Capítulo 1: SALUMBRINO DE FORLÍ

 

Abracadabra (antiguo conjuro contra la malaria)

El demonio me contestó…por cuanto a mí se me ha ordenado contener las convulsiones de la fiebre terciana usando estos tres nombres Bultala, Thallal, Melchal. Y yo los curo.   (El Testamento de Salomón) 



                                                                                     
Agustín Salumbrino
Agustín Salumbrino fundador de la Botica de la Compañía de Jesús en Lima, en la actual parroquia de San Pedro.
Cuadro de Seferino Quisca Astocahuana.  
               
                                                            
            

“Se salvará la condesa, excelentísimo señor- contestó una voz en la puerta de la habitación”  Los Polvos de la Condesa, tradición de Ricardo Palma  

                                          

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En el tejido de las ediciones de "Tradiciones Peruanas", la versión más reciente de "Los Polvos de la Condesa" se asemeja notablemente a aquella que Ricardo Palma alumbró por primera vez en la revista "El Correo del Perú" allá por octubre de 1872. Sin embargo, como un artesano que pule su obra maestra, el tradicionista introdujo sutiles modificaciones, como el cambio de nombre de ciertos personajes principales. Esto se debió a su esfuerzo por ajustarse a las fuentes históricas que fue conociendo con el paso de los años.

En la primera publicación de 1872, Palma atribuyó el nombre de Cleto Martinez al médico de palacio. Luego, informado por el libro "The Countess of Chinchon and the Chinchona Genus" de Sir Clements R. Markham y el artículo de Félix Cipriano Zegarra (seudónimo Gabriel), lo cambió por el de Juan de Vega. La condesa de Chinchón se encontraba desahuciada. La ciencia, en palabras de su oráculo don Juan de Vega, había fallado, escribe Palma.

En la tradición aparece que el Conde de Chinchón estaba acompañado de su íntimo amigo el marqués de Corpa. Parece que esto no pudo ser así pues según el Diccionario Histórico-Biográfico del Perú de Manuel Mendiburu recién en 1683 el rey Carlos II dio este título al coronel D. Luis Ibáñez de Segovia y Peralta (hermano del marqués de Mondéjar), corregidor del Cuzco y Angaraes, y caballero de la orden de Santiago.

El nombre de Leonor, que al principio atribuyó a la condesa de Chinchón, fue corregido tras conocer el estudio histórico de Félix Cipriano Zegarra publicado en la "Revista Peruana" en 1879. En verdad, se trataba de la virreina Francisca Henríquez de Rivera, como Palma dejó constancia en una nota a pie de página.

Ricardo Palma nos legó el relato de un religioso de la Compañía de Jesús a quien el virrey condujo al lecho de la condesa moribunda para que la salvara administrándole la cura con la corteza del árbol de la quina. No llegó a identificar su nombre. Según el tradicionalista, este fue el religioso que recibió la información sobre la virtud febrífuga de la "cascarilla" o árbol de la quina de un indio de Loja llamado Pedro de Leyva.

Como se verá en este trabajo de investigación sobran razones para sostener que este religioso jesuita fue el hermano Agustín Salumbrino, fundador y farmacéutico de la famosa Botica de los jesuitas en su Colegio Máximo de San Pablo en la ciudad de Lima que a partir de la expulsión de los jesuitas vino a llamarse iglesia y parroquia de San Pedro en el actual Jirón Azángaro.

 

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En el corazón de la nobleza española, donde el destino se entrelaza con la cuna, nació Francisca Henríquez de Rivera, una joven cuyo linaje la vinculaba tanto a la aristocracia como a la santidad. Hija del Conde de la Torre y de Inés Henríquez y Sandoval, Francisca fue una de los seis vástagos de un matrimonio que floreció bajo el amparo de la corte de Felipe III.

Su sangre llevaba la impronta de San Francisco de Borja, cuyo espíritu misionero había impulsado la llegada de los primeros jesuitas al Perú en 1568. Sin embargo, su condición de mujer la relegaba a un destino incierto, donde la dote era su única llave para un matrimonio conveniente o el refugio de un convento.

