Capítulo 5: EL HOSPITAL DEL ESPÍRITU SANTO


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En las noches de verano y principios del otoño se hacía visible en el cielo romano Sirio, la estrella más brillante de la constelación del Perro. Era el tiempo más temido por la propagación de las fiebres palúdicas. Algunos atribuían al astro ser la causa de las emanaciones malvadas, el mal aire de los terrenos pantanosos.  


Los campesinos en los alrededores de Roma debían trabajar al aire libre, entre los terrenos anegados y por tanto más expuestos a contraer la enfermedad. En cultivos que requerían de trabajos en los meses de julio, agosto y setiembre el riesgo era mayor. Particularmente grave era la situación de aquellos que vivían en el entorno de las Lagunas o Pantanos Pontinos al sur de la ciudad. El papa Sixto V contrajo la malaria supervisando las obras que emprendió para drenar estas Lagunas por salubridad y para ampliar la frontera agrícola de Roma. Murió de la enfermedad sin lograr su propósito.


La malaria en el campo perjudicaba el cultivo de trigo y por tanto la provisión de pan. Cuando se desataba la epidemia de fiebres, los campesinos migraban a la ciudad y decrecía la producción de alimentos con la consiguiente hambruna. 


El principal centro asistencial de Roma al que acudían los campesinos era el Hospital del Espíritu Santo, Ospedale Santo Spirito, lugar al que llegaban en el verano y otoño  afectados de malaria. Hacían largas filas, muchos de los enfermos agonizantes eran cargados en sillas o rudimentarias camillas esperando ser atendidos; muchos morían en el intento. El Ospedale se encontraba a poca distancia  de la torre prisión en que estuvo encarcelado de joven Agustín Salumbrino.

El Hospital se encontraba estrechamente vinculado a la Compañía de Jesús por iniciativa del propio San Ignacio de Loyola a través de la Confraternidad que él ayudaba a financiar (John O´Malley). 

En el Hospital Salumbrino cumplió las múltiples tareas propias de un enfermero. Recibir y dar los primeros auxilios a los pacientes que llegaban. Como saben los lectores el enfermero tienen que lidiar al mismo tiempo con varios problemas de salud del enfermo. Quien llegó con fiebres podría también estar sufriendo de otros males que requieren también de urgente alivio. También debía llevar el registro de recetas, coordinar con la farmacia, ayudar con la dieta de los hospitalizados, controlar el pulso de un paciente con fiebres en alza para tomar las medidas del caso. Asimismo reportar al médico el estado general del enfermo, dolores, apetito y sobre sus excrecencias naturales, lo que con el pulso era importante para el diagnóstico de las fiebres palúdicas y conjeturar sobre la esperanza de vida del infectado.


El Hospital normalmente acomodaba a 150 pacientes, pero en estos meses podía hospedar hasta a 400 enfermos compartiéndose las camas. 


La malaria era el principal problema de salud pública en Roma. Las sangrías, purgas, vómitos y dietas antes que curar muchas veces debilitaban y mataban. Imaginamos la frustración de Salumbrino de presenciar cirujanos practicando sangrías o introduciendo sanguijuelas en los pacientes con fiebres palúdicas.   Hacía miles de años el mal había llegado del Asia y África a Europa y a Roma, ahora se extendía a América. 


El conocimiento y experiencia de Agustín Salumbrino en el tema de la malaria adquiridos primero en Milán, en el norte de Italia y luego en Roma lo convirtieron en un especialista de primer orden sin ser médico. Con relación a la cura de la malaria aprendió que la medicina tradicional no funcionaba. La profesión médica no estaba autorizada entre los jesuitas por regla establecida por San Ignacio de Loyola. En el tiempo que vivió en el Virreinato del Perú probablemente no había otra persona en todo el Nuevo Mundo que supiera más que él  de las fiebres palúdicas.

