otras
boticas y al control de precios ordenada por De Rada.
En las grandes transacciones el
precio era relativo, estaba en función del volumen de venta, la naturaleza del
trueque, en su caso, y el crédito que se concertaba. Los gastos no solo
eran los ordinarios de cualquier botica sino había que añadirles la subvención
de los remedios que se repartían de manera gratuita como limosna. Es probable
que Peñafiel ni De Rada entendieran de estos temas operativos y pensaran
que era posible manejar un negocio con precios oficiales, sujetos a control del
superior religioso.
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Habiendo entrado Salumbrino en los
sesenta años de edad, las calenturas lo atacaron en Lima. Según cuenta su
biógrafo fue una enfermedad muy grave que le duró muchos días, con fiebres
ardientes y agudos dolores. ¿Sobrevivió gracias a la corteza del árbol de la
quina, cuyas propiedades para entonces ya conocía?
La Botica era el lugar santo donde
la Virgen María visitaba con frecuencia semanal a Salumbrino, según narra el
autor del libro. Estas apariciones son novedosas y se encuentran en pocas
hagiografías de santos como destaca el propio autor del libro. Este último
informa igualmente que San Felipe Neri bajaba del cielo a continuar la
familiaridad que había tenido en vida con Salumbrino. En el libro no se informa
mayormente de la relación entre uno y otro salvo por el encuentro con San
Felipe y San Luis Gonzaga en Roma.
El diablo Chapín moraba también en la Botica. Cuenta el autor del libro que un hermano de la orden que fue asignado como su asistente atestiguó varios sucesos extraños ocurridos en esta oficina, que servía también de habitación. En ocasiones estando él en la Botica, en circunstancias en que Salumbrino se retiraba a su aposento sentía el ruido temeroso que los demonios hacían, que algunas veces era tal que parecía caerle toda la casa. En una oportunidad, temiendo le hubiese sucedido algo, entró a verle encontrándolo arrimado a la cama y con señales de haber padecido mucho. Le preguntó quién había hecho aquel ruido, y quien le había maltratado. A mucha insistencia contestó que el demonio a quien él llamaba Chapín.
Según refiere el autor del
libro los ruidos que hacían los espíritus malignos en su habitación
eran terribles, dando silbos como serpiente, aullidos como perro y bramidos
espantosos. Lo atormentaban con golpes y heridas, arrastrándole y afligiéndole
de varias maneras.
En otro momento, narra su asistente,
sucedió, que estando Salumbrino en oración a la Virgen María, Satanás le
acometió furioso y asiéndolo de los pies dio en él en tierra con tan grande
golpe que casi perdió el sentido y las fuerzas sin poder menearse ni
levantarse. Era invierno y Salumbrino se quedó así en el suelo hasta la mañana
que vino alguien a despertarlo. Lo encontró dolorido, quebrantado y helado con
la fuerza del frío. Llamó a otro compañero y entre ambos le acostaron y
abrigaron haciéndole remedios para reparar sus fuerzas y que no diese fin a su
vida.
Las apariciones del diablo a
diferencia de aquellas de la Virgen María carecen de originalidad y se
encuentran con frecuencia descritas de manera parecida en varias otras
hagiografías de los siglos XVI y XVII. En el
imaginario limeño de ese tiempo muchos diablos con diferentes nombres andaban
por la ciudad como se puede leer en las Tradiciones de Ricardo Palma.
El hagiógrafo no aporta mayores luces sobre como sanó Salumbrino de las calenturas pero sí deja constancia que se reincorporó a sus actividades como enfermero y boticario.
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Por esta misma época, en 1624 siendo
provincial en el Perú el padre Juan de Frías de Herrán y rector de San Pablo
Diego de Torres Vásquez, confesor del Virrey Luis Gerónimo de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón, se recibió en Lima la noticia de los acontecimientos
en Roma del año anterior causados por la malaria.
A los ocho días del mes de julio de
1623, en el verano romano, el papa Gregorio XV murió de la enfermedad. Se
repitió en cierta forma la historia de 1590 en que el mal acabó con
la vida de dos pontífices, el papa Sixto V y a las pocas semanas con
la del electo Urbano VII. A la muerte de Gregorio XV, los cardenales
se recluyeron en un Cónclave para elegir al nuevo papa. Como resultado del encierro,
ocho cardenales y treinta de sus secretarios murieron de malaria. Varios otros
quedaron infectados, incluido Urbano VIII el nuevo papa. Ese año el Plasmodium
falciparum se había vuelto a adueñar de la Cittá Eterna, del destino de su
gobierno y de la Iglesia.
El Virreinato del Perú, Lima, la Ciudad de los Reyes, y sus principales autoridades tampoco estaban libres del flagelo.
Bibliografía
del Capítulo 9
En
adición a la hagiografía de Agustín Salumbrino en este Capítulo 9 hemos
recurrido a la siguientes fuentes complementarias:
-AUTOR
ANÓNIMO, El Médico Verdadero, Lima 1771, publicado por Hermilio Valdizán y
Ángel Maldonado en La Medicina Popular Peruana, Lima, 1922
-DIRECCIÓN GENERAL DE TEMPORALIDADES, documento de 13 de abril de 1768, Inventario y Tasación de la Botica del Colegio de San Pablo,
-DIRECCIÓN GENERAL DE TEMPORALIDADES, Inventario y Tasación de los simples y compuestos medicinales, muebles y utensilios de la Botica del Colegio de San Pablo, 1770, transcrito en La Medicina Popular Peruana de Hermilio Valdizán y Angel Maldonado, 1922
-DIRECCIÓN
GENERAL DE TEMPORALIDADES, Muebles y utensilios de la Botica 1778-1793
-P. PEDRO LOZANO SJ, Historia de la
Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay, 1754
-ABATE BERGIER, Diccionario de
Teología, Tomo 5, Madrid 1832
-ENRIQUE TORRES SALDAMANDO, Los
Antiguos Jesuitas del Perú, Lima 1882
-ENRIQUE LAVAL M, Botica de los Jesuitas de Santiago, 1953
-A.WEAR,
RK.FRENCH E I.M. LONIE (editors) The medical renaissance of the sixteenth
century, Cambridge, Gran Bretaña, 1985
-COMPAÑÍA DE JESÚS, La Iglesia de
San Pedro de Lima, Lima, 1994
-INSTITUTE
OF MEDICINE, Malaria: Obstacles and Opportunities, Washington 1991
-LUIS MARTÍN, La Conquista
Intelectual del Perú, España 2001
-FIAMMETTA
ROCCO, The Miraculous Fever Tree: The Cure That Changed the World, Londres 2004
-DAVID STUART, Dangerous Garden, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 2004
-JUAN ELÍAS, Apuntes (dibujos) de la
Botica del Colegio de San Pablo, 2005
-JOSÉ J HERNÁNDEZ
PALOMO, Misión de las Indias, por el P Gerónymo Pallas, Estudio y
Transcripción, Sevilla 2006
-JAMES
SHAW y EVELYN WELCH, Making and Marketing Medicine in Renaissance Florence
--RENÉ MILLAR CARVACHO, Narrativas Hagiográficas y Representaciones Demonológicas, el Demonio en los claustros del Perú Virreinal, Siglo XVII, 2011
-JOSÉ ANTONIO DEL BUSTO, Santa Rosa de Lima, 2011, de Empresa Editora El Comercio, Lima
-SISSY VANESSA CHÁVEZ VARGAS, La Farmacia del Monasterio de Santa Catalina en Arequipa, monografía
-PÍA PAMELA ARCE BALAREZO, imágenes
3D de la Botica de San Pablo
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