El Hospital se encontraba estrechamente vinculado a la Compañía de Jesús por iniciativa del propio San Ignacio de Loyola a través de la Confraternidad que él ayudaba a financiar (John O´Malley).
En el Hospital Salumbrino cumplió las múltiples tareas propias de un enfermero. Recibir y dar los primeros auxilios a los pacientes que llegaban. Como saben los lectores el enfermero tienen que lidiar al mismo tiempo con varios problemas de salud del enfermo. Quien llegó con fiebres podría también estar sufriendo de otros males que requieren también de urgente alivio. Debía llevar el registro de recetas, coordinar con la farmacia, ayudar con la dieta de los hospitalizados, controlar el pulso de un paciente con fiebres en alza para tomar las medidas del caso. Asimismo reportar al médico el estado general del enfermo, dolores, apetito y sobre sus excrecencias naturales, lo que con el pulso era importante para el diagnóstico de las fiebres palúdicas y conjeturar sobre la esperanza de vida del infectado.
El conocimiento y experiencia de Agustín Salumbrino en el tema de la malaria adquiridos primero en Milán, en el norte de Italia y luego en Roma lo convirtieron en un especialista de primer orden sin ser médico. Con relación a la cura de la malaria aprendió que la medicina occidental tradicional no funcionaba. La profesión médica no estaba autorizada entre los jesuitas por regla establecida por San Ignacio de Loyola. En el tiempo que vivió en el Virreinato del Perú probablemente no había otra persona en todo el Nuevo Mundo que supiera más que él de las fiebres palúdicas.
De 1588 a 1603 Agustín Salumbrino ofició de enfermero y farmacéutico en la Compañía de Jesús en Roma. El trato diario con los enfermos, su permanente disposición a atender y aliviar su sufrimiento así como las largas jornadas de trabajo durante dos décadas lo habían fortalecido física y mentalmente. En una y otra ocupación había afinado su capacidad de estar atento a los mínimos detalles, a los síntomas y los efectos positivos o negativos de una hierba u otra sustancia medicinal. En su lucha contra la muerte quejarse no servía de nada, cuando el resultado no era bueno antes que resignarse nutría su búsqueda. También debió aprender a guardar la debida distancia emocional del paciente para adoptar decisiones con calma no obstante la misteriosa empatía que experimentan hacia el doliente quienes tienen esta vocación
En la Botica del Colegio Romano de la Compañía de Jesús se familiarizó con plantas de otros continentes. Las farmacias jesuitas estaban conectadas entre sí con respecto a las plantas y productos medicinales que se encontraban en sus distintas misiones. Era frecuente que los procuradores jesuitas y demás religiosos que venían de las misiones llegaran con semillas o plantas medicinales para el jardín botánico de la Botica.
Salumbrino atendía a los religiosos en las enfermerías y dispensarios, los aprovisionaba de medicinas, surtía las huertas con plantas medicinales, trabajaba en la Botica de la Compañía de Jesús, acompañaba y cuidaba en los viajes a los religiosos cuando así se le ordenaba y participaba en las obras de caridad de los jesuitas en los hospitales de la urbe en especial el del Espíritu Santo.
Aconteció que llegó a Roma el
padre Diego de Torres Bollo, designado procurador en Roma por la congregación
provincial de los jesuitas del Perú en el año 1600. Uno de sus principales
encargos como procurador fue el traer a Lima a un enfermero y boticario
experimentado, por la gran falta que hacía en dicha importante Provincia. Era
necesario además echar a andar la costosa enfermería que se había construido en
el Colegio de San Pablo en la capital del Virreinato del Perú.
Para el Padre General de los
jesuita Claudio Aquaviva era la oportunidad de enviar a un religioso
experimentado que además de atender las necesidades de los de su orden en la
Provincia de la Compañía en el Perú, sirviera para hacer más acopio de información sobre las plantas medicinales en el reino del Perú. Como sabemos,
desde hacía décadas circulaban profusamente en Europa los libros de los médicos
españoles Nicolás Monardes y Juan Fragoso. Sin embargo, dejaban grandes
interrogantes en particular el misterioso árbol que cura las calenturas.
Los candidatos
posibles en Europa debieron ser varios y todo hace pensar que entre ellos no
estaba Salumbrino, no por falta de méritos sino por el interés de los
superiores jesuitas de mantenerlo en Roma como señala el manuscrito.
Cuando el padre Torres Bollo, entonces de cincuenta y tres años de edad, se
aprestaba a regresar al Nuevo Mundo cayó gravemente enfermo y fue internado en
la enfermería de la Compañía de Jesús en Roma. La enfermedad lo puso al borde
de la muerte.
El enfermero que lo atendió fue
Agustín Salumbrino. Cuenta su hagiografía que el padre Diego de Torres después
de a Dios a Salumbrino le debió la vida, porque lo curó con gran cuidado,
cocinándole, dándole sus medicinas a tiempo así como todo lo necesario para su
salud, recuperándose antes de lo previsto.
El padre Diego de Torres Bollo llegó a Roma precedido de sus
grandes méritos en las misiones en el Virreinato del Perú. Ya era conocido
como protector de los derechos de los indígenas, de su libertad, salud,
vida familiar, cultura y patrimonio frente al abuso del poder español, de los
encomenderos e incluso de muchos clérigos. En Quito, había prestado a la Corona un invaluable servicio en la solución pacífica de un grave levantamiento de los propios españoles por el cobro del Impuesto de Alcabalas.
Salumbrino recibió de Torres Bollo importante información del Perú. El padre,
no obstante su origen español, hacía tiempo se había fusionado con el Nuevo
Mundo y ya era parte de él. Hablaba bien el quechua y el aymara llegando
al alma de los nativos reconociendo en sus culturas la presencia originaria de
Dios. Después de cuatrocientos años la presencia de la Compañía de Jesús en El
Altiplano sigue siendo visible en las festividades centrales de la
población. En la provincia de Yunguyo, por ejemplo, el santo patrón es el
Tayta Pancho, San Francisco de Borja.
Las referencias que más debieron interesar a Salumbrino fueron aquellas que tenían que
ver con la práctica de la medicina misionera de los jesuitas, en la que Torres
Bollo tenía gran experiencia. Había sido superior en Juli, en el
Altiplano del Perú, la misión más importante de los jesuitas. Allí la Compañía
desde su llegada en el siglo XVI fundó y administró un hospital con dos
salas para la atención de los indios. Como Rector del Colegio Jesuita del
Cuzco, desplegó todo su amor misionero y habilidad organizativa para enfrentar
la epidemia del virus de la viruela de 1589, enfermedad que diezmó a la
población. Asimismo, había sido rector del Colegio de la Compañía de Jesús
en Quito, lugar donde se podrían tener más noticias del árbol de las calenturas el arcano secreto que mencionaban en sus obras del siglo XVI Monardes y Fragoso. El lumen naturae, luz o espíritus de la naturaleza, de los astrólogos y alquimistas todavía no revelaba la cura de la malaria.
En esta parte de la historia, su biógrafo nos da cuenta de otros
dos rasgos importantes de Salumbrino, era afable y alegre y robaba
el corazón a cuantos trataba. Una personalidad así debió
haber sintonizado desde un primer momento con Torres Bollo quien hacía gala
también de buen humor y de rasgos poco acartonados. Era entretenido y hábil en
el tablero de los juegos de damas y ajedrez.
Torres Bollo desplegó esfuerzos
por que se le asignara a Salumbrino por la impresión que le había causado. No era el momento para negarle algo al padre
Torres Bollo. Durante su estancia en Roma, el general de los jesuitas
padre Claudio Aquaviva le había encomendado la tarea de fundar la nueva
Provincia Jesuita del Paraguay, independiente de la del Perú.
La decisión marcó un gran giro en la vida de Salumbrino que era ya un hermano
jesuita de cuarenta años, con una vida organizada, con metas trazadas. Se había
realizado como enfermero y boticario y estaba rodeado de muchas personas que lo
apreciaban, amigos y parientes. No era ya el joven de muchas pretensiones.
Quizás el mismo Salumbrino pensara que la misión que le encomendó la Virgen
María ya había sido cumplida al acompañar hasta el final a San Luis Gonzaga.
Tal vez el viaje no tenía otro propósito que llevarlo a morir a
tierras lejanas. Sin embargo cada uno tiene un destino y reloj de vida
distinto al que uno imagina; el hombre propone pero Dios dispone como reza el
Proverbio, somos finalmente su instrumento. Durante su vida había tenido que
echar varias veces al mar sus cargamentos más preciados, ahora le tocaba dejar
Roma; desde niño aprendió que la vida es un péndulo a la estabilidad le sigue
el cambio. Agustín Salumbrino no sabía que estaba recién por empezar su misión, una de las más importantes en la historia universal de la medicina.
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En Turín se le autorizó a conseguir una copia de la famosa Sábana Santa.
Ya en España fueron a Valencia donde el padre Torres Bollo se entrevistó con el rey Felipe III y el duque de Lerma, este último nieto de Francisco de Borja y primo de Inés Enríquez y Sandoval madre de la Condesa de Chinchón, famosa por haber curado de malaria con la cascarilla del árbol de la quina. En Valencia visitaron el Castillo de Loyola para orar en el aposento donde nació Ignacio de Loyola que fuera canonizado luego el 12 de marzo de 1622 estando Salumbrino ya tiempo en Lima.
En la corte de España el padre Torres Bollo consiguió el permiso del rey Felipe III y de su Real Consejo para traer a la provincia del Perú cincuenta religiosos, treinta españoles y veinte extranjeros, principalmente italianos, uno de los cuales era Agustín Salumbrino. Aquí nuevamente Torres Bollo desplegó su don de diplomático, puesto que tuvo que vencer las restricciones existentes para el viaje de extranjeros al Perú.
Bibliografía del Capítulo 5
-CHRISTOPHER F. BLACK, Italian Confraternities in the Sixteenth Century, Cambridge University, 2003
-JOHN O´MALLEY, The First Jesuits, Harvard, 1993
-JOHN HENDERSON, The Renaissance Hospital, Healing the Body and Healing the Soul, Bury St. Edmunds, 2006
-SABINE ANAGNOSTOU, The international transfer of medicinal drugs by the Society of Jesus (sixteenth to eighteenth centuries) and connections with the work of Carolus Clusius
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