-1-
La tradición
de Ricardo Palma Los Polvos de la Condesa informa que fue un indio de
Loja llamado Pedro de Leyva quien de viaje a la ciudad de Lima comunicó las
propiedades anti febrífugas del árbol de quina o cascarilla al jesuita que curó
de malaria o paludismo a la Condesa Virreina Francisca Henríquez de Ribera.
Debemos presumir que no solo le dio la información a Agustín Salumbrino,
fundador y farmacéutico de la Botica de la Compañía de Jesús, sino que también le
facilitó las primeras cortezas del árbol para preparar el medicamento.
La corteza era
de la especie Cinchona officinalis que afortunadamente luego de su depredación aún
se encuentra en los montes de Loja, en Ecuador, en “manchas” sin formar bosques monoespecíficos continuos según informa un acucioso estudio de investigadores de la Universidad
de Loja con el título de Estructura, Composición Florística y Fisiología
Reproductiva de Cinchona Officinalis L en la Provincia de Loja. Pude constatar lo mismo en un viaje que hice con mi hija hace algunos años al Parque Nacional Podocarpus
en dicha provincia.
El fruto del árbol de quina o cascarilla de Loja (Cinchona) es una cápsula que alberga sus semillas, un microcosmos de esperanza. Decenas de almas diminutas, ligeras como con alas de mosca, aguardan el momento oportuno para emprender su viaje.
El viento, aliado de la naturaleza, se convierte en el vehículo que las transporta lejos de la planta madre donde germinarán y echarán raíces, iniciando un nuevo ciclo de vida.
La regeneración natural de la quina es un arte delicado, un equilibrio entre la fragilidad de la semilla y la fuerza de la naturaleza. El cultivador, y lo digo por experiencia, se enfrenta a desafíos constantes. La calidad de la semilla, el sustrato que la acuna, la acidez del suelo y del agua, la radiación solar (requiere espacios de poca intensidad lumínica) y la temperatura son factores que influyen en su desarrollo.
La quina, sabia y resiliente, ha desarrollado mecanismos de defensa. Sus hojas, dispuestas en un abrazo protector de los nuevos brotes se cierran de día cuando la radiación solar es intensa.
Hace lo propio al caer la tarde resguardando los brotes tiernos de los depredadores. Las plagas, siempre al acecho, pueden poner en peligro su supervivencia. Hormigas laboriosas, capaces de construir granjas de pulgones ávidos de savia en los nuevos brotes, representan una amenaza para la joven planta. Se dice que este gesto también podría ser una estrategia para modificar su composición química, volviéndola menos apetecible a los paladares exigentes.
La quina, árbol de vida, nos revela su fragilidad y su fortaleza, su vulnerabilidad y su capacidad de adaptación. Un tesoro natural que nos invita a conocerlo y cuidarlo para preservar su existencia.
-2-
Los primeros seres humanos aprendieron a utilizar las plantas con fines curativos, un proceso crucial en la historia de la medicina y la supervivencia humana.
El
camino hacia el descubrimiento de las plantas medicinales fue un proceso
gradual que se extendió a lo largo de miles de años. A través de la
observación, la experimentación y la transmisión de conocimientos, nuestros
ancestros desarrollaron un profundo conocimiento del poder curativo de la
naturaleza. Sin embargo, hubo un factor más que jugó un papel fundamental:
La intuición y una profunda conexión espiritual con la naturaleza o con un cierto lumen naturae guio a los primeros humanos en la búsqueda y percepción de las plantas como fuente de sanación. Además, por cierto, de los mecanismos biológicos complejos y adaptaciones evolutivas, llenos de mensajes cuya fuente y contenido aun no están cabalmente descifrados.
Este
descubrimiento y los factores que lo motivaron no fue un fenómeno privativo de
los seres humanos pues se extiende al reino animal. Muchas especies y quizás
todas comparten también esta conexión e intuición con la naturaleza o lumen naturae. No podría
negarse, por ejemplo, el mecanismo genial desarrollado por el Plasmodium que le
permite reproducirse valiéndose del mosquito y de la sangre humana.
Las
plantas también han desarrollado a lo largo de su evolución sofisticados
mecanismos codificados en su genética que permiten su curación, superar las
adversidades y sobrevivir. Lo que sorprende es su generosidad para con el ser
humano al desarrollar medicamentos que no les son útiles a ellas sino a los
seres humanos, como es el caso de la quinina que contiene la corteza del árbol
de la quina.