Salumbrino nunca adivinó la existencia del Plasmodium pero sí como detener su marcha destructiva. Años después enviaría desde la Botica de la Compañía de Jesús en Lima a este Hospital los cargamentos de quina. Es en este lugar en Roma donde se comprobaría la eficacia terapéutica de los polvos de la cascarilla para su distribución por toda Italia y luego a Europa y Asia. 
                                  



                                              Patio interior del Hospital del Espíritu Santo en Roma





                                            Puerta en el Hospital con el emblema del Espíritu Santo


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De 1588 a 1603 Agustín Salumbrino ofició de enfermero y farmacéutico en la Compañía de Jesús en Roma. El trato diario con los enfermos, su permanente disposición a atender y aliviar su sufrimiento así como las largas jornadas de trabajo durante dos décadas lo habían fortalecido física y mentalmente. En una y otra ocupación había afinado su capacidad de estar atento a los mínimos detalles, a los síntomas y los efectos positivos o negativos de una hierba u otra sustancia medicinal. En su lucha contra la muerte quejarse no servía de nada, cuando el resultado no era bueno antes que resignarse nutría su búsqueda. También debió aprender a guardar la debida distancia emocional del paciente para adoptar decisiones con calma no obstante la misteriosa empatía que experimentan hacia el doliente quienes tienen esta vocación

 
En la Botica del Colegio Romano de la Compañía de Jesús se familiarizó con plantas de otros continentes. Las farmacias jesuitas estaban conectadas entre sí con respecto a las plantas y productos medicinales que se encontraban en sus distintas misiones. Era frecuente que los procuradores jesuitas y demás religiosos que venían de las misiones llegaran con semillas o plantas medicinales para el jardín botánico de la Botica. 

 

Salumbrino atendía a los religiosos en las enfermerías y dispensarios, los aprovisionaba de medicinas, surtía las huertas con plantas medicinales, trabajaba en la Botica de la Compañía de Jesús, acompañaba y cuidada en los viajes a los religiosos cuando así se le ordenaba y participaba en las obras de caridad de los  jesuitas en los hospitales de la urbe en especial el del Espíritu Santo. 





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Aconteció que llegó a Roma el padre Diego de Torres Bollo, designado procurador en Roma por la congregación provincial de los jesuitas del Perú en el año 1600. Uno de sus principales encargos como procurador fue el traer a Lima a un enfermero y boticario experimentado, por la gran falta que hacía en dicha importante Provincia. Era necesario además echar a andar la costosa enfermería que se había construido en el Colegio de San Pablo en la capital del Virreinato del Perú.  

Los candidatos posibles en Europa debieron ser varios y todo hace pensar que entre ellos no estaba Salumbrino, no por falta de méritos sino por el interés de los superiores jesuitas de mantenerlo en Roma como señala el manuscrito. 

Cuando el padre Torres Bollo, entonces de cincuenta y tres años de edad, se aprestaba a regresar al Nuevo Mundo cayó gravemente enfermo y fue internado en la enfermería de la Compañía de Jesús en Roma. La enfermedad lo puso al borde de la muerte. 

El enfermero que lo atendió fue Agustín Salumbrino. Cuenta su hagiografía que el padre Diego de Torres después de a Dios a Salumbrino le debió la vida, porque lo curó con gran cuidado, cocinándole, dándole sus medicinas a tiempo así como todo lo necesario para su salud, recuperándose antes de lo previsto.

El padre Diego de Torres Bollo llegó a Roma precedido de sus grandes méritos en las misiones en el Virreinato del Perú. Ya era conocido como  protector de los derechos de los indígenas, de su libertad, salud, vida familiar, cultura y patrimonio frente al abuso del poder español, de los encomenderos e incluso de muchos clérigos. 

