Capítulo 3: EL PLASMODIUM


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Excarcelado Agustín Salumbrino los jesuitas lo acogieron en su Casa en Milán y en el Colegio de Brera sirviendo como enfermero y en otros quehaceres. Esto debió ocurrir alrededor de 1584, el mismo año en que muere San Carlos Borromeo.

 
Poco después de los acontecimientos que vivió Agustín Salumbrino en Roma el cardenal Carlos Borromeo, protector de Salumbrino, llegó a Turín en el Piamonte en el mes de setiembre de 1584. De allí se dirigió al Santo Monte de Varallo cerca al castillo de Arona de propiedad de su familia y donde nació. En la región de la Lombardía, al norte de Italia, la Casa de los Borromeo era una de las más nobles, ricas y poderosas; al lado de los Visconti, Sforza y los Gonzaga de Mantua. 

 

El Santo Monte fue construido en la segunda mitad del siglo XV sobre las faldas del cerro de las Tres Cruces, reproduciendo la estructura urbanística de Jerusalén para recrear con sorprendente realismo la pasión y muerte de Jesucristo. La idea fue de un fraile franciscano llamado Bernardino Caimi como una respuesta práctica a la imposibilidad de que los peregrinos fueran a la Ciudad Santa en razón de la caída de Constantinopla, imperio romano de Oriente, en 1453. Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Fue en este Santo Monte que el cardenal Borromeo contrajo la malaria.

 

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El mundo del Plasmodium, causante de la enfermedad, era inimaginable en el siglo XVI. Fue recién en 1880 que el médico militar francés Charles Louis Alphonse Laverán, destacado en Argelia, lo descubrió en la sangre de soldados muertos por la malaria gracias a un rudimentario microscopio. Desde entonces se abrió para la ciencia la exploración de un territorio que en parte permanece aún desconocido; así, por ejemplo, no se conocen las leyes que lo regulan o del porqué la quinina una sustancia proveniente del árbol de la quina logra detener a sus ejércitos depredadores.

 

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 Con lo que ahora sabemos de la estrategia y mecanismos del Plasmodium y gracias a la obra Vida de S.Carlos Borromeo de Juan Pedro Guissano, Juan Carlos Bascapé, Juan Bautista Posseuino y Marco Aurelio Gratarola escrita a principios del siglo XVII,  todos ellos contemporáneos a los acontecimientos cuando no testigos presenciales (como el caso del padre Bascapé que estuvo a la cabecera del lecho en que murió Carlos Borromeo), contamos con el registro detallado del desarrollo de su enfermedad.

                                              

Pocos días antes de que el cardenal sufriera los primeros síntomas un mosquito infectado le succionó la sangre al mismo tiempo que le inyectaba su saliva en la piel. El líquido del insecto contenía extrañas criaturas en forma de filamentos que entraron al torrente sanguíneo del cuerpo del cardenal dirigiéndose al hígado donde penetraron sus células y empezaron a dividirse tomando una forma oval, creciendo hasta hacer estallar las células del hígado. Las criaturas resultantes del estallido se multiplicaban  rápidamente. Convertido en un ejército virulento entraron al torrente sanguíneo de su víctima con el propósito de empezar la feroz cacería de glóbulos rojos para nutrirse de sus proteínas.

  

El 24 de octubre de 1584 el cardenal sufrió los primeros escalofríos, fiebres infernales y sudoraciones señal de que el enemigo había logrado su propósito de penetrar y enquistarse en millones de glóbulos  rojos para alimentarse de sus proteínas haciéndolos estallar para engendrar millones de otros depredadores. La temida metástasis. Las fiebres se repitieron de manera periódica los días 26 y 28 de octubre conforme el  sistema inmunitario del cardenal hacía desesperados esfuerzos por rechazar al invasor del cual recién se percataba.

 La destrucción de los glóbulos rojos causó que arterias y venas del cardenal se obstruyan y la muerte de otras células importantes que protegían su cerebro. A la anemia le siguió la pérdida del estado de conciencia. Probablemente sufrieron severo daño también sus pulmones y riñones.   

 La estrategia y tácticas del Plasmodium, entre ellas el camuflaje, le permitieron evadir las células, tejidos y órganos que constituían el sistema inmunitario del cardenal. Fracasó también el tratamiento de los médicos. 

El  cardenal murió ese domingo a los cuarenta y seis años de edad. Sus últimos días los pasó confundido, sin poder sostener diálogo, consumido por las fiebres casi continuas y en sueño profundo. Señal de que el Plasmodium había tomado su cerebro. Perdidas todas la batallas la guerra llegó a su fin. 

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 Los autores de Vida de S.Carlos Borromeo narran en detalle lo que bien podría constituir la historia clínica del cardenal Borromeo desde que empezaron sus primeros síntomas en el Santo Monte de Varallo:

 

…a los veinticuatro de octubre tuvo una primera calentura…

 

A los veinte y seis tuvo el segundo accidente, señal cierta ser terciana: dio parte al Confesor (cosa en él rara, solía pasar cinco accesiones sin hacer sentimiento, ni dar muestras del mal) le ordenó remitiese algún tanto el rigor de la penitencia y moderase las largas meditaciones. Obedeció prontamente: vino en que le cocinaran el pan en agua sola sin sal u otro aderezo: admitió para dormir un jergón de paja y por divertimiento de la oración anduvo reconociendo las Capillas del Monte…no dejó de decir misa todos los días, aun los de la terciana, no viniendo la accesión a aquella hora.

 

A los veinte y ocho tuvo el tercer término, que le afligió en demasía; más con gran vigor de espíritu alentaba lo débil de su consumado cuerpo…Faltaba solo tres días a la solemnidad de Todos Santos, que con Rito Pontifical deseaba celebrar en su iglesia de Milán como otros años; era también forzoso pasar primero a Ascona a concluir la fundación del Colegio que dejó comenzado.               

 

CASTILLO DE ARONA, 29 DE OCTUBRE DE 1584

Caminó el santo desde la cumbre a la falda a pie con notable brío; subieron en los caballos en el burgo de Varallo, pasó a su castillo de Arona, camino de diez y ocho millas molestísimo, a los veinte y nueve de octubre; y aunque llegó tarde, hizo luego prevenir una barca para ir aquella noche a Ascona por el Lago Mayor, distante cincuenta millas del Castillo.

 

EN EL COLEGIO JESUITA DE ASCONA, 30 y 31 DE OCTUBRE DE 1584

Entró en la barca a tres horas de la noche habiendo tomado una sola panetela en casa del cura de Arona… …Reposó vestido sobre un traspontín; se levantó a las tres de la mañana, rezó Maitines con los suyos…Hasta que llegó a Canobio cerca de las seis de la mañana…Se reparó con un poco de pan cocido, volvió a la barca, encaminó a Ascona.

Estando leyendo la escritura de fundación del Colegio, le vino la cuarta calentura a las doce o algo más del día, con       que acabada esa acción, apresuró su vuelta a Canobio, donde teniéndole prevenida cama, la hizo quitar; se recostó solo en el fervor del mal, en un jergón de paja, sin ser parte del accidente a remitir el extremado rigor de su acostumbrada penitencia. La calentura le molestó hasta tres horas de la noche…

Pasado el accidente, le pareció estar para poder caminar, comió del pan cosido con intento de tomar luego la barca y llegar aquella noche a Arona para volver a Milán a la Fiesta de los Santos; le disuadieron los suyos, por el peligro grande de acrecentarle el mal si navegaba la noche, habiendo la precedente sosegado tan poco que se hallaría sin fuerzas para la solemnidad papal como pensaba; le vencieron los ruegos pasó con gran quietud la noche.

La mañana, gran tiempo antes del día, le hallaron en oración en su aposento, donde de rodillas rezó el Oficio Divino con sus camareros. Se previno para decir misa, la celebró de mañana…en la iglesia de la Piedad, aunque tan flaco que no podía humillarse a la genuflexión si no era ayudado de los asistentes; y por ser víspera de los Santos, no quiso por la enfermedad excusar el ayuno; tomó solamente una cuchara de agro de cedro por obediencia del médico. Después entró en la barca para Arona.

 

EN EL COLEGIO JESUITA DE ARONA, DE LA TARDE DEL 31 DE OCTUBRE AL 02 DE NOVIEMBRE DE 1584

Llegó a las cuatro de la tarde a Arona; lo recibió el conde Renaro, que le esperaba, y queriendo llevarle a su palacio donde le tenía prevenido hospedaje, no pudo persuadirle a complacerle, dijo quería alojarse con los padres de la Compañía de Jesús, por no llevar salud; y que si acaso sobrevenía algún accidente grave, tener más a mano las ayudas espirituales.

Sosegó quietamente aquella noche, despertó a la una y media, dijo había reposado muy bien. Se vistió, se puso en oración, perseveró en ella hasta las cinco; la dijo a las siete y media y por ser día de Todos los Santos concurrió mucha gente a comulgar…Fue esta la última misa y última acción episcopal.

Quedó después en la iglesia a oír misa…Y por ser día de terciana, le aconsejaron los médicos no caminase y ordenaron que en el aumento del mal tomase cantidad de agua caliente de cebada y otros medicamentos para provocar sudor y sueño. Le vino la quinta accesión a medio día, más recia que otras veces, con notable peoría. El agua y sueño le alteraron de manera que no le dejó más la calentura y estuvo muy inquieto. El viernes día de los Difuntos quería decir misa. No fue posible por la gran flaqueza. Pasó a la iglesia a oírla. Se reconcilió y recibió la sagrada comunión, con devoción admirable, estando siempre arrodillado rezó allí el Oficio Divino. Y tomando alguna refección entró en la barca, se recostó en un lecho que le tenían prevenido. Así llegó a Milán el mismo día por el Ticino y Nauillo (acueducto de este río a Milán). Lo acompañó desde Arona el conde Renaro Borromeo; no le faltó del lado hasta el último aliento.

 

EN MILÁN, EL 2 Y 3 DE NOVIEMBRE

Le enviaron a dos millas de Milán la litera en que llegó a su palacio dos horas de noche…No quiso faltar a su santa costumbre de ir primero a la Capilla a hacer oración después fue al lecho no casi pudiendo tenerse en pie por la extremada flaqueza. Y aunque resignado en Dios y dispuesto a pasar a la otra vida, siendo voluntad divina, no quiso como prudente faltar a los remedios humanos. Mandó llamar al punto su médico ordinario. Le dio menuda cuenta del discurso de su enfermedad para que le aplicase los remedios convenientes…

La mañana siguiente, tres de noviembre, habiendo a la nueve antes del mediodía tomada la refección que le ordenó el médico hizo llamar sus camareros para rezar en su compañía el Oficio Divino, como acostumbraba siempre. Le advirtieron que le haría gran daño por ser la calentura continua y podía aumentarse, que bastaba oírle. Se detuvo, pidió parecer al padre Adorno que le aconsejó lo mismo, con que se quietó…

Vinieron a esta sazón los médicos y consultando el estado del enfermo conocieron la gravedad del mal, no sin peligro de vida. Acordaron acompañarlo con otro médico por ir con mayor acierto…

A las dos de la tarde volvieron los médicos y viendo que no le había venido el accidente lo tuvieron por buena señal…De allí a poco vino el crecimiento sin frío, acompañado de grandísimo sueño. Volvieron los médicos y tomándole el pulso conocieron que la virtud iba faltando y le quedaban pocas horas de vida, cosa inesperada. Vinieron en este medio los canónigos ordinarios de la Iglesia Mayor a visitarlo…le pidieron la bendición…más estaba ya en términos que no pudo decirles cosa alguna… Se vio al amoroso padre mover los dedos y querer alzar el brazo para bendecirlos, mas ya no tenía fuerzas. Ayudado de uno de los suyos dio la bendición a todos.   

Llegó luego el cabildo de la Iglesia Mayor  con el Santísimo Sacramento. Dio muestras y señales claras, con manos y cabeza, de querer salir de la cama…más no pudo mostrando memoria de cuanto se había acordado aquella mañana del modo de comulgar.

Preguntado si quería recibir la Extremaunción, levantando la cabeza cuanto pudo hizo señas que sí. Y mientras era ungido con el Santo Oleo, se esforzaba a responder al Sacerdote que le ungía y casi al punto entró en la agonía de la muerte.

Estuvo aquella bendita alma en agonía desde el anochecer por espacio de tres horas.; más con gran quietud y serenidad sin muestras ni movimientos descompuestos y a modo que reposase tranquilísimamente  y fijos los ojos en un Crucifijo, como riéndose con un semblante angélico hizo su feliz tránsito…Hizo el último oficio de cerrarle los ojos el padre Carlos Bascapé que estaba a la cabecera…                                                                          

  

Malaria, cuadro de Antoine A. Ernest Herbert
                    


                                                                           
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El duque de Terranova, Carlos de Aragón, gobernador del Milanesado por encargo de Felipe II fue a despedirse del agonizante Arzobispo y Cardenal. El duque, hombre de armas y siciliano de origen, tenía como misión principal asegurar la provisión de la plata venida del Virreinato del Perú para pagar los ejércitos imperiales que combatían en los Países Bajos. Para el duque el mundo visible era el de los soldados luchando, el ruido de los arcabuces y los cañones, las espadas y lanzas atravesando cuerpos, el olor a sangre y el gusto de la mandrágora que tomaban los heridos antes de que se les amputara un miembro.  Era incapaz de ver los ejércitos encubiertos de los microbios en los campos de batalla.  La muerte por malaria, infecciones y otros males se aceptaba con la mayor resignación no así la falta de pago al ejercito y mercenarios para combatir a los protestantes.  
El papa Gregorio XIII llegó a Milán a los funerales movido por la gran amistad que los unía. Entre la multitud que desfiló ante sus restos mortales debió estar el joven Salumbrino, recién liberado de su prisión en Roma.   
El cardenal Carlos Borromeo no imaginó que el enemigo vivía dentro de él desde hacía menos de un mes. Al ser invisible era más peligroso que los calvinistas y luteranos. Es cierto que el mal venía volando por el aire pero  no con las brujas de Melsocina a las que había quemado un año antes sino en el estómago del mosquito Anopheles.

Fueron muchas las reliquias de San Carlos Borromeo que se generaron con su deceso. Una de ellas el pequeño trozo de una de sus costillas que tiempo después el sacerdote jesuita Diego de Torres Bollo entregó dentro de un relicario al rey Felipe III de España, hijo de Felipe II y nieto de Carlos I. Torres Bollo estaba de regreso al Perú con cincuenta jesuitas, varios de ellos italianos; entre ellos el hermano Agustín Salumbrino.

 

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El año de la muerte del cardenal Borromeo, el príncipe italiano Luis Gonzaga de diecisiete años de edad llegó a estudiar al Colegio de Brera, en Milán donde se encuentra con Agustín Salumbrino. Entre ellos nace una hermandad que duraría el poco tiempo que le quedaba de vida al joven príncipe. Luis Gonzaga era el hijo primogénito del marqués Fernando Gonzaga y heredero de Castellón de Stiviere en la Lombardía. La Casa de los Gonzaga estaba estrechamente relacionada a la de los Borromeo. Ambas gobernaban poderosos estados militares del norte de Italia, independientes pero sujetos en última instancia al Imperio Español.


muerte de San Luis Gonzaga-San Luis Gonzaga Quito Ecuador

                  Cuadro: Muerte de San Luis Gonzaga, en Iglesia de la Compañía de
                      Jesús en Quito, Ecuador


De niño el príncipe Gonzaga presentó el síntoma de las cuartanas, fiebre cada cuatro días, causado por el Plasmodium malarie.  Haciendo la salvedad que los términos tercianas o cuartanas usado antiguamente se refería a cuadros de malaria que bien podrían ser casos de infecciones mixtas de varias especies de Plasmodium (P.falciparum, P.vivax, P.malarie y P. aovale) o fases distintas de la enfermedad. La que afecto a Borromeo debió ser la P. falciparum, la más mortal.

El noble, a quien luego se conocería como San Luis Gonzaga, vivió en su niñez en zonas pantanosas del norte de Italia, en Castellón, Mantua y Solferino, donde la malaria era endémica. Hecho que no hace sino confirmar que sufría del parásito.

El microbio quedó en el cuerpo del Príncipe por el resto de su corta vida y seguramente fue infectado varias veces a través de nuevas picaduras del mosquito. El Plasmodium malarie a diferencia del Plasmodium falciparum si bien no necesariamente mata solía debilitar progresivamente el aparato inmunológico de su víctima exponiéndolo a otras enfermedades. La malaria suelen causar anemia, y extenuación. Asimismo daños renales y retención de orina, cuadro de hidropesía, padecimientos que sufrió Luis Gonzaga. Su aspecto demacrado bien pudo deberse a la ictericia causada por el Plasmodium.

El joven príncipe pasaba por entonces por momentos difíciles ante la férrea oposición del marqués, su padre, a que siguiera su vocación religiosa; lo que importaba renunciar al gobierno de Castellón de la Stiviere en su condición de primogénito.

Gonzaga permaneció estudiando en el Colegio de Milán por espacio de casi nueve meses hasta el mes de julio de 1585 en que regresó a Castellón para continuar a Roma, ya con la venia de su padre para ingresar al noviciado de la Compañía de Jesús.

En esta ocasión lo acompañó Salumbrino, como se desprende de su biografía. El viaje de Milán a Roma fue anterior al que los dos realizaron años después en 1589. Con relación a este primer viaje, en la hagiografía de Salumbrino se consigna que llegados a Roma Gonzaga y Salumbrino se entrevistaron con San Felipe Neri y con San Félix de Cantalicio o Capuchino. San Felix murió en mayo de 1587, por tanto tiene que tratarse de un viaje anterior al segundo del que tenemos conocimiento en 1589 en que Agustín Salumbrino acompañó a San Luis Gonzaga en un viaje desde el noviciado de Roma a Castellón para evitar una confrontación entre su hermano Rodolfo, príncipe de Castellón, y su primo Vicente I, duque de Mantua. Esto corrobora que la amistad entre el príncipe Luis Gonzaga y Salumbrino data de la época en que se conocieron en Milán años antes que fueran novicios.

Luego de cumplir una serie de visitas protocolares a los personajes más importantes de Roma, entre ellos al propio papa Sixto V, Luis Gonzaga ingresa al noviciado de San Andrés en Roma el 25 de noviembre de 1585, Día de Santa Catalina de Alejandría. En tanto que Salumbrino regresa al Colegio de Brera en Milán a seguir prestando servicios a la Compañía de Jesús. Un año después a más de diez mil kilómetros de distancia en la capital del Virreinato del Perú nacía Isabel Flores de Oliva, conocida luego como Santa Rosa de Lima. Entre los dos personajes se dan extrañas coincidencias en el tema de la malaria, su curación y hasta con el de los mosquitos que transportan al Plasmodium.   

                     Fresco de Dioscórides en la pared de la Botica de los jesuitas
                     en el Colegio de Roma

La hagiografía de Salumbrino da cuenta que ejerció el oficio de enfermero en el Colegio de Milán, ocupación a la que se dedicaría toda su vida. Lo que pone en evidencia su temprana y constante vocación de servicio a los que sufren en razón de un padecimiento físico.   

Gracias a su trabajo al servicio del conde Mansel contaba también con el conocimiento en el cultivo de la vid y producción de vinos lo que explica la facilidad con la que se dedicó también a la farmacia en esa ciudad para tener a la mano las medicinas y estar satisfecho de que eran buenas que no pocas veces por no ser tales en lugar de sanar dañan.   
El Colegio de Brera favorecía el aprendizaje y práctica de los oficios de la salud. Tenía un importante número de alumnos, quinientos en ese tiempo, más sacerdotes, hermanos coadjutores y criados, sin contar a los demás religiosos de la Casa Profesa y a los pobres en los hospitales a quienes los religiosos jesuitas asistían. Una población que justificaba el tener una enfermería, una huerta de plantas medicinales y una botica. Contaba también con una biblioteca surtida de libros de medicina y farmacia.

Se encontraba en Milán, una de las principales ciudades de Italia,  el Hospital Mayor llamado la Ca´Grande; uno de los más importantes de Europa. Fue construido en 1546 por iniciativa de Francesco I Sforza, abuelo de Catalina Sforza de Forlí, y fundador de la dinastía Sforza en Milán. La farmacia del Hospital Mayor, con huerta de plantas medicinales, aprovisionaba a los demás hospitales, proporcionaba medicinas gratuitas a los pobres y era un centro donde se formaban en la práctica los farmacéuticos como Agustín Salumbrino.

El Colegio de Brera integraba la red de los Colegios de la Compañía de Jesús en Europa, Asia y América. Esto le facilitaba recibir información sobre nuevos productos medicinales así como la posibilidad de adquirirlos. Una de las novedades de la época fue la llamada piedra bezoar proveniente del Virreinato del Perú que crece en el aparato digestivo de los auquénidos andinos y a la que se le atribuía propiedades contra venenos.

El jesuita José de Acosta, quien residió muchos años en el Colegio de San Pablo de Lima, escribió en su obra Historia Natural y Moral de las Indias publicada en Sevilla en 1590 sobre el bezoar así como sobre las medicinas naturales de México y Perú; elogiando el conocimiento que de las plantas se tenía en la época de los imperios prehispánicos del Nuevo Mundo. Quizás Salumbrino haya escuchado esto del propio padre Acosta, cuando se encontraba en el noviciado, y este visitó Roma en los meses de setiembre y octubre de 1588. 
En adición, el Colegio de Brera mantenía estrechos vínculos con los médicos de la ciudad de Milán. Por decreto de 1584 El Colegio Médico de Milán reconoció hasta tres años de estudio en el Colegio de Brera a cuenta de los siete años que se exigían para otorgar el grado profesional para ejercer la medicina.

Salumbrino también se especializó en cocina en el Colegio de Brera, pues a falta de medicamentos para curar enfermedades, como la malaria, la dieta para robustecer al paciente resultaba en ocasiones lo apropiado. Muchas veces una buena alimentación curaba más que la medicina de ese tiempo.
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Después de haber permanecido cuatro años en Milán al servicio de los jesuitas, Salumbrino viajó a Roma. Le parecían amargas todas las fiestas del mundo, en nada hallaba favor, en todo hallaba disgusto. Y conociendo por experiencia su fragilidad e inconstancia se resolvió pisar cuanto adora y buscar los bienes eternos en una Religión en que viviese con quietud, sin pretensiones ni pundonores del mundo, según narra su hagiografía. 

Dudó entre ingresar a los Hermanos Capuchinos de la Orden de San Francisco o a la Compañía de Jesús. Finalmente decide por la última, quizás guiado por el padre Próspero Malavolta, rector del Colegio de la Compañía de Jesús en Mantua. Su biografía sin embargo atribuye esta decisión a una nueva aparición de la Virgen María quien lo guio diciéndole que aquella era la voluntad de su hijo y suya. Esta sería la segunda aparición sobrenatural de la que se tiene registro escrito.


El conde romano Alejandro Aurelio Mansel quería recuperar a Agustín Salumbrino. Cuándo se enteró de su decisión de ingresar a la Compañía de Jesús reclamó al superior jesuita y dio muchas quejas a la Religión por haberle recibido sin su orden, sabiendo que era su criado y tan válido suyo. Vino furioso al noviciado, se le dieron francamente para que le hablase y le llevase consigo si él gustase de volver a su casa. Porque la nobleza de nuestra Religión no quiere sujetos forzados. La batería fue muy recia y que necesitó un muro tan fuerte y pertrechado para resistirla, como era él de tan valeroso, aunque nuevo soldado en la milicia de Cristo.

El conde le ofreció honores, riquezas, puestos, adelantamientos, su voluntad y ser dueño de su casa. Le puso delante cuanto había hecho por él, adelantándole a todos los de su casa, la ingratitud dejarle cuanto más necesitaba, el desconsuelo que padecía sin él, el grande que tendría en llevarle consigo y tenerle siempre a su lado. 

Esa persona a la que tanto había admirado e idealizado ahora ya no lo satisfacía. Prefería el silencio al ruido del mundo del poder y del dinero. No obstante las manipulaciones y ofrecimientos del conde Agustín Salumbrino se mantuvo en la decisión de permanecer en la Compañía de Jesús. 
Así fue que ingresó al noviciado de San Andrés en Roma en 1588, reencontrándose con San Luis Gonzaga que cursaba su tercer año. Salumbrino tenía 24 años de edad. Ya era un viejo conocido de la Compañía de Jesús por su época de estudiante y por su trabajo como enfermero y boticario.

Fue entonces que se dio un grave enfrentamiento entre Rodolfo Gonzaga, príncipe reinante de Castillón, hermano de Luis, con su primo Vicente I Gonzaga, duque de Mantua, sobre a quién le correspondía heredar el estado independiente de Solferino. Por mediación de las madres de ambos, con deseos de preservar la paz, acuerdan acudir al novicio Luis Gonzaga a quien el duque apreciaba y a quien Rodolfo le debía todos sus bienes, al haberlos heredado en razón de su renuncia para hacerse jesuita.

Por orden del padre general de la Compañía de Jesús, el padre Claudio Acquaviva, Luis Gonzaga se aprestó a viajar a Mantua y a Castellón. Aquí es donde este último solicita lo acompañe Agustín Salumbrino, como enfermero, conforme a la biografía de Salumbrino de 1666. La de San Luis de Virgilio Cepari que data de  1603, da cuenta de esta designación indicando que le dieron por compañero un hermano coadjutor muy cuerdo, a quién los superiores encargaron que cuidase de la salud de San Luis y a este le ordenaron que obedezca a su compañero en todo lo que tocase a la salud.
La comitiva partió de Roma el 12 de setiembre de 1589. San Luis y Salumbrino se hospedaron en el castillo de Castellón, bajo gobierno de su hermano Rodolfo. Desde allí realizaron viajes frecuentes a Mantua, a tratar con el duque procurando conciliar ánimos y llevar a un feliz término la controversia sobre Solferino.
Mantua estaba situada en medio de un gran pantano, como una isla, lo cual le daba una gran ventaja militar. Desde tiempos antiguos la malaria era tema importante en el arte de la guerra. Se sabía que la proximidad de aguas estancadas de poca profundidad era fuente del mal, aunque no se conocía cual era la asociación con el Plasmodium y  el mosquito. De aquí que cuando el enemigo sitiaba una ciudad rodeada de pantanos, como Mantua, su gobernante optaba por la guerra biológica. Sólo había que esperar con paciencia a que el Plasmodium y los mosquitos hicieran su trabajo destruyendo al enemigo que acampaba en la ciénaga. Robert Sallares, citando a Mirko Drazen Grmek, señala que esto mismo ocurrió cuando los atenienses sitiaron Siracusa en Sicilia en el año 413 AC.  

El conflicto no llegó a mayores, el príncipe de Castillón y el duque de Mantua llegaron a un acuerdo dándose por zanjada la controversia sobre Solferino volviendo la paz a la familia Gonzaga.

A continuación San Luis y Salumbrino cabalgaron de Roma a Milán donde llegaron el 25 de noviembre de 1589. En esta ciudad permanecieron hasta principios del mes de mayo de 1590 en que regresaron a Roma.

Agustín Salumbrino hizo sus primeros votos simples de obediencia, pobreza y castidad en 1590. Tenía entonces 26 años de edad.

Fue a principios del otoño de 1590, año en que regresó a Roma con San Luis Gonzaga, que el papa Sixto V sucumbió a la malaria. Se realizó de inmediato el cónclave para designar a un nuevo Pontífice, resultando electo Urbano VII quien murió apenas a los trece días infectado también por el Plasmodium.

Al año siguiente San Luis cae enfermo de fiebre, parece haber sido una combinación de la malaria e e ictericia  que ya habían minado su organismo, y la peste de la tifoidea. Lo llevaron a la enfermería de la Compañía dónde muere la noche entre el 20 y 21 de junio de 1591 a la edad de veintitrés años. Es posible que Salumbrino fuera quien atendió a su amigo en punto de muerte así como lavado y compuesto su cadáver, oficio que también cumplía el enfermero. 


Bibliografía del Capítulo 3

En adición a la hagiografía de Agustín Salumbrino en este Capítulo 3 hemos recurrido a la las siguientes fuentes complementarias:


-AVENZOAR, Libro que reune los jarabes y electuarios, siglo XI, manuscrito y traducción publicado por Archivo de la Frontera.

-VIRGILIO CEPARI, Vida del Bienaventurado San Luis Gonzaga, 1602 (traducción del italiano al español por Juan de Acosta, Barcelona 1863)

-JUAN PEDRO GUISSANO, Vida de San Carlos Borromeo, Madrid, 1626

-FAUSTINO LOMBARDELLI, Il Libro De Gli Esercitii Spirituali di S.Ignatio Loiola, Facilitato, Venecia, 1688

-JOHN MURRAY, Hand Book for Travellers in Switzerland, and the Alps of Savoy and Piedmont, Londres, 1852

-FRANCIS COGHLAN, Hand Book for Travellers in Italy, Londres, 1857

-CECIE STARR, RALPH TAGGART, Biología La Unidad y la Diversidad de la Vida, Undécima Edición

-JAIME CORREA CASTELBLANCO S.J, San Luis Gonzaga, Santiago de Chile, 1994

-JARED DIAMOND, Guns, Germs and Steel, Nueva York 1999

-ROBERT SALLARES, Malaria and Rome, History of Malaria in Ancient Italy, Oxford, Nueva York, 2002

-FREDERICK F. CARTWRIGHT y MICHAEL BIDDIS, Grandes pestes de la Historia, Buenos Aires 2005

-J.DONALD HUGHES, The Mediterranean and Environmental History, California, 2005

-MANUEL LOZANO LEYVA, Los Hilos de Ariadna, Diez Descubrimientos Científicos que Cambiaron la Visión del Mundo, Barcelona 2007

-ISAAC ASIMOV, Historia y Cronología de la Ciencia y los Descubrimientos, Barcelona 2009 

-SONIA SHAW, The Fever, How Malaria has ruled humankind for 500,000 years, Nueva York, 2010

-ANA MARÍA VASQUEZ Y ALBERTO TOBÓN, Biomédica vol 32, Bogota Mar.2012

-KATHLEEN McAULIFFE, Yo Soy Yo y Mis Parásitos, Barcelona, 2017

-ALAN WEISMAN, El Mundo Sin Nosotros, Selecciones, Readers Digest.





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