Todas estas fascinantes revelaciones, sustentadas en investigaciones científicas cada vez más avanzadas, nos invitan a reflexionar sobre la compleja interconexión que existe en la naturaleza. Para esto ayudaría volver la mirada a las obras de los naturalistas jesuitas del siglo XVII como Nieremberg y su discípulo Alonso de Andrade que publicó la hagiografía de Agustín Salumbrino. Ambos naturalistas conciben la naturaleza como una obra, un sistema ordenado y armonioso en el que cada elemento tiene un propósito y una función. Se ve la naturaleza como una creación divina llena de armonía y propósito, donde cualquier mal o imperfección podría ser interpretado como parte de un plan divino más grande y misterioso que los humanos no siempre pueden comprender.. El mal es visto como una ausencia del bien o de la bondad, producto de las influencias demoniacas, de la ruptura de la armonía natural y de la imperfección humana inclinada al pecado y al egoísmo.
-3-
La
Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias
Occidentales del
médico sevillano Nicolás Monardes, en su Segunda Parte publicada en 1571, podría
ser el primer libro conocido que informa sobre la existencia de la corteza del
árbol de la quina proveniente del Nuevo Reino, que en su obra identifica con
Cartagena y alrededores.
Monardes
fue autor de obras de medicina, tratante de esclavos que vendía en Cartagena de
Indias, comerciante de productos llevados y traídos del Nuevo Mundo y un
estudioso de las plantas americanas no obstante que jamás visitó este
continente. Por las noticias que recibió de viajeros que llegaban a Sevilla del
puerto de Cartagena de Indias, este sería un árbol de mucha grandeza, el
cual dicen, que lleva unas hojas de forma de corazón, y que no lleva fruto.
Este árbol tiene una corteza gruesa, muy sólida y dura, que en esto y en el
color parece mucho a la corteza del palo que llaman guayacán. En la superficie
tiene una película delgada blanquizca, quebrada por toda ella: tiene la corteza
más de un dedo de grueso, sólida y pesada, la cual gustada tiene notable
amargor, como el de la genciana. Tiene en el gusto notable astricción, con
alguna aromaticidad, porque al fin del mascarla respira de ella buen olor. Tienen
los indios esta corteza en mucho, y usan de ella en todo género de cámaras, que
sean con sangre o sin ellas. Los españoles fatigados de aquella enfermedad, por
aviso de los indios, han usado de aquella corteza y han sanado muchos de ellos
con ella. Toman de ella como una (…) pequeña hecha polvos, se tomase en vino
tinto, o en agua apropiada, como tienen la calentura o mal ha de tomarse por la
mañana en ayunas, tres o cuatro veces, usando en lo demás, la orden y
regimiento que conviene a los que tienen cámaras. Es tanto lo que la celebran
los que vienen de aquellas partes, que la traen como cosa maravillosa, para
remedio este mal, que cierto no es pequeño, según es difícil de curar la traen
como cosa maravillosa (…) Yo la he experimentado dos veces ya, con maravilloso
suceso, que ha quitado cámaras de mucho tiempo.
Monardes
no da el nombre del árbol sin embargo por su lugar de procedencia, selvas
lluviosas de América del Sur, y descripción coincide con el de la cascarilla o quina:
hojas en forma de corazón, no lleva fruto, corteza gruesa sólida y dura,
sabor amargo y astringente. Para un botánico de nuestra época técnicamente el
árbol de quina sí tiene fruto pues así se denominan a las cápsulas secas y
oblongas que contienen numerosas semillas pequeñas y aladas. Sin embargo, en el
contexto de la época y obra de Monardes estas cápsulas, a las que probablemente nunca tuvo a la vista, no serían denominadas
propiamente frutos. Estas semillas en forma de alas de mosca y muy livianas
toman tiempo en caer para que el viento las pueda llevar a un lugar propicio
para germinar. Como vemos, la inteligencia de este árbol para propagarse
ha probado no ser menor que la del Plasmodium.
El
uso medicinal del árbol corresponde con el de la cascarilla o quina: para
Monardes sirve para las calenturas o fiebres y en general para el mal de
cámaras. En el siglo XVI se denominaban como mal de cámaras a muchas
enfermedades respiratorias con fiebre, frío, tos; entre estas podríamos incluir
a la malaria o paludismo.
Si
partimos de la premisa de que el árbol sin nombre descrito por Monardes era el
de la cascarilla o quina (Cinchona) llegamos a la conclusión de que el árbol de
la quina era conocido y usado por sus propiedades medicinales ya
en el siglo XVI, si bien sin respaldo de la medicina de la época. Asimismo, que, dada la gran difusión del libro de Monardes en
Europa, la existencia del árbol y sus propiedades era conocida en este
continente, y obviamente por los jesuitas, antes siquiera de que Agustín
Salumbrino hubiera nacido. Sin embargo, le tocó a este último descubrir que
esta corteza era una cura específica y milagrosa de las tercianas y cuartanas,
vale decir la malaria o paludismo así como exportar regularmente la corteza al
viejo continente desde la Botica de la Compañía de Jesús en Lima.
-4-
Es verosímil la versión extendida de que el indio Pedro de Leyva haya sido una suerte de curandero chamán de Malacatos, Loja, lugar de la provincia donde se daba en abundancia el árbol de la quina.
Los
nativos sostenían que eran los espíritus o genios que moran en las plantas
quienes les revelaban sus propiedades curativas, lo que los hacía pasibles de
ser tachados de supersticiosos, ignorantes y perseguidos por los extirpadores
de idolatrías. Sin embargo, en Europa estas ideas estaban en el centro del
nacimiento de la medicina moderna con los paracelsistas. Como sabemos estos le
atribuían a arcanos o energías escondidas la facultad de transmitirlas al ser
humano, la lumen naturae. Recordemos la frase del jesuita Juan
Eusebio Nieremberger: la naturaleza es un poema que yace oculto bajo
una forma secreta y maravillosa o la existencia de gérmenes invisibles
del también jesuita Athanasius Kircher. La genética del siglo XXI no las denomina espíritus sino señales químicas y moleculares que interactúan en el ambiente. Sin embargo, seguimos sabiendo poco de los espíritus como de estas señales, que al final resultan siendo lo mismo: un misterio.
-5-
En
1572 el médico toledano Juan Fragoso publicó el libro Discursos de las
cosas aromáticas, árboles y frutales y de muchas otras medicinas simples que se
traen de la India Oriental y sirven al uso de medicina, en el que
copia parte de la descripción del árbol de Monardes, sin citarlo.
Fragoso fue médico de la Corte en tiempos de Carlos I y luego de su hijo Felipe II, en el palacio y monasterio de El Escorial. Los dos monarcas españoles más importantes de la historia. Si Fragoso hubiese experimentado con la corteza hubiese tenido la oportunidad de salvar la vida de sus dos ilustres pacientes. El lumen naturae recién empezaba a revelar su secreto.
Quienes
sufrían de las fiebres ponían su confianza en otras alternativas a la medicina.
W.A. Christian y S. Muñoz Calvo refieren que la religión y la magia suplían a
menudo la falta del remedio. Cuando el poderoso Carlos I enfermó de malaria,
iba a barrer la Iglesia de Santiago en Toledo para curarse. Esta era una
creencia religiosa extendida en la ciudad. Finalmente, el Plasmodium lo mató en
1586. Su hijo el rey Felipe II contrajo también varias veces la malaria,
muriendo de ella y otros achaques en El Escorial en 1598.
Felipe
II era atendido en el palacio y monasterio por sesenta médicos, uno de los
principales era Juan Fragoso. El tratamiento que daban a las frecuentes fiebres
tercianas del rey era el usual, sangrías, purgas, vómitos y dieta. Por razones
evidentes, el monarca tenía puestas sus esperanzas más que en los médicos en su
vasta colección de reliquias guardadas en una habitación contigua a su
dormitorio. Allí tenía la cabeza de Santa Undelina, la quijada de Santa Inés,
el brazo de San Ambrosio y el de San Vicente Ferrer, la rodilla entera de San
Sebastián, reliquias de María Magdalena y cajas con otros objetos y restos
sagrados.
Al
enfermar su hijo gravemente, el que sería Felipe III, el rey hizo colocar a la
cabecera de su cama una púa de la Corona de Espinas. Años después cuando Felipe
III era rey contrajo fiebres y curó. Según aseveraba el monarca fue en razón de
una reliquia de San Isidro Labrador puesta debajo de su almohada. Sin embargo,
la cura del mal se encontraba en una reliquia viva, un árbol, que crecía
en los reinos del Nuevo Mundo.
-6-
En
1639 se publicó en Barcelona la monumental obra de Fray Antonio de la Calancha Crónica
Moralizada del Orden de San Agustín en el Perú. En el capítulo que trata
sobre las excelencias y abundancias del Perú informa que: Dase un
árbol que llaman de calenturas en tierra de Loja con cuya corteza de color
canela echas polvos dados en bebida el peso de dos reales quita las calenturas
y tercianas; han hecho en Lima efectos milagrosos.
De
lo escrito por Calancha se deduce que los polvos de la corteza del árbol de la
quina se vendían en Lima para curar las fiebres en la década de los años 1630 y
que era medicina muy efectiva. Esto ocurre, en el período de gobierno del Virrey Conde de Chinchón y de su esposa la Virreina.
El
jesuita Bernabé Cobo, contemporáneo de fray Calancha, en su extensa obra
Historia del Nuevo Mundo da cuenta también de la cura de las fiebres de los
polvos para las calenturas, que proceden de Loja, y de su efectividad. Cobo señala que: Se han de tomar los polvos
en cantidad del peso de dos reales de vino o en cualquier otro licor poco antes
de que dé el frío. Estos detalles sobre como se ha de administrar los
polvos prueban la estrecha relación de Cobo con la Botica de la Compañía de
Jesús en Lima y con el hermano Agustín Salumbrino que la administraba. El texto
sugiere también que el manuscrito sobre plantas medicinales de Cobo se copiaba
a mano y circulaba como recetario entre la población.
En
Cobo es interesante resaltar también su testimonio sobre los polvos que curan
las fiebres: Son tan conocidos y estimados estos polvos no solo en todas las
Indias sino en Europa que con instancia los envían a pedir de Roma.
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En
los textos sagrados de las principales antiguas religiones del mundo el árbol
ocupa un lugar central en la interacción entre el ser humano, la creación y la
Divinidad. Es el árbol de la vida en las religiones judía, cristiana y del
islam. Y plantó Abraham un árbol tamarisco en Beerseba, e invocó allí
el nombre de Jehová Dios eterno (Génesis 21:33). En el Corán a la
entrada del Paraíso se encuentra el Árbol de la Felicidad, Tuba, cuya
sombra tarda en recorrerse unos cien años (Sura 13:29)
Siddhartha
Gautama se sentó a meditar debajo de un árbol y alcanzó la iluminación en la
tradición budista. En el Bhagavad Gita del hinduismo es el árbol de vida, el
Asvattha, que simboliza el Universo (Estancia 15-1). El arquetipo del
árbol es universal y se encuentra también en la tradición andina y
mapuche. El árbol es el lugar propicio para los pactos y juramentos en
que interviene la Divinidad.
En
la cosmovisión andina el árbol es el intermediario entre los tres mundos el de
arriba, donde habitan los astros y la Divinidad, el de abajo, donde se
encuentra la Madre Tierra, así como los antepasados y el mundo presente. El
árbol integra también los tres tiempos el pasado, el ahora y el futuro. El
árbol es de naturaleza femenina por su asociación con la luna y las aguas.
Estas categorías del pensamiento andino se ponían de manifiesto en los
rituales agrícolas, así como en el trato a la enfermedad (Ansión, 1986).
Los
procesos seguidos por los Tribunales para la Extirpación de Idolatrías de esa
época son valiosa fuente de información. Solo por citar el expediente de Luisa
Quellay sacerdotisa de un pueblo de la sierra norte, condenada por idólatra.
Bajo un resplandeciente plenilunio oficiaba en una quebrada de aguas
termales derramando chicha y coca en comunión con la naturaleza para pedir
mejores cosechas paleando la semilla que iba a sembrar con la rama del árbol de
taya conocido en el sur andino como tara. Estas eran ofrendas a los seres
sobrenaturales del mundo de abajo a la Pachamama, la divinidad femenina, la
Madre Tierra, a la que desde un inicio los indígenas identificaron con la
Virgen María, y a los antepasados a quienes se les despierta golpeando las
semillas para que propicien el buen crecimiento de las plantas. Al mismo tiempo
invocaba a la Madre Luna para que facilite la lluvia. La sacerdotisa accionaba
la rama del árbol como una varita mágica.
Para el
pueblo andino la curación física no se daba en una esfera distinta a la
religiosa. Los misioneros jesuitas en Juli para catequizar tradujeron las
oraciones del Catecismo al aymara. En el caso del Ave María no encontraron una
palabra o expresión equivalente a bendito (bendita Tú eres entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús). La traducción que
quedó fue Warminakan taypipan qullanätawa purakama achupa Jesús
wawamasti qullanarakiwa. "Bendita tu" y "bendito
es" quedaron como qullanätawa y qullanarakiwa, con
la raiz qulla que significa remedio que cura (Bertonio). En el
pensamiento e idioma aymara la Virgen María y Jesús tienen una connotación
concreta no abstracta; son quienes curan las enfermedades del cuerpo y el alma,
no por separado sino como dos caras de una misma moneda. Las palabras
bendito(a) o santo son abstractas carecen de significado en el idioma aymara.
Lo sagrado está implícito en la salud y viceversa. Lo mismo ocurría entre los
quechuas.
Para los andinos los antepasados siguen vivos e interactuando con el ahora asistiendo en las curaciones a través de varias puertas o vías que se encuentran en la naturaleza entre ellas los árboles y las plantas. La concepción lineal del tiempo es relativa. En el idioma quechua los sufijos que se utilizan para conjugar los verbos en pasado y presente son por lo general iguales a diferencia de las lenguas occidentales.
En
el pasado prehispánico estar sanos dependía de que pudieran conjugarse
armoniosamente los elementos o espíritus en la naturaleza. La salud era un
concepto espiritual, religioso, pues la Divinidad y la vida, la materia, eran
en el fondo lo mismo. Sólo de manera secundaria se interesaban por las
propiedades curativas de las plantas para restablecer la salud del que estaba
enfermo. Incluso en este caso, el acto de sanación estaba más dirigido a
restituir este equilibrio con la naturaleza, con el cosmos, que a estudiar
científicamente las propiedades medicinales de la planta. El sistema debió
funcionar bien e incluso algunas veces mejor que el occidental de los siglos
XVI y XVII. Esto no sólo por las propiedades químicas de la planta, como en el
caso de la quina, sino porque el sistema médico se sustentaba en miles de años
de experimentación y era holístico; tenía en cuenta no solo el cuerpo del
paciente sino también su estado anímico.
-8-
La
identificación específica de la corteza del árbol de la quina para detener la
malaria llegó en las primeras décadas del siglo XVII. Esto en parte porque su
especie más letal el Plasmodium falciparum recién hizo su ingreso al Nuevo
Mundo con la masiva migración de esclavos del África. Y se necesitaba la
llegada de alguien como Salumbrino que conociera bien la malaria, tuviera
amplia experiencia en su tratamiento, que supiera distinguir la peculiaridad de
sus fiebres y síntomas. No se conformó con la tradición de Galeno, con las
sangrías y demás remedios tradicionales. Al experimentar con la corteza del
árbol de la quina descifró el acertijo y difundió la medicina.
Fue Agustín Salumbrino quien logró armar el rompecabezas juntando la enfermedad de la malaria o paludismo con el remedio. Unió el conocimiento tradicional de los nativos americanos con el mejor entendimiento que se tenía entonces de la malaria en Occidente. Asimismo, tuvo el mérito de hacer conocer la corteza del árbol de la quina en todo el mundo haciendo remesas continuas a España e Italia de donde terminó salvando vidas en todos los continentes. Esta hazaña empequeñece a los grandes conquistadores militares. Alejandro Magno conquistó el Asia, pero sucumbió a la picadura de un mosquito.
-9-
En el Perú, antes de que Ricardo Palma naciera ya había un médico que publicaba sobre las bondades del árbol de la quina o cascarilla. En sus Cartas Históricas a un Amigo, publicado en Lima en 1812, el proto cirujano José Pastor Larrinaga da cuenta de la novedad y de la resistencia que tenía la cura con esta planta entre connotados médicos de España, Paris e incluso de Lima:
“No ignoro
(dice doña Oliva de Sabuco en el Diálogo de la Verdadera Medicina) que todo
principio de cosa nueva es dudoso y dificultoso de ser admitido en la opinión
de los hombres, como fue la que trajo Colón en tiempo del Emperador Carlos V …,
que había otro Mundo de aquel cabo del mar. Lo cual le pareció a todos una cosa
nueva, y tan no hablada en el Mundo…que por mucho tiempo no le dieron crédito, hasta
que por su gran importunación quisieron probar y experimentar si aquel hombre
tenía razón en lo que decía, y así se probó y se halló su verdad tan buena como
todos saben”
Supuesto que
nos sirve de Exordio el feliz descubrimiento de nuestra amada Patria, empecemos
con la Quina o Cascarilla, siquiera porque es una Paisana tan recomendable, que
de no haber precedido el descubrimiento de la América por el inmortal Colón,
hasta ahora careceríamos de un específico tan singular; y por que a la verdad
la Quina, hoy es un remedio universal para todas la enfermedades internas y
externas del cuerpo humano.