Sus padres, figuras influyentes en la corte, tejieron un destino que trascendió las fronteras de España. Su madre, prima del poderoso Duque de Lerma, desempeñó un papel crucial en las intrigas políticas que envolvieron los lazos entre España y Francia.

En un gesto por afianzar la paz, se concertó un intercambio de princesas: Ana, hija de Felipe III, se uniría en matrimonio con Luis XIII de Francia, mientras que Isabel, hermana del rey francés, desposaría a Felipe, hermano de Ana y futuro rey de España.

Inés Henríquez, como primera dama de honor, acompañó a Ana a la corte francesa, donde su misión secreta era espiar y mantener informados a Felipe III y al Duque de Lerma sobre los entresijos de la corte. Su labor, revelada en investigaciones de Akkerman y Houben, nos muestra a una mujer astuta y resuelta, capaz de navegar en un entorno hostil y de sortear la antipatía de figuras tan prominentes como María de Médicis y el Cardenal Richelieu.

En su misión, Inés no dudó en recurrir a confidentes y sobornos, demostrando que su determinación no conocía límites. Su influencia fue tal que la corte francesa se vio obligada a nombrar a otra dama de honor para contrarrestar su poder.

Es plausible imaginar que Francisca y sus hermanos pasaron algunos años en París junto a su madre, nutriéndose de las experiencias y conocimientos que más tarde serían de gran valía para Francisca en su papel de Virreina del Perú.

Tras un primer matrimonio que la dejó viuda y con un hijo, Francisca desposó en segundas nupcias a Luis Gerónimo de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón, en 1628. Poco después, la pareja partió rumbo al Perú, donde el Conde asumiría el cargo de Virrey en representación de Felipe IV.

El Conde, un hombre maduro de cuarenta y dos años, encontró en Francisca, una mujer atractiva y mucho más joven, una compañera de vida. Rodrigo de Carvajal y Robles, quien la conoció en 1630, le dedicó versos que celebraban su belleza. 

Francisca Henríquez de Rivera, una mujer cuyo destino fue moldeado por la nobleza, la política y el amor, dejó una huella imborrable en la historia del Perú. Su vida, un relato fascinante de intrigas cortesanas y desafíos personales, nos revela a una mujer excepcional que supo florecer en un mundo dominado por hombres en el que una mujer difícilmente podía convertirse en leyenda.

                                               
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Según narra Fernando de Montesinos, clérigo e historiador, que viajó en la misma armada, el 19 de junio de 1628 los condes arribaron a Cartagena de Indias, se detuvieron en Portobelo y cruzaron el Istmo por el río Chagres hasta Panamá donde llegaron el 5 de julio y embarcaron para llegar al puerto de Paita alrededor del mes de octubre.   Aquí se separaron, el conde siguió viaje a Lima por mar donde llegó al puerto del Callao el 18 de diciembre (Montesinos). 

La condesa debido a lo avanzado de su preñez lo hizo por tierra, dando a luz en Lambayeque a Francisco Fausto Fernández de Cabrera y Bobadilla, quinto Conde de Chinchón, el cuatro de enero de 1629 para reanudar luego el viaje y llegar a la ciudad de Lima el 19 de abril de 1629, siendo recibida de noche por el virrey. 

Once años después Montesinos sería testigo presencial y narraría uno de los últimos eventos al que asistieron el Virrey y la Virreina, Condes de Chinchón, antes de dejar Lima: el famoso Auto de Fe del 23 de enero de 1639 en el que la Santa Inquisición hizo ejecutar al  mercader de esclavos de mayor fortuna en las Indias Manuel Bautista Pérez y a diez personas más acusados de ser judíos.

Vargas Ugarte sospecha que, en este viaje por tierra, de Paita a Lima, la condesa contrajo la malaria. Y no le faltaría razón, pues cruzó valles infestados del parásito. Sin embargo, también pudo haberse infectado en Lima donde la enfermedad era endémica. 

Enrique Torres Saldamando, conocido historiador del siglo XIX, refiere en su obra Los Antiguos Jesuitas del Perú publicada en 1882 varios documentos que confirman que la virreina sufrió de malaria y fue curada con el árbol de la cascarilla o quina. La historia no es solo una leyenda. Torres Saldamando pudo hallar uno de estos documentos del siglo XVII. Se trata de una carta en el Archivo Nacional de Lima, en el legajo 1179, en el que el general de la Compañía de Jesús en Roma, el padre Mutio Vitelleschi, expresa al padre Nicolás Durán Mastrilli, provincial de la Compañía en el Perú, su satisfacción de que hayan sido los jesuitas los que curaran de malaria a la condesa con la corteza. Torres Saldamando transcribe en su obra el párrafo de la carta:

 

 “Satisfactorio ha sido saber que la Excma. Señora condesa de Chinchón hubiese recuperado la salud por medio de los nuestros, sirviéndose concederlo N.S. para premiar la generosa liberalidad de sus Excelencias para con nuestra Compañía, en especial con el padre que dirige sus aciertos, por cuyo medio se consiguió. Del medicamento recibimos una cantidad con el P. Pdr. y se proveerá lo conveniente para su aplicación”  

 

El padre a quien se refiere Vitelleschi era Diego de Torres Vásquez, provincial de la Compañía en el Perú hasta 1630 en que lo reemplaza Nicolás Durán. Y el lugar de donde provino la cascarilla del árbol de la quina fue la Botica de la Compañía que fundo y dirigía el hermano jesuita italiano Agustín Salumbrino. Esto lleva a pensar que la enfermedad de la condesa ocurrió poco después de llegar a Lima, con lo que se corroboraría la sospecha del padre Vargas Ugarte o en los primeros dos años en que llegó al Perú. El padre Diego de Torres Vásquez tuvo gran ascendencia sobre el virrey y fue su confesor. Esta cercanía a la Compañía de Jesús podría explicarse también por el parentesco de la Condesa de Chinchón con San Francisco Borja y del otro la gran influencia que ella ejercía sobre el virrey como se aprecia en el Diario de Suardo.

Torres Saldamano hace mención a la Botica de la Compañía de Jesús en Lima al tratar de la curación de la condesa.  En esos años trabajaba con el tradicionalista Ricardo Palma al servicio de la Biblioteca Nacional. Él era muy cercano a Ricardo Palma quien lo escogió como colaborador para reorganizar la Biblioteca Nacional en 1883. Palma, al igual que Torres Saldamando, era acucioso lector de manuscritos. Palma conocía la obra Apuntes para la historia de los jesuitas del Perú de Torres Saldamando como deja expresa constancia en su tradición Los Malditos. Por tanto, es indudable que conocía de esta importante carta de Mutio Vitelleschi. 

Es probable que Ricardo Palma se haya inspirado en esta carta, cuyo manuscrito seguramente leyó,  para escribir su famosa Tradición Los Polvos de la Condesa en la que sostiene que fue un hijo de San Ignacio, jesuita, el que dio el remedio de la quina para curar de malaria a la condesa. Ese personaje fue Agustín Salumbrino. 

Ricardo Palma concluye con humor que el jesuita que curó a la condesa con la cascarilla del árbol de la quina le prestó a la humanidad mayor servicio que el fraile que inventó la pólvora. Esta afirmación no deja de ser uno de los tantos dardos anti jesuitas de Palma pues como sabemos los primeros en fabricar el explosivo fueron los chinos. Juan Valera, andaluz, escritor, de la Academia Española, a quien Palma admiraba y con quien intercambiaba misivas con frecuencia (Tanner), en carta al tradicionalista haciendo un juicio crítico muy elogioso a sus Tradiciones, termina con lo siguiente: Todo lo demás que contiene su libro me parece bien. Sólo me pesