Capítulo 4: EL ÁRBOL DEL REINO





Árboles de Quina en el Parque Nacional Podocarpus, Loja.


                                                                           

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La tradición de Ricardo Palma Los Polvos de la Condesa informa que fue un indio de Loja llamado Pedro de Leyva quien de viaje a la ciudad de Lima comunicó las propiedades anti febrífugas del árbol de quina o cascarilla al jesuita que curó de malaria o paludismo a la Condesa Virreina Francisca Henríquez de Ribera. Debemos presumir que no solo le dio la información a Agustín Salumbrino, fundador y farmacéutico de la Botica de la Compañía de Jesús, sino que también le facilitó las primeras cortezas del árbol para preparar el medicamento.

La corteza era de la especie Cinchona officinalis que afortunadamente luego de su depredación aún se encuentra en los montes de Loja, en Ecuador, en “manchas” sin formar bosques monoespecíficos continuos según informa un acucioso estudio de investigadores de la Universidad de Loja con el título de Estructura, Composición Florística y Fisiología Reproductiva de Cinchona Officinalis L en la Provincia de Loja. Pude constatar lo mismo en un viaje que hice con mi hija hace algunos años al Parque Nacional Podocarpus en dicha provincia.

El fruto del árbol de quina o cascarilla de Loja (Cinchona) es una cápsula que alberga sus semillas, un microcosmos de esperanza. Decenas de almas diminutas, ligeras como con alas de mosca, aguardan el momento oportuno para emprender su viaje.

El viento, aliado de la naturaleza, se convierte en el vehículo que las transporta lejos de la planta madre donde germinarán y echarán raíces, iniciando un nuevo ciclo de vida.

La regeneración natural de la quina es un arte delicado, un equilibrio entre la fragilidad de la semilla y la fuerza de la naturaleza. El cultivador, y lo digo por experiencia, se enfrenta a desafíos constantes. La calidad de la semilla, el sustrato que la acuna, la acidez del suelo y del agua, la radiación solar (requiere espacios de poca intensidad lumínica) y la temperatura son factores que influyen en su desarrollo.

La quina, sabia y resiliente, ha desarrollado mecanismos de defensa. Sus hojas, dispuestas en un abrazo protector de los nuevos brotes se cierran de día cuando la radiación solar es intensa. 

Hace lo propio al caer la tarde resguardando los brotes tiernos de los depredadores. Las plagas, siempre al acecho, pueden poner en peligro su supervivencia. Hormigas laboriosas, capaces de construir granjas de pulgones ávidos de savia en los nuevos brotes, representan una amenaza para la joven planta. Se dice que este gesto también podría ser una estrategia para modificar su composición química, volviéndola menos apetecible a los paladares exigentes.

La quina, árbol de vida, nos revela su fragilidad y su fortaleza, su vulnerabilidad y su capacidad de adaptación. Un tesoro natural que nos invita a conocerlo y cuidarlo para preservar su existencia.

   

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Los primeros seres humanos aprendieron a utilizar las plantas con fines curativos, un proceso crucial en la historia de la medicina y la supervivencia humana.

El camino hacia el descubrimiento de las plantas medicinales fue un proceso gradual que se extendió a lo largo de miles de años. A través de la observación, la experimentación y la transmisión de conocimientos, nuestros ancestros desarrollaron un profundo conocimiento del poder curativo de la naturaleza. Sin embargo, hubo un factor más que jugó un papel fundamental:

La intuición y una profunda conexión espiritual con la naturaleza o con un cierto lumen naturae guio a los primeros humanos en la búsqueda y percepción de las plantas como fuente de sanación. Además, por cierto, de los mecanismos biológicos complejos y adaptaciones evolutivas, llenos de mensajes cuya fuente y contenido aun no están cabalmente descifrados. 

Este descubrimiento y los factores que lo motivaron no fue un fenómeno privativo de los seres humanos pues se extiende al reino animal. Muchas especies y quizás todas comparten también esta conexión e intuición con la naturaleza o lumen naturae. No podría negarse, por ejemplo, el mecanismo genial desarrollado por el Plasmodium que le permite reproducirse valiéndose del mosquito y de la sangre humana.

