Agustín Salumbrino fue enfermero y aprendió farmacia en Milán. En Roma, sirvió en la enfermería y botica del Colegio Romano y en el Hospital del
Espíritu Santo. Estaba familiarizado con las farmacopeas y libros
sobre plantas medicinales, más aun teniendo en cuenta lo nutridas que eran las
bibliotecas de los jesuitas y su inclinación por la lectura. Conoció pues las obras de Monardes y Fragoso quienes para entonces ya habían escrito sobre el árbol de las calenturas, que luego se
denominaría de la cascarilla o quina.
La Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales del médico sevillano Nicolás Monardes, publicado en 1571, es el primer libro conocido que informa sobre la existencia de la corteza del árbol en América con la que se curan las fiebres o calenturas. Cuando se imprimió el tomo, Agustín Salumbrino apenas tenía siete años de edad y Francisca Enríquez de Rivera, la Condesa de Chinchón, no había nacido.
Monardes fue autor de obras de medicina, tratante de esclavos que vendía en Cartagena de Indias, comerciante de productos llevados y traídos del Nuevo Mundo y un estudioso de las plantas americanas no obstante que jamás visitó este continente. Por las noticias que recibió de viajeros que llegaban a Sevilla del puerto de Cartagena de Indias, describe al árbol como de mucha grandeza, con hojas en forma de corazón y sin fruto, al menos no comestible. Da unos racimos con cápsulas que al secarse dejan libres al viento algunas decenas de semillas en forma de alas de mosca y muy livianas; toman tiempo en caer para que el viento las pueda llevar a un lugar propicio para germinar. La inteligencia de este árbol para propagarse ha probado no ser menor que la del Plasmodium.
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Frutos con semillas de quina del pueblo de Chalaco en Piura |
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Almácigo de quinas en Miraflores, Lima |
Informa Monardes que los
españoles aprendieron de los indios el uso de esta corteza para sanar de las
calenturas. Los nativos sostenían que eran los espíritus o genios que moran en las plantas quienes les revelaban sus propiedades curativas, lo que los hacía pasibles de ser perseguidos por los extirpadores de idolatrías. Sin embargo, en Europa estas ideas estaban en el centro del nacimiento de la medicina moderna con los paracelsistas. Como sabemos estos le atribuían a arcanos o energías escondidas la facultad de transmitirlas al ser humano, la lumen naturae. Recordemos la frase del jesuita Juan Eusebio Nieremberger: la naturaleza es un poema que yace oculto bajo una forma secreta y maravillosa o la existencia de gérmenes invisibles del también jesuita Athanasius Kircher.
Monardes escribe que la corteza del árbol la traen a España como cosa maravillosa y que él mismo
la había experimentado. Sobre la cáscara del árbol refiere que es gruesa, sólida y dura, que en
esto y en el color se parece mucho a la del palo que llaman de Guayacán. Añade
que en la superficie tiene una película delgada blanquizca. Lo probable es que
haya tenido a la vista la corteza de la especie Cinchona officinalis con este
color característico (la de la Cinchona succirubra es roja, la de la Cinchona
calisaya amarilla entre las varias especies que existen) Señala que tiene
más de un dedo de grueso, es sólida, pesada, con un fuerte sabor amargo como el
de la genciana, y astringente, algo aromática y de buen olor al mascar. Se
prepara moliendo una pequeña cantidad de la corteza hasta hacerla polvo. Se
pone en vino tinto o agua y se toma por la mañana en ayuna, tres o cuatro veces.
En 1572 el
médico toledano Juan Fragoso publicó el libro Discursos de las cosas
aromáticas, árboles y frutales y de muchas otras medicinas simples que se traen
de la India Oriental y sirven al uso de medicina, en el que copia
parte de la descripción de Monardes, sin citarlo.
Fragoso fue
médico de la Corte en tiempos de Carlos I y luego de su hijo Felipe II,
en el palacio y monasterio de El Escorial. Los dos monarcas
españoles más importantes de la historia. Si Fragoso no se hubiese
limitado a copiar a Monardes sino a estudiar y experimentar con la corteza
hubiese identificado la cura de la malaria. Así hubiese tenido la oportunidad
de salvar la vida de sus dos ilustres pacientes. El lumen naturae recién empezaba a revelar su secreto.
Quienes
sufrían de las fiebres ponían su confianza en otras alternativas a la medicina.
W.A. Christian y S. Muñoz Calvo refieren que la religión y la magia suplían a
menudo la falta del remedio. Cuando el poderoso Carlos I enfermó de malaria,
iba a barrer la Iglesia de Santiago en Toledo para curarse. Esta era una creencia
religiosa extendida en la ciudad. Finalmente el Plasmodium lo mató en 1586. Su
hijo el rey Felipe II contrajo también varias veces la malaria, muriendo de
ella y otros achaques en El Escorial en 1598.
Felipe II era
atendido en el palacio y monasterio por sesenta médicos, uno de los principales
era Juan Fragoso. El tratamiento que daban a las frecuentes fiebres tercianas
del rey era el usual, sangrías, purgas, vómitos y dieta. Por razones evidentes,
el monarca tenía puestas sus esperanzas más que en los médicos en su vasta
colección de reliquias guardadas en una habitación contigua a su dormitorio.
Allí tenía la cabeza de Santa Undelina, la quijada de Santa Inés, el brazo de
San Ambrosio y el de San Vicente Ferrer, la rodilla entera de San Sebastián, reliquias
de María Magdalena y cajas con otros objetos y restos sagrados.
Al enfermar
su hijo gravemente, el que sería Felipe III, el rey hizo colocar a la cabecera
de su cama una púa de la Corona de Espinas. Años después cuando Felipe III era
rey contrajo fiebres y curó. Según aseveraba el monarca fue en razón de una
reliquia de San Isidro Labrador puesta debajo de su almohada. Sin embargo, la
cura del mal se encontraba en una reliquia viva, un árbol, que crecía en
los reinos del Nuevo Mundo.
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En los textos sagrados de las principales antiguas religiones del mundo el
árbol ocupa un lugar central en la interacción entre el ser humano, la creación
y la Divinidad. Es el árbol de la vida en las religiones judía, cristiana y del
islam. Y plantó Abraham un árbol tamarisco en Beerseba, e invocó allí
el nombre de Jehová Dios eterno (Génesis 21:33). En el Corán a la
entrada del Paraíso se encuentra el Árbol de la Felicidad, Tuba, cuya
sombra tarda en recorrerse unos cien años (Sura 13:29)
Siddhartha Gautama se sentó a meditar debajo de un árbol y alcanzó la iluminación
en la tradición budista. En el Bhagavad Gita del hinduismo es el árbol de vida,
el Asvattha, que simboliza el Universo (Estancia 15-1). El arquetipo del
árbol es universal y se encuentra también en la tradición andina y
mapuche. El árbol es el lugar propicio para los pactos y juramentos en
que interviene la Divinidad.
En la cosmovisión andina el árbol es el
intermediario entre los tres mundos el de arriba, donde habitan los astros y la
Divinidad, el de abajo, donde se encuentra la Madre Tierra así como los
antepasados y el mundo presente. El árbol integra también los tres tiempos el
pasado, el ahora y el futuro. El árbol es de naturaleza femenina por su
asociación con la luna y las aguas. Estas categorías del pensamiento andino se
ponían de manifiesto en los rituales agrícolas así como en el trato a la
enfermedad (Ansión, 1986).
Los procesos seguidos por los Tribunales para la
Extirpación de Idolatrías de esa época son valiosa fuente de información. Solo
por citar el expediente de Luisa Quellay sacerdotisa de un pueblo de la sierra
norte, condenada por idólatra. Bajo un resplandeciente plenilunio
oficiaba en una quebrada de aguas termales derramando chicha y coca en comunión
con la naturaleza para pedir mejores cosechas paleando la semilla que iba a
sembrar con la rama del árbol de taya conocido en el sur andino como tara.
Estas eran ofrendas a los seres sobrenaturales del mundo de abajo a la
Pachamama, la divinidad femenina, la Madre Tierra, a la que desde un inicio los
indígenas identificaron con la Virgen María, y a los antepasados a quienes se
les despierta golpeando las semillas para que propicien el buen crecimiento de
las plantas. Al mismo tiempo invocaba a la Madre Luna para que facilite
la lluvia. La sacerdotisa accionaba la rama del árbol como una varita
mágica.
Para el pueblo andino la curación física no se daba
en una esfera distinta a la religiosa. Los misioneros jesuitas en Juli para
catequizar tradujeron las oraciones del Catecismo al aymara. En el caso del Ave
María no encontraron una palabra o expresión equivalente a bendito (bendita
Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre
Jesús). La traducción que quedó fue Warminakan taypipan
qullanätawa purakama achupa Jesús wawamasti qullanarakiwa. "Bendita
tu" y "bendito es" quedaron
como qullanätawa y qullanarakiwa, con la
raiz qulla que significa remedio que cura (Bertonio). En el
pensamiento e idioma aymara la Virgen María y Jesús tienen una connotación
concreta no abstracta; son quienes curan las enfermedades del cuerpo y el alma,
no por separado sino como dos caras de una misma moneda. Las palabras
bendito(a) o santo son abstractas carecen de significado en el idioma aymara.
Lo sagrado está implícito en la salud y viceversa. Lo mismo ocurría entre los
quechuas.
Para los andinos los antepasados siguen vivos e
interactuando con el ahora asistiendo en las curaciones a través de
varias puertas o vías que se encuentran en la naturaleza entre ellas los
árboles y las plantas. La concepción lineal del tiempo es relativa. En el
idioma quechua los sufijos que se utilizan para conjugar los verbos en pasado y
presente son por lo general iguales a diferencia de las lenguas
occidentales.