El previsible rechazo inicial que tendrían los médicos en España y otros países de Europa a una medicina que ponía en cuestión tratamientos médicos con dos mil años de vigencia explica el cuidado que tuvieron los jesuitas en llevar en secreto los primeros polvos de quina o cascarilla al hospital del Espíritu Santo en Roma, bajo control de la Compañía de Jesús. Este hecho lo hace notar Ricardo Palma en su tradición Los Polvos de la Condesa: Los jesuitas guardaron por algunos años el secreto, y a ellos acudía todo el que era atacado de tercianas. Por eso, durante mucho tiempo, los polvos de la corteza de quina se conocieron con el nombre de polvos de los jesuitas.
Larrinaga da cuenta del rechazo de la quina o cascarilla entre los médicos
de España e Italia, e incluso los de Lima, cuando se hicieron públicos sus beneficios y accesibilidad gracias a los jesuitas:
Si hablamos pues
de la Quina, nos hallaremos con las terribles contradicciones, mofa y desprecio
que experimentó en su persona de todos los Médicos de Madrid el Dr. D.
Cristoval Vega (nota: debe estar refiriéndose a Juan de la Vega, médico
de la corte de los Virreyes de Chinchón en Lima). A este sabio Profesor no
le sirvió de escudo ni su veracidad, ni la protección de los Excmos Señores
Condes de Chinchón, en cuya comitiva regresó a España por los años de 1639.
Tampoco le sirvió decir que dicho específico y el modo de usarlo lo aprendió de
un Gobernador de Quito, al ver este que en la misma Excma. Virreyna se hicieron
inútiles en la curación de las tercianas los más acreditados remedios que se
conocían por entonces en la Europa. ¡Qué no dixo contra este sabio Médico y
contra la Quina el Dr. Colmenero, catedrático de Prima de Medicina en la Real
Universidad de Salamanca! Por último, no hay más que añadir para comprobación
de la terquedad de mis Comprofesores de Lima, el ejemplo de aquellos
Salmanticenses, sino el que se puso a defender Colmenero en unas conclusiones
públicas en dicha Universidad de Salamanca: Que el médico que diese la Quina a
los enfermos era un temerario y pecaba gravemente. Casi otro tanto dixeron en
la Italia Baglivio, Ramacini y otros muchos.
Sobre
el origen diabólico que algunos médicos atribuían a la quina o cascarilla, Larrinaga,
a pie de página cita el caso del médico francés Francisco Blondel:
Médico hubo
tan cerrilmente obstinado sobre esta materia (Francisco Blondel, Profesor de la
Universidad de París) que viendo por experiencias innegables los buenos efectos
de la Quina en las fiebres intermitentes, persistió en que no se podía en buena
conciencia usar de este remedio, diciendo que la sanidad que mediante él
lograban los enfermos, era efecto del pacto que para este fin habían hecho los
Americanos con el Diablo.
-10-
El
árbol, cualquiera sea su especie, se aprecia desde distintas perspectivas. Como
un objeto, raíz, tronco y copa o como un conjunto de procesos químicos, la
fotosíntesis; también por su utilidad. Sin embargo, tratar de definir nuestra
relación con las plantas es como tratar de explicar la alegría, la música, la
amistad, el amor de los padres o el bosque de Gaudi en la Sagrada Familia;
asuntos que tienen que ver más con el reino de las emociones y el misterio. Desde que es
semilla el árbol es una incógnita. ¿Qué fuerzas intervienen para que brote y
crezca? ¿Cómo la pequeña y alada semilla del árbol de la quina puede contener en sí el código para desarrollar un árbol cuya corteza salvó a la humanidad, una suerte de maná caído del cielo?
El jesuita de la India Anthony De Mello cuenta lo esencial que se ha dicho sobre el árbol:
Un sabio pregunta a su discípulo si alguna vez ha visto un árbol. Después de
escuchar largas descripciones y explicaciones de su discípulo el sabio le
contesta:
-¿Qué
dices? ¿Qué has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de
árboles? Ya.
Pero
lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un
árbol, no has visto realmente el árbol.
-INTERNET ARCHIVE, manuscrito original de Historia del Nuevo Mundo del Padre Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús, 1653
-GEORGE KING, A Manual of Cinchona Cultivation in India, Calcuta, 1880.
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