Las plantas también han desarrollado a lo largo de su evolución sofisticados mecanismos codificados en su genética que permiten su curación, superar las adversidades y sobrevivir. Lo que sorprende es su generosidad para con el ser humano al desarrollar medicamentos que no les son útiles a ellas sino a los seres humanos, como es el caso de la quinina que contiene la corteza del árbol de la quina.  

Todas estas fascinantes revelaciones, sustentadas en investigaciones científicas cada vez más avanzadas, nos invitan a reflexionar sobre la compleja interconexión que existe en la naturaleza. Para esto ayudaría volver la mirada a las obras de los naturalistas jesuitas del siglo XVII como Nieremberg y su discípulo Alonso de Andrade que publicó la hagiografía de Agustín Salumbrino. Ambos naturalistas conciben la naturaleza como una obra, un sistema ordenado y armonioso en el que cada elemento tiene un propósito y una función. Se ve la naturaleza como una creación divina llena de armonía y propósito, donde cualquier mal o imperfección podría ser interpretado como parte de un plan divino más grande y misterioso que los humanos no siempre pueden comprender.. El mal es visto como una ausencia del bien o de la bondad, producto de las influencias demoniacas, de la ruptura de la armonía natural y de la imperfección humana inclinada al pecado y al egoísmo.

 

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La Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales del médico sevillano Nicolás Monardes, en su Segunda Parte publicada en 1571, podría ser el primer libro conocido que informa sobre la existencia de la corteza del árbol de la quina proveniente del Nuevo Reino, que en su obra identifica con Cartagena y alrededores.

Monardes fue autor de obras de medicina, tratante de esclavos que vendía en Cartagena de Indias, comerciante de productos llevados y traídos del Nuevo Mundo y un estudioso de las plantas americanas no obstante que jamás visitó este continente. Por las noticias que recibió de viajeros que llegaban a Sevilla del puerto de Cartagena de Indias, este sería un árbol de mucha grandeza, el cual dicen, que lleva unas hojas de forma de corazón, y que no lleva fruto. Este árbol tiene una corteza gruesa, muy sólida y dura, que en esto y en el color parece mucho a la corteza del palo que llaman guayacán. En la superficie tiene una película delgada blanquizca, quebrada por toda ella: tiene la corteza más de un dedo de grueso, sólida y pesada, la cual gustada tiene notable amargor, como el de la genciana. Tiene en el gusto notable astricción, con alguna aromaticidad, porque al fin del mascarla respira de ella buen olor. Tienen los indios esta corteza en mucho, y usan de ella en todo género de cámaras, que sean con sangre o sin ellas. Los españoles fatigados de aquella enfermedad, por aviso de los indios, han usado de aquella corteza y han sanado muchos de ellos con ella. Toman de ella como una (…) pequeña hecha polvos, se tomase en vino tinto, o en agua apropiada, como tienen la calentura o mal ha de tomarse por la mañana en ayunas, tres o cuatro veces, usando en lo demás, la orden y regimiento que conviene a los que tienen cámaras. Es tanto lo que la celebran los que vienen de aquellas partes, que la traen como cosa maravillosa, para remedio este mal, que cierto no es pequeño, según es difícil de curar la traen como cosa maravillosa (…) Yo la he experimentado dos veces ya, con maravilloso suceso, que ha quitado cámaras de mucho tiempo.      

Monardes no da el nombre del árbol sin embargo por su lugar de procedencia, selvas lluviosas de América del Sur, y descripción coincide con el de la cascarilla o quina: hojas en forma de corazón, no lleva fruto, corteza gruesa sólida y dura, sabor amargo y astringente. Para un botánico de nuestra época técnicamente el árbol de quina sí tiene fruto pues así se denominan a las cápsulas secas y oblongas que contienen numerosas semillas pequeñas y aladas. Sin embargo, en el contexto de la época y obra de Monardes estas cápsulas, a las que probablemente nunca tuvo a la vista, no serían denominadas propiamente frutos. Estas semillas en forma de alas de mosca y muy livianas toman tiempo en caer para que el viento las pueda llevar a un lugar propicio para germinar. Como vemos, la inteligencia de este árbol para propagarse ha probado no ser menor que la del Plasmodium. 