En el pasado prehispánico estar sanos dependía de
que pudieran conjugarse armoniosamente los elementos o espíritus en la
naturaleza. La salud era un concepto espiritual, religioso pues la Divinidad y
la vida, la materia, eran en el fondo lo mismo. Sólo de manera secundaria se
interesaban por las propiedades curativas de las plantas para restablecer la
salud del que estaba enfermo. Incluso en este caso, el acto de sanación estaba
más dirigido a restituir este equilibrio con la naturaleza, con el cosmos, que a
estudiar científicamente las propiedades medicinales de la planta. El sistema
debió funcionar bien e incluso algunas veces mejor que el occidental de los
siglos XVI y XVII. Esto no sólo por las propiedades químicas de la planta, como
en el caso de la quina, sino porque el sistema médico se sustentaba en miles de
años de experimentación y era holístico; tenía en cuenta no solo el cuerpo del
paciente sino también su estado anímico.
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La identificación específica de la corteza del árbol de la quina para detener la malaria, llegó en las primeras décadas del siglo XVII. Esto en parte porque su especie más letal el Plasmodium falciparum recién hizo su ingreso al Nuevo Mundo con la masiva migración de esclavos del África. Y se necesitaba la llegada de alguien como Salumbrino que conociera bien la malaria, tuviera amplia experiencia en su tratamiento, que supiera distinguir la peculiaridad de sus fiebres y síntomas. No se conformó con la tradición de Galeno, con las sangrías y demás remedios tradicionales; y que al experimentar con la corteza del árbol de la quina descifró el acertijo y difundió la medicina.
Fue Agustín Salumbrino quien logró armar el rompecabezas juntando la enfermedad con el remedio. Unió el conocimiento tradicional de los nativos americanos con el mejor entendimiento que se tenía entonces de la malaria en Occidente. Asimismo tuvo el mérito de hacer conocer la corteza del árbol de la quina en todo el mundo haciendo remesas continuas a España e Italia de donde terminó salvando vidas en todos los continentes. Esta hazaña empequeñece a los grandes conquistadores militares. Alejandro Magno conquistó el Asia pero sucumbió a la picadura de un mosquito.
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El árbol, cualquiera sea su especie, se aprecia desde distintas perspectivas. Como un objeto, raíz, tronco y copa o como un conjunto de procesos químicos, la fotosíntesis; también por su utilidad. Sin embargo tratar de definir nuestra relación con las plantas es como tratar de explicar la alegría, la música, la amistad, el amor de los padres o el bosque de Gaudi en la Sagrada Familia; asuntos que tienen que ver más con el reino de las emociones. Desde que es semilla el árbol es una incógnita. ¿Qué fuerzas intervienen para que brote y crezca?
El jesuita de la India Anthony De Mello cuenta lo esencial que se ha dicho sobre el árbol:
Un
sabio pregunta a su discípulo si alguna vez ha visto un árbol. Después de
escuchar largas descripciones y explicaciones de su discípulo el sabio le
contesta:
-¿Qué dices? ¿Qué has oído cantar
a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya.
Pero lo que has visto ¿era el árbol o
su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el
árbol.
Cuando miras un árbol y ves un milagro,
entonces, por fin, has visto un árbol-
Bibliografía
del Capítulo 4
En adición a la hagiografía de Agustín Salumbrino en este
Capítulo 4 hemos recurrido a las siguientes fuentes complementarias:
-ZULUETA
J., The Cause of death of Emperor Charles V, Madrid 2007
-VALENTÍN
VÁSQUEZ DE PRADA, La Monarquía Hispánica de Felipe II (1556-1598), Barcelona,
2009
-SAGRARIO
MUÑOZ CALVO, El Medicamento en la Medicina de Cámara de Felipe II: Protagonismo
de Juan Fragoso, Universidad Complutense Madrid
-NICOLÁS MONARDES,
La Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias
Occidentales, Primera, Segunda y Tercera Partes, Sevilla 1580
-JUAN FRAGOSO,
Discursos de las cosas aromáticas, árboles y frutales y de muchas otras
medicinas simples que se traen de la India Oriental y sirven al uso de
medicina, Madrid 1572
-INTERNET ARCHIVE, manuscrito original de Historia del Nuevo Mundo del Padre
Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús, 1653
-JUAN DE VELASCO,
Historia del Reino de Quito en la América Meridional, Año de 1789, Quito 1844
-GEORGE KING, A Manual of Cinchona Cultivation in India, Calcuta, 1880.
-BUREAU POUR L´ENCOURAGEMENT A LÉMPLOI DE LA QUININE,
Chininum, Amsterdam, 1924
-JUAN B. LASTRES,
La Medicina en el Virreinato, Volumen II, Lima, 1951
-ANTHONY DE MELLO, El Canto del Pájaro, Bilbao 1982
-WILLIAM A. CHRISTIAN,
Religiosidad Local en la España de Felipe II, Madrid 1991
-FERNANDO I. ORTIZ
CRESPO, La Corteza del Árbol sin Nombre, Hacia una Historia Congruente del
Descubrimiento y Difusión de la Quina
-SAGRARIO
MUÑOZ CALVO, El Medicamento en la Medicina de Cámara de Felipe II: Protagonismo
de Juan Fragoso
-ISAAC ASIMOV, Historia y Cronología de la Ciencia y los Descubrimientos, cómo la ciencia ha dado forma a nuestro mundo, Madrid, 2009
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