Salumbrino recibió de Torres Bollo importante información del Perú. El padre, no obstante su origen español, hacía tiempo se había fusionado con el Nuevo Mundo y ya era parte de él. Hablaba bien el quechua y el aymara llegando al alma de los nativos reconociendo en sus culturas la presencia originaria de Dios. Después de cuatrocientos años la presencia de la Compañía de Jesús en El Altiplano sigue siendo visible en las festividades centrales de la población. En la provincia de Yunguyo, por ejemplo, el santo patrón es el Tayta Pancho, San Francisco de Borja.  

Las referencias que más interesaron a Salumbrino fueron aquellas que tenían que ver con la práctica de la medicina misionera de los jesuitas, en la que Torres Bollo tenía gran experiencia.  Había sido superior en Juli, en el Altiplano del Perú, la misión más importante de los jesuitas. Allí la Compañía desde su llegada en el siglo XVI fundó y administró un hospital con dos salas para la atención de los indios. Como Rector del Colegio Jesuita del Cuzco, desplegó todo su amor misionero y habilidad organizativa para enfrentar la epidemia del virus de la viruela de 1589, enfermedad que diezmó a la población. 

En esta parte de la historia, su biógrafo nos da cuenta de otros dos rasgos importantes de Salumbrino, era afable y alegre y robaba el corazón a cuantos trataba. Una personalidad así debió haber sintonizado desde un primer momento con Torres Bollo quien hacía gala también de buen humor y de rasgos poco acartonados. Era entretenido y hábil en el tablero de los juegos de damas y ajedrez.   


Torres Bollo desplegó esfuerzos por que se le asignara a Salumbrino por la impresión que le había causado. Sin embargo parece que no le fue fácil convencer al Padre General Claudio Aquaviva para llevarse a Salumbrino hacia el Nuevo Mundo por el aprecio que le tenían en Roma. Sin embargo, el padre Torres Bollo sabía lograr sus objetivos. No obstante la humildad que desplegaba tenía una considerable influencia con el rey de España y la Corte. Felipe II lo había distinguido por los servicios que había prestado a la Corona en la solución pacífica de un grave levantamiento de los propios españoles en Quito por el cobro del Impuesto de Alcabalas una de las tantas ocasiones en las que había demostrado su talento como negociador y diplomático.      

No era tampoco el momento para negarle algo al padre Torres Bollo. Durante su estancia en Roma, el general de los jesuitas padre Claudio Aquaviva le había encomendado la tarea de fundar la nueva Provincia Jesuita del Paraguay, independiente de la del Perú.  

De otro lado, Salumbrino era ya un hombre de cuarenta años de edad, con una vida organizada, con metas trazadas, se había realizado como enfermero y boticario y estaba rodeado de muchas personas que lo apreciaban, amigos y parientes. No era ya el joven de muchas pretensiones. Quizás el mismo Salumbrino pensara que la misión que le encomendó la Virgen María ya había sido cumplida al acompañar hasta el final a San Luis Gonzaga. Tal vez  el viaje no tenía otro propósito que llevarlo a morir a tierras lejanas. Sin embargo cada uno tiene un destino y reloj de vida distinto al que uno imagina; el hombre propone pero Dios dispone como reza el Proverbio, somos finalmente su instrumento. Durante su vida había tenido que echar varias veces al mar sus cargamentos más preciados, ahora le tocaba dejar Roma; desde niño aprendió que la vida es un péndulo a la estabilidad le sigue el cambio. Agustín Salumbrino no sabía que estaba recién por empezar su misión, al menos la más importante.  

                                                       
 

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El padre Torres Bollo salió de Roma aún convaleciente.  Fue afortunado que Salumbrino lo acompañara pues durante todo el viaje por tierra y mar hasta Sevilla anduvo falto de salud. 

Pedro Lozano de la Compañía de Jesús nos describe el periplo que siguieron antes de embarcarse hacia el Nuevo Mundo. De Roma Salumbrino fue con Torres Bollo por la Marca de Ancona al Santuario de la Virgen de Loreto. El procurador jesuita recibió aquí una pequeña caja con un pedazo del techo labrado del Santuario con unas poca estrellas de madera como reliquias para el Nuevo Mundo. Luego prosiguieron a Asís donde obtuvo reliquias de Santa Clara y en Milán de Carlos Borromeo, aun no elevado a los altares.

En Turín se le autorizó a conseguir una copia de la famosa Sábana Santa.

Ya en España fueron a Valencia donde el padre Torres Bollo se entrevistó con el rey Felipe III y el duque de Lerma, este último nieto de Francisco de Borja y primo de Inés Enríquez y Sandoval madre de la Condesa de Chinchón, famosa por haber curado de malaria con la cascarilla del árbol de la quina. En Valencia visitaron el Castillo de Loyola para orar en el aposento donde nació Ignacio de Loyola que fuera canonizado luego el 12 de marzo de 1622 estando Salumbrino ya tiempo en Lima.

En la corte de España el padre Torres Bollo consiguió el permiso del rey Felipe III y de su Real Consejo para traer a la provincia del Perú cincuenta religiosos, treinta españoles y veinte extranjeros, principalmente italianos, uno de los cuales era Agustín Salumbrino. Aquí nuevamente Torres Bollo desplegó su don de diplomático, puesto que tuvo que vencer las restricciones existentes para el viaje de extranjeros al Perú.

Gestionó también mejoras para los indígenas del Nuevo Mundo y que los esclavos africanos estuvieran bajo la protección de la Iglesia en parroquias. Pedido difícil en tiempos en que existía el convencimiento de que el demonio era etíope y negro. En principio su pedido tuvo acogida pero no en la práctica. Por cierto habían muchos intereses de por medio en el negocio de la trata de esclavos.

El grupo de religiosos llegó a Andalucía, donde nació el famoso naturalista jesuita padre Bernabé Cobo, y prosiguieron a Sevilla a disponer las cosas del viaje. Era ya invierno. Se quedaron hospedados en un pequeño hospital en el puerto de San Lucar de Barrameda durante dos meses a espera de embarcarse en los barcos de la Armada Real rumbo a Cartagena de Indias.        

Bibliografía del Capítulo 5

En adición a la hagiografía de Agustín Salumbrino en este Capítulo 5 hemos recurrido a la siguiente bibliografía complementaria:

-COMPAÑÍA DE JESÚS, Constituciones



-CAMILLO FANUCCI, Tratado di tutte le´Opere pie del alma citta di Roma, Roma 1601


-JOSÉ DE ACOSTA, Historia Natural y Moral de las Indias, Madrid 1954


-VIRGILIO CEPARI, Vida del Bienaventurado San Luis Gonzaga, 1602 (traducción del italiano al español por Juan de Acosta, Barcelona 1863)


-ALONSO DE ANDRADE, JUAN EUSEBIO NIEREMBERG, Varones Ilustres en Santidad, Tom.V, Madrid, 1666


-TOMMASI-CRUDELI, CORRADO, The Climate of Rome and the Roman Malaria (traducido por Charles Cramond Dick del italiano al inglés, Londres, 1892)


-PAUL F. GRENDLER, Education Between Religion and Politics, Baltimore, 1989


-VITTORIO A. SIRONI, La Farmacia dell´Ospedale e il suo rapporto con la Cittá


-ROBERT SALLARES, Malaria and Rome, History of Malaria in Ancient Italy, Nueva York, 2002



-CHRISTOPHER F. BLACK, Italian Confraternities in the Sixteenth Century, Cambridge University, 2003


-JOHN O´MALLEY, The First Jesuits, Harvard, 1993


-LANCE GABRIEL LAZAR, Working in the Vineyard of the Lord, Jesuit Confraternities in Early Modern Italy, Toronto 2005



-JOHN HENDERSON, The Renaissance Hospital, Healing the Body and Healing the Soul, Bury St. Edmunds, 2006



-SABINE ANAGNOSTOU, The international transfer of medicinal drugs by the Society of Jesus (sixteenth to eighteenth centuries) and connections with the work of Carolus Clusius



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