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Excarcelado Agustín Salumbrino los jesuitas lo acogieron en su Casa en Milán y en el Colegio de Brera sirviendo como enfermero y en otros quehaceres. Esto debió ocurrir alrededor de 1584, el mismo año en que muere San Carlos Borromeo, víctima del Plasmodium. Su Eminencia el Cardenal Borromeo no imaginó que su adversario podía capturar de súbito su organismo, vivir dentro de él y destruirlo en menos de un mes. El mal al ser invisible era más peligroso que sus enemigos los calvinistas y luteranos. Es cierto que el mal venía volando por el aire pero no con las brujas como las que había torturado y quemado un año antes en el país de los grisones sino en el estómago de un insecto.
Poco después de los acontecimientos que vivió Agustín Salumbrino en Roma el
cardenal Carlos Borromeo, protector de Salumbrino, llegó a Turín en el Piamonte
en el mes de setiembre de 1584. De allí se dirigió al Santo Monte de Varallo
cerca al castillo de Arona de propiedad de su familia y donde nació. En la
región de la Lombardía, al norte de Italia, la Casa de los Borromeo era una de
las más nobles, ricas y poderosas; al lado de los Visconti, Sforza y los
Gonzaga de Mantua.
El Santo Monte fue construido en la segunda mitad del siglo XV sobre las
faldas del cerro de las Tres Cruces, reproduciendo la estructura urbanística de
Jerusalén para recrear con sorprendente realismo la pasión y muerte de
Jesucristo. La idea fue de un fraile franciscano llamado Bernardino Caimi como
una respuesta práctica a la imposibilidad de que los peregrinos fueran a la
Ciudad Santa en razón de la caída de Constantinopla, imperio romano de Oriente,
en 1453. Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Fue en
este Santo Monte que el cardenal Borromeo contrajo la malaria.
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El mundo del Plasmodium, causante de la enfermedad, era inimaginable en el siglo XVI. Fue recién en 1880 que el médico militar francés Charles Louis Alphonse Laverán, destacado en Argelia, descubrió estas criaturas en la sangre de soldados muertos por la malaria gracias a un rudimentario microscopio. Desde entonces se abrió para la ciencia la exploración de un territorio que en parte permanece aún desconocido; así, por ejemplo, no se conocen los mecanismos biológicos complejos y adaptaciones evolutivas que le rindieron tanto éxito. Su comportamiento está guiado por señales químicas, moleculares y otras que desconocemos propias así como de sus huéspedes, el mosquito y el humano. Tampoco sabemos porqué las señales que emite la quinina del árbol logra detener a sus ejércitos depredadores. Asimismo, la ciencia no está en condiciones de predecir las mutaciones que podría estar experimentado el parásito y las consecuencias que ellas tendrían para la humanidad.
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Contamos con el registro detallado del desarrollo de la enfermedad del cardenal Borromeo gracias a la obra Vida de S.Carlos Borromeo de Juan Pedro Guissano, Juan Carlos Bascapé, Juan Bautista Posseuino y Marco Aurelio Gratarola escrita a principios del siglo XVII, todos ellos contemporáneos a los acontecimientos cuando no testigos presenciales (como el caso del padre Bascapé que estuvo a la cabecera del lecho en que murió Carlos Borromeo). Con lo que ahora sabemos gracias a la ciencia sobre la genética y el comportamiento del Plasmodium esta debió ser la historia:
Pocos
días antes de que el cardenal sufriera los primeros síntomas un mosquito
infectado le succionó la sangre al mismo tiempo que le inyectaba su saliva en la
piel. El líquido del insecto contenía extrañas seres en forma de filamentos
que entraron al torrente sanguíneo del cuerpo del cardenal dirigiéndose al hígado
donde penetraron sus células y empezaron a dividirse tomando una forma oval, creciendo
hasta hacer estallar las células del hígado. Las criaturas resultantes del
estallido se multiplicaron rápidamente. Convertido en un ejército
virulento prosiguieron con su ahora conocido itinerario. Entraron al torrente sanguíneo de su víctima con el propósito de empezar
la feroz cacería de glóbulos rojos para nutrirse de sus proteínas.
El 24 de
octubre de 1584 el cardenal sufrió los primeros escalofríos, fiebres infernales y sudoraciones
señal de que el enemigo había logrado su propósito de penetrar y enquistarse en
millones de glóbulos rojos para alimentarse de sus proteínas haciéndolos
estallar para engendrar millones de otros depredadores. La temida metástasis. Las
fiebres se repitieron de manera periódica los días 26 y 28 de octubre conforme
el sistema inmunitario del cardenal
hacía desesperados esfuerzos por rechazar al invasor del cual recién se percataba.
La destrucción de los glóbulos rojos causó que arterias y venas del cardenal se obstruyan y la muerte de otras células importantes que protegían su cerebro. A la anemia le siguió la pérdida del estado de conciencia. Probablemente sufrieron severo daño también sus pulmones y riñones.
La estrategia y tácticas del Plasmodium, entre ellas el camuflaje, le permitieron evadir las células, tejidos y órganos que constituían el sistema inmunitario del cardenal. Fracasó también el tratamiento de los médicos.
El cardenal murió ese domingo a los cuarenta y seis años de edad. Sus últimos días los pasó confundido, sin poder sostener diálogo, consumido por las fiebres casi continuas y en sueño profundo. Señal de que el Plasmodium había tomado su cerebro. Perdidas todas la batallas la guerra llegó a su fin.
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…a los veinticuatro de octubre tuvo una primera
calentura…
A los veinte y seis tuvo el segundo accidente,
señal cierta ser terciana: dio parte al Confesor (cosa en él rara, solía pasar
cinco accesiones sin hacer sentimiento, ni dar muestras del mal) le ordenó
remitiese algún tanto el rigor de la penitencia y moderase las largas
meditaciones. Obedeció prontamente: vino en que le cocinaran el pan en agua
sola sin sal u otro aderezo: admitió para dormir un jergón de paja y por
divertimiento de la oración anduvo reconociendo las Capillas del Monte…no dejó
de decir misa todos los días, aun los de la terciana, no viniendo la accesión a
aquella hora.
A los veinte y ocho tuvo el tercer término, que le
afligió en demasía; más con gran vigor de espíritu alentaba lo débil de su
consumado cuerpo…Faltaba solo tres días a la solemnidad de Todos Santos, que
con Rito Pontifical deseaba celebrar en su iglesia de Milán como otros años;
era también forzoso pasar primero a Ascona a concluir la fundación del Colegio
que dejó comenzado.
CASTILLO DE ARONA, 29 DE OCTUBRE DE 1584
Caminó el santo desde la cumbre a la falda a pie con notable brío;
subieron en los caballos en el burgo de Varallo, pasó a su castillo de Arona,
camino de diez y ocho millas molestísimo, a los veinte y nueve de octubre; y
aunque llegó tarde, hizo luego prevenir una barca para ir aquella noche a
Ascona por el Lago Mayor, distante cincuenta millas del Castillo.
EN EL COLEGIO JESUITA DE ASCONA, 30 y 31 DE OCTUBRE
DE 1584
Entró en la barca a tres horas de la noche habiendo tomado una sola
panetela en casa del cura de Arona… …Reposó vestido sobre un traspontín; se
levantó a las tres de la mañana, rezó Maitines con los suyos…Hasta que llegó a
Canobio cerca de las seis de la mañana…Se reparó con un poco de pan cocido, volvió
a la barca, encaminó a Ascona.
Estando leyendo la escritura de fundación del Colegio, le vino la cuarta
calentura a las doce o algo más del día, con que
acabada esa acción, apresuró su vuelta a Canobio, donde teniéndole prevenida
cama, la hizo quitar; se recostó solo en el fervor del mal, en un jergón de
paja, sin ser parte del accidente a remitir el extremado rigor de su
acostumbrada penitencia. La calentura le molestó hasta tres horas de la noche…
Pasado el accidente, le pareció estar para poder caminar, comió del pan
cosido con intento de tomar luego la barca y llegar aquella noche a Arona para
volver a Milán a la Fiesta de los Santos; le disuadieron los suyos, por el
peligro grande de acrecentarle el mal si navegaba la noche, habiendo la precedente
sosegado tan poco que se hallaría sin fuerzas para la solemnidad papal como
pensaba; le vencieron los ruegos pasó con gran quietud la noche.
La mañana, gran tiempo antes del día, le hallaron en oración en su
aposento, donde de rodillas rezó el Oficio Divino con sus camareros. Se previno
para decir misa, la celebró de mañana…en la iglesia de la Piedad, aunque tan
flaco que no podía humillarse a la genuflexión si no era ayudado de los
asistentes; y por ser víspera de los Santos, no quiso por la enfermedad excusar
el ayuno; tomó solamente una cuchara de agro de cedro por obediencia del médico.
Después entró en la barca para Arona.
EN EL COLEGIO JESUITA DE ARONA, DE LA TARDE DEL 31
DE OCTUBRE AL 02 DE NOVIEMBRE DE 1584
Llegó a las cuatro de la tarde a Arona; lo recibió el conde Renaro, que
le esperaba, y queriendo llevarle a su palacio donde le tenía prevenido
hospedaje, no pudo persuadirle a complacerle, dijo quería alojarse con los
padres de la Compañía de Jesús, por no llevar salud; y que si acaso sobrevenía
algún accidente grave, tener más a mano las ayudas espirituales.
Sosegó quietamente aquella noche, despertó a la una y media, dijo había
reposado muy bien. Se vistió, se puso en oración, perseveró en ella hasta las
cinco; la dijo a las siete y media y por ser día de Todos los Santos concurrió
mucha gente a comulgar…Fue esta la última misa y última acción episcopal.
Quedó después en la iglesia a oír misa…Y por ser día de terciana, le
aconsejaron los médicos no caminase y ordenaron que en el aumento del mal
tomase cantidad de agua caliente de cebada y otros medicamentos para provocar
sudor y sueño. Le vino la quinta accesión a medio día, más recia que otras
veces, con notable peoría. El agua y sueño le alteraron de manera que no le
dejó más la calentura y estuvo muy inquieto. El viernes día de los Difuntos
quería decir misa. No fue posible por la gran flaqueza. Pasó a la iglesia a
oírla. Se reconcilió y recibió la sagrada comunión, con devoción admirable,
estando siempre arrodillado rezó allí el Oficio Divino. Y tomando alguna
refección entró en la barca, se recostó en un lecho que le tenían prevenido.
Así llegó a Milán el mismo día por el Ticino y Nauillo (acueducto de este río a
Milán). Lo acompañó desde Arona el conde Renaro Borromeo; no le faltó del lado
hasta el último aliento.
EN MILÁN, EL 2 Y 3 DE NOVIEMBRE
Le enviaron a dos millas de Milán
la litera en que llegó a su palacio dos horas de noche…No quiso faltar a su
santa costumbre de ir primero a la Capilla a hacer oración después fue al lecho
no casi pudiendo tenerse en pie por la extremada flaqueza. Y aunque resignado
en Dios y dispuesto a pasar a la otra vida, siendo voluntad divina, no quiso
como prudente faltar a los remedios humanos. Mandó llamar al punto su médico
ordinario. Le dio menuda cuenta del discurso de su enfermedad para que le
aplicase los remedios convenientes…
La mañana siguiente, tres de
noviembre, habiendo a la nueve antes del mediodía tomada la refección que le
ordenó el médico hizo llamar sus camareros para rezar en su compañía el Oficio
Divino, como acostumbraba siempre. Le advirtieron que le haría gran daño por
ser la calentura continua y podía aumentarse, que bastaba oírle. Se detuvo,
pidió parecer al padre Adorno que le aconsejó lo mismo, con que se quietó…
…
Vinieron a esta sazón los médicos
y consultando el estado del enfermo conocieron la gravedad del mal, no sin
peligro de vida. Acordaron acompañarlo con otro médico por ir con mayor acierto…
A las dos de la tarde volvieron
los médicos y viendo que no le había venido el accidente lo tuvieron por buena
señal…De allí a poco vino el crecimiento sin frío, acompañado de grandísimo
sueño. Volvieron los médicos y tomándole el pulso conocieron que la virtud iba
faltando y le quedaban pocas horas de vida, cosa inesperada. Vinieron en este
medio los canónigos ordinarios de la Iglesia Mayor a visitarlo…le pidieron la
bendición…más estaba ya en términos que no pudo decirles cosa alguna… Se vio al
amoroso padre mover los dedos y querer alzar el brazo para bendecirlos, mas ya
no tenía fuerzas. Ayudado de uno de los suyos dio la bendición a todos.
Llegó luego el cabildo de la
Iglesia Mayor con el Santísimo Sacramento.
Dio muestras y señales claras, con manos y cabeza, de querer salir de la
cama…más no pudo mostrando memoria de cuanto se había acordado aquella mañana
del modo de comulgar.
Preguntado si quería recibir la
Extremaunción, levantando la cabeza cuanto pudo hizo señas que sí. Y mientras
era ungido con el Santo Oleo, se esforzaba a responder al Sacerdote que le
ungía y casi al punto entró en la agonía de la muerte.
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Cuadro: Muerte de San Luis Gonzaga, en Iglesia de la Compañía de
Jesús en Quito, Ecuador
De niño el príncipe Gonzaga presentó el síntoma de las cuartanas, fiebre cada cuatro días, causado por el Plasmodium malarie. Haciendo la salvedad que los términos tercianas o cuartanas usado antiguamente se refería a cuadros de malaria que bien podrían ser casos de infecciones mixtas de varias especies de Plasmodium (P.falciparum, P.vivax, P.malarie y P. aovale) o fases distintas de la enfermedad. La que afecto a Borromeo debió ser la P. falciparum, la más mortal.
en el Colegio de Roma
La
hagiografía de Salumbrino da cuenta que ejerció el oficio de enfermero en el
Colegio de Milán, ocupación a la que se dedicaría toda su vida. Lo que
pone en evidencia su temprana y constante vocación de servicio a los que sufren
en razón de un padecimiento físico.
Después de haber permanecido cuatro años en Milán al servicio de los jesuitas, Salumbrino viajó a Roma. Le parecían amargas todas las fiestas del mundo, en nada hallaba favor, en todo hallaba disgusto. Y conociendo por experiencia su fragilidad e inconstancia se resolvió pisar cuanto adora y buscar los bienes eternos en una Religión en que viviese con quietud, sin pretensiones ni pundonores del mundo, según narra su hagiografía.
Dudó entre ingresar a los Hermanos Capuchinos de la Orden de San Francisco o a la Compañía de Jesús. Finalmente decide por la última, quizás guiado por el padre Próspero Malavolta, rector del Colegio de la Compañía de Jesús en Mantua. Su biografía sin embargo atribuye esta decisión a una nueva manifestación de la Virgen María quien lo guio diciéndole que aquella era la voluntad de su hijo y suya. Esta sería la segunda aparición de la que se tiene registro escrito.
Esa persona a la que tanto había admirado e idealizado ahora ya no lo satisfacía. Prefería el silencio al ruido del mundo del poder y del dinero. No obstante las manipulaciones y ofrecimientos del conde Agustín Salumbrino se mantuvo en la decisión de permanecer en la Compañía de Jesús.
Al año siguiente San Luis cae enfermo de fiebre, parece haber sido una combinación de la malaria e e ictericia que ya habían minado su organismo, y la peste de la tifoidea. Lo llevaron a la enfermería de la Compañía dónde muere la noche entre el 20 y 21 de junio de 1591 a la edad de veintitrés años. Es posible que Salumbrino fuera quien atendió a su amigo en punto de muerte así como lavado y compuesto su cadáver, oficio que también cumplía el enfermero.
-VIRGILIO CEPARI, Vida del Bienaventurado San Luis Gonzaga, 1602 (traducción del italiano al español por Juan de Acosta, Barcelona 1863)
-JAIME CORREA CASTELBLANCO S.J, San Luis Gonzaga, Santiago de Chile, 1994
-J.DONALD HUGHES, The Mediterranean and Environmental History, California, 2005
-MANUEL LOZANO LEYVA, Los Hilos de Ariadna, Diez Descubrimientos Científicos que Cambiaron la Visión del Mundo, Barcelona 2007
-ISAAC ASIMOV, Historia y Cronología de la Ciencia y los Descubrimientos, Barcelona 2009
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