El uso medicinal del árbol corresponde con el de la cascarilla o quina: para Monardes sirve para las calenturas o fiebres y en general para el mal de cámaras. En el siglo XVI se denominaban como mal de cámaras a muchas enfermedades respiratorias con fiebre, frío, tos; entre estas podríamos incluir a la malaria o paludismo.  

 



Frutos con semillas de quina del pueblo de Chalaco en Piura


Almácigo de quinas en Miraflores, Lima

Si partimos de la premisa de que el árbol sin nombre descrito por Monardes era el de la cascarilla o quina (Cinchona) llegamos a la conclusión de que el árbol de la quina era conocido y usado por sus propiedades medicinales ya en el siglo XVI, si bien sin respaldo de la medicina de la época. Asimismo, que, dada la gran difusión del libro de Monardes en Europa, la existencia del árbol y sus propiedades era conocida en este continente, y obviamente por los jesuitas, antes siquiera de que Agustín Salumbrino hubiera nacido. Sin embargo, le tocó a este último descubrir que esta corteza era una cura específica y milagrosa de las tercianas y cuartanas, vale decir la malaria o paludismo así como exportar regularmente la corteza al viejo continente desde la Botica de la Compañía de Jesús en Lima.

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Es verosímil la versión extendida de que el indio Pedro de Leyva haya sido una suerte de curandero chamán de Malacatos, Loja, lugar de la provincia donde se daba en abundancia el árbol de la quina.   

Los nativos sostenían que eran los espíritus o genios que moran en las plantas quienes les revelaban sus propiedades curativas, lo que los hacía pasibles de ser tachados de supersticiosos, ignorantes y perseguidos por los extirpadores de idolatrías. Sin embargo, en Europa estas ideas estaban en el centro del nacimiento de la medicina moderna con los paracelsistas. Como sabemos estos le atribuían a arcanos o energías escondidas la facultad de transmitirlas al ser humano, la lumen naturae. Recordemos la frase del jesuita Juan Eusebio Nieremberger: la naturaleza es un poema que yace oculto bajo una forma secreta y maravillosa o la existencia de gérmenes invisibles del también jesuita Athanasius Kircher.  La genética del siglo XXI no las denomina espíritus sino señales químicas y moleculares que interactúan en el ambiente. Sin embargo, seguimos sabiendo poco de los espíritus como de estas señales, que al final resultan siendo lo mismo: un misterio.

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En 1572 el médico toledano Juan Fragoso publicó el libro Discursos de las cosas aromáticas, árboles y frutales y de muchas otras medicinas simples que se traen de la India Oriental y sirven al uso de medicina, en el que copia parte de la descripción del árbol de Monardes, sin citarlo.

Fragoso fue médico de la Corte en tiempos de Carlos I y luego de su hijo Felipe II, en el palacio y monasterio de El Escorial. Los dos monarcas españoles más importantes de la historia.  Si Fragoso hubiese experimentado con la corteza hubiese tenido la oportunidad de salvar la vida de sus dos ilustres pacientes. El lumen naturae recién empezaba a revelar su secreto.

Quienes sufrían de las fiebres ponían su confianza en otras alternativas a la medicina. W.A. Christian y S. Muñoz Calvo refieren que la religión y la magia suplían a menudo la falta del remedio. Cuando el poderoso Carlos I enfermó de malaria, iba a barrer la Iglesia de Santiago en Toledo para curarse. Esta era una creencia religiosa extendida en la ciudad. Finalmente, el Plasmodium lo mató en 1586. Su hijo el rey Felipe II contrajo también varias veces la malaria, muriendo de ella y otros achaques en El Escorial en 1598.

Felipe II era atendido en el palacio y monasterio por sesenta médicos, uno de los principales era Juan Fragoso. El tratamiento que daban a las frecuentes fiebres tercianas del rey era el usual, sangrías, purgas, vómitos y dieta. Por razones evidentes, el monarca tenía puestas sus esperanzas más que en los médicos en su vasta colección de reliquias guardadas en una habitación contigua a su dormitorio. Allí tenía la cabeza de Santa Undelina, la quijada de Santa Inés, el brazo de San Ambrosio y el de San Vicente Ferrer, la rodilla entera de San Sebastián, reliquias de María Magdalena y cajas con otros objetos y restos sagrados.

Al enfermar su hijo gravemente, el que sería Felipe III, el rey hizo colocar a la cabecera de su cama una púa de la Corona de Espinas. Años después cuando Felipe III era rey contrajo fiebres y curó. Según aseveraba el monarca fue en razón de una reliquia de San Isidro Labrador puesta debajo de su almohada. Sin embargo, la cura del mal se encontraba  en una reliquia viva, un árbol, que crecía en los reinos del Nuevo Mundo.  

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En 1639 se publicó en Barcelona la monumental obra de Fray Antonio de la Calancha Crónica Moralizada del Orden de San Agustín en el Perú. En el capítulo que trata sobre las excelencias y abundancias del Perú informa que: Dase un árbol que llaman de calenturas en tierra de Loja con cuya corteza de color canela echas polvos dados en bebida el peso de dos reales quita las calenturas y tercianas; han hecho en Lima efectos milagrosos.

De lo escrito por Calancha se deduce que los polvos de la corteza del árbol de la quina se vendían en Lima para curar las fiebres en la década de los años 1630 y que era medicina muy efectiva. Esto ocurre, en el período de gobierno del Virrey Conde de Chinchón y de su esposa la Virreina.

El jesuita Bernabé Cobo, contemporáneo de fray Calancha, en su extensa obra Historia del Nuevo Mundo da cuenta también de la cura de las fiebres de los polvos para las calenturas, que proceden de Loja, y de su efectividad.  Cobo señala que: Se han de tomar los polvos en cantidad del peso de dos reales de vino o en cualquier otro licor poco antes de que dé el frío. Estos detalles sobre como se ha de administrar los polvos prueban la estrecha relación de Cobo con la Botica de la Compañía de Jesús en Lima y con el hermano Agustín Salumbrino que la administraba. El texto sugiere también que el manuscrito sobre plantas medicinales de Cobo se copiaba a mano y circulaba como recetario entre la población.

En Cobo es interesante resaltar también su testimonio sobre los polvos que curan las fiebres: Son tan conocidos y estimados estos polvos no solo en todas las Indias sino en Europa que con instancia los envían a pedir de Roma.

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En los textos sagrados de las principales antiguas religiones del mundo el árbol ocupa un lugar central en la interacción entre el ser humano, la creación y la Divinidad. Es el árbol de la vida en las religiones judía, cristiana y del islam. Y plantó Abraham un árbol tamarisco en Beerseba, e invocó allí el nombre de Jehová Dios eterno (Génesis 21:33). En el Corán a la entrada del Paraíso se encuentra el Árbol de la Felicidad, Tuba, cuya sombra tarda en recorrerse unos cien años (Sura 13:29)

Siddhartha Gautama se sentó a meditar debajo de un árbol y alcanzó la iluminación en la tradición budista. En el Bhagavad Gita del hinduismo es el árbol de vida, el Asvattha, que simboliza el Universo (Estancia 15-1). El arquetipo del árbol es universal y se encuentra también en la tradición andina y mapuche.  El árbol es el lugar propicio para los pactos y juramentos en que interviene la Divinidad.      

En la cosmovisión andina el árbol es el intermediario entre los tres mundos el de arriba, donde habitan los astros y la Divinidad, el de abajo, donde se encuentra la Madre Tierra, así como los antepasados y el mundo presente. El árbol integra también los tres tiempos el pasado, el ahora y el futuro. El árbol es de naturaleza femenina por su asociación con la luna y las aguas. Estas categorías del pensamiento andino se ponían de manifiesto en los rituales agrícolas, así como en el trato a la enfermedad (Ansión, 1986).

Los procesos seguidos por los Tribunales para la Extirpación de Idolatrías de esa época son valiosa fuente de información. Solo por citar el expediente de Luisa Quellay sacerdotisa de un pueblo de la sierra norte, condenada por idólatra. Bajo un resplandeciente plenilunio oficiaba en una quebrada de aguas termales derramando chicha y coca en comunión con la naturaleza para pedir mejores cosechas paleando la semilla que iba a sembrar con la rama del árbol de taya conocido en el sur andino como tara. Estas eran ofrendas a los seres sobrenaturales del mundo de abajo a la Pachamama, la divinidad femenina, la Madre Tierra, a la que desde un inicio los indígenas identificaron con la Virgen María, y a los antepasados a quienes se les despierta golpeando las semillas para que propicien el buen crecimiento de las plantas. Al mismo tiempo invocaba a la Madre Luna para que facilite la lluvia. La sacerdotisa accionaba la rama del árbol como una varita mágica.  

Para el pueblo andino la curación física no se daba en una esfera distinta a la religiosa. Los misioneros jesuitas en Juli para catequizar tradujeron las oraciones del Catecismo al aymara. En el caso del Ave María no encontraron una palabra o expresión equivalente a bendito (bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús). La traducción que quedó fue Warminakan taypipan qullanätawa purakama achupa Jesús wawamasti qullanarakiwa. "Bendita tu" y "bendito es" quedaron como  qullanätawa y qullanarakiwa, con la raiz qulla que significa remedio que cura (Bertonio). En el pensamiento e idioma aymara la Virgen María y Jesús tienen una connotación concreta no abstracta; son quienes curan las enfermedades del cuerpo y el alma, no por separado sino como dos caras de una misma moneda. Las palabras bendito(a) o santo son abstractas carecen de significado en el idioma aymara. Lo sagrado está implícito en la salud y viceversa. Lo mismo ocurría entre los quechuas.

 Para los andinos los antepasados siguen vivos e interactuando con el ahora asistiendo en las curaciones a través de varias puertas o vías que se encuentran en la naturaleza entre ellas los árboles y las plantas. La concepción lineal del tiempo es relativa. En el idioma quechua los sufijos que se utilizan para conjugar los verbos en pasado y presente son por lo general iguales a diferencia de las lenguas occidentales.     

                                        

En el pasado prehispánico estar sanos dependía de que pudieran conjugarse armoniosamente los elementos o espíritus en la naturaleza. La salud era un concepto espiritual, religioso, pues la Divinidad y la vida, la materia, eran en el fondo lo mismo. Sólo de manera secundaria se interesaban por las propiedades curativas de las plantas para restablecer la salud del que estaba enfermo. Incluso en este caso, el acto de sanación estaba más dirigido a restituir este equilibrio con la naturaleza, con el cosmos, que a estudiar científicamente las propiedades medicinales de la planta. El sistema debió funcionar bien e incluso algunas veces mejor que el occidental de los siglos XVI y XVII. Esto no sólo por las propiedades químicas de la planta, como en el caso de la quina, sino porque el sistema médico se sustentaba en miles de años de experimentación y era holístico; tenía en cuenta no solo el cuerpo del paciente sino también su estado anímico.

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La identificación específica de la corteza del árbol de la quina para detener la malaria llegó en las primeras décadas del siglo XVII. Esto en parte porque su especie más letal el Plasmodium falciparum recién hizo su ingreso al Nuevo Mundo con la masiva migración de esclavos del África. Y se necesitaba la llegada de alguien como Salumbrino que conociera bien la malaria, tuviera amplia experiencia en su tratamiento, que supiera distinguir la peculiaridad de sus fiebres y síntomas. No se conformó con la tradición de Galeno, con las sangrías y demás remedios tradicionales. Al experimentar con la corteza del árbol de la quina descifró el acertijo y difundió la medicina. 

Fue Agustín Salumbrino quien logró armar el rompecabezas juntando la enfermedad de la malaria o paludismo con el remedio. Unió el conocimiento tradicional de los nativos americanos con el mejor entendimiento que se tenía entonces de la malaria en Occidente. Asimismo, tuvo el mérito de hacer conocer la corteza del árbol de la quina en todo el mundo haciendo remesas continuas a España e Italia de donde terminó salvando vidas en todos los continentes. Esta hazaña empequeñece a los grandes conquistadores militares. Alejandro Magno conquistó el Asia, pero sucumbió a la picadura de un mosquito.


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 En el Perú, antes de que Ricardo Palma naciera ya había un médico que publicaba sobre las bondades del árbol de la quina o cascarilla. En sus Cartas Históricas a un Amigo, publicado en Lima en 1812, el proto cirujano José Pastor Larrinaga da cuenta de la novedad y de la resistencia que tenía la cura con esta planta entre connotados médicos de España, Paris e incluso de Lima:

“No ignoro (dice doña Oliva de Sabuco en el Diálogo de la Verdadera Medicina) que todo principio de cosa nueva es dudoso y dificultoso de ser admitido en la opinión de los hombres, como fue la que trajo Colón en tiempo del Emperador Carlos V …, que había otro Mundo de aquel cabo del mar. Lo cual le pareció a todos una cosa nueva, y tan no hablada en el Mundo…que por mucho tiempo no le dieron crédito, hasta que por su gran importunación quisieron probar y experimentar si aquel hombre tenía razón en lo que decía, y así se probó y se halló su verdad tan buena como todos saben”

Supuesto que nos sirve de Exordio el feliz descubrimiento de nuestra amada Patria, empecemos con la Quina o Cascarilla, siquiera porque es una Paisana tan recomendable, que de no haber precedido el descubrimiento de la América por el inmortal Colón, hasta ahora careceríamos de un específico tan singular; y por que a la verdad la Quina, hoy es un remedio universal para todas la enfermedades internas y externas del cuerpo humano.

El previsible rechazo inicial que tendrían los médicos en España y otros países de Europa a una medicina que ponía en cuestión tratamientos médicos con dos mil años de vigencia explica el cuidado que tuvieron los jesuitas en llevar en secreto los primeros polvos de quina o cascarilla al hospital del Espíritu Santo en Roma, bajo control de la Compañía de Jesús. Este hecho lo hace notar Ricardo Palma en su tradición Los Polvos de la Condesa: Los jesuitas guardaron por algunos años el secreto, y a ellos acudía todo el que era atacado de tercianas. Por eso, durante mucho tiempo, los polvos de la corteza de quina se conocieron con el nombre de polvos de los jesuitas.  

Larrinaga da cuenta del rechazo de la quina o cascarilla entre los médicos de España e Italia, e incluso los de Lima, cuando se hicieron públicos sus beneficios y accesibilidad gracias a los jesuitas:

Si hablamos pues de la Quina, nos hallaremos con las terribles contradicciones, mofa y desprecio que experimentó en su persona de todos los Médicos de Madrid el Dr. D. Cristoval Vega (nota: debe estar refiriéndose a Juan de la Vega, médico de la corte de los Virreyes de Chinchón en Lima). A este sabio Profesor no le sirvió de escudo ni su veracidad, ni la protección de los Excmos Señores Condes de Chinchón, en cuya comitiva regresó a España por los años de 1639. Tampoco le sirvió decir que dicho específico y el modo de usarlo lo aprendió de un Gobernador de Quito, al ver este que en la misma Excma. Virreyna se hicieron inútiles en la curación de las tercianas los más acreditados remedios que se conocían por entonces en la Europa. ¡Qué no dixo contra este sabio Médico y contra la Quina el Dr. Colmenero, catedrático de Prima de Medicina en la Real Universidad de Salamanca! Por último, no hay más que añadir para comprobación de la terquedad de mis Comprofesores de Lima, el ejemplo de aquellos Salmanticenses, sino el que se puso a defender Colmenero en unas conclusiones públicas en dicha Universidad de Salamanca: Que el médico que diese la Quina a los enfermos era un temerario y pecaba gravemente. Casi otro tanto dixeron en la Italia Baglivio, Ramacini y otros muchos.  

Sobre el origen diabólico que algunos médicos atribuían a la quina o cascarilla, Larrinaga, a pie de página cita el caso del médico francés Francisco Blondel:

Médico hubo tan cerrilmente obstinado sobre esta materia (Francisco Blondel, Profesor de la Universidad de París) que viendo por experiencias innegables los buenos efectos de la Quina en las fiebres intermitentes, persistió en que no se podía en buena conciencia usar de este remedio, diciendo que la sanidad que mediante él lograban los enfermos, era efecto del pacto que para este fin habían hecho los Americanos con el Diablo.      

 

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El árbol, cualquiera sea su especie, se aprecia desde distintas perspectivas. Como un objeto, raíz, tronco y copa o como un conjunto de procesos químicos, la fotosíntesis; también por su utilidad. Sin embargo, tratar de definir nuestra relación con las plantas es como tratar de explicar la alegría, la música, la amistad, el amor de los padres o el bosque de Gaudi en la Sagrada Familia; asuntos que tienen que ver más con el reino de las emociones y el misterio. Desde que es semilla el árbol es una incógnita. ¿Qué fuerzas intervienen para que brote y crezca?    ¿Cómo la pequeña y alada semilla del árbol de la quina puede contener en sí el código para desarrollar un árbol cuya corteza salvó a la humanidad, una suerte de maná caído del cielo?  

 El jesuita de la India Anthony De Mello cuenta lo esencial que se ha dicho sobre el árbol: 

Un sabio pregunta a su discípulo si alguna vez ha visto un árbol. Después de escuchar largas descripciones y explicaciones de su discípulo el sabio le contesta:

-¿Qué dices? ¿Qué has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya.

Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol.

Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol-            

Bibliografía del Capítulo 4

En adición a la hagiografía de Agustín Salumbrino en este Capítulo 4 hemos recurrido a las siguientes fuentes complementarias:

-Fray Antonio de la Calancha Crónica Moralizada del Orden de San Agustín en el Perú, Barcelona, 1639.

-ZULUETA J., The Cause of death of Emperor Charles V, Madrid 2007

-VALENTÍN VÁSQUEZ DE PRADA, La Monarquía Hispánica de Felipe II (1556-1598), Barcelona, 2009

-SAGRARIO MUÑOZ CALVO, El Medicamento en la Medicina de Cámara de Felipe II: Protagonismo de Juan Fragoso, Universidad Complutense Madrid

-NICOLÁS MONARDES, La Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, Primera, Segunda y Tercera Partes, Sevilla 1580

-JUAN FRAGOSO, Discursos de las cosas aromáticas, árboles y frutales y de muchas otras medicinas simples que se traen de la India Oriental y sirven al uso de medicina, Madrid 1572

-INTERNET ARCHIVE, manuscrito original de Historia del Nuevo Mundo del Padre Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús, 1653

- JOSÉ PASTOR LARRINAGA, Cartas Históricas a un Amigo, Lima 1812

-JUAN DE VELASCO, Historia del Reino de Quito en la América Meridional, Año de 1789, Quito 1844

-GEORGE KING, A Manual of Cinchona Cultivation in India, Calcuta, 1880.



-BUREAU POUR L´ENCOURAGEMENT A LÉMPLOI DE LA QUININE, Chininum, Amsterdam, 1924

-JUAN B. LASTRES, La Medicina en el Virreinato, Volumen II, Lima, 1951

-ANTHONY DE MELLO, El Canto del Pájaro, Bilbao 1982

-WILLIAM A. CHRISTIAN, Religiosidad Local en la España de Felipe II, Madrid 1991

-FERNANDO I. ORTIZ CRESPO, La Corteza del Árbol sin Nombre, Hacia una Historia Congruente del Descubrimiento y Difusión de la Quina

-SAGRARIO MUÑOZ CALVO, El Medicamento en la Medicina de Cámara de Felipe II: Protagonismo de Juan Fragoso

-ISAAC ASIMOV, Historia y Cronología de la Ciencia y los Descubrimientos, cómo la ciencia ha dado forma a nuestro  mundo, Madrid, 2009 

-VICTOR HUGO ERAS GUAMÁN, JULIA ESTHER MINCHALA PATIÑO, JOSÉ ANTONIO MORENO SERRANO, MAGALY YAGUANA ARÉVALO, MAURICIO GABRIEL SINCHE FREIRE Y CRISTIAN OSWALDO VALAREZO ORTEGA, Estructura, Composición Florística y Fisiología Reproductiva de Cinchona Officinalis L en la Provincia de Loja, Loja, Ecuador 2019.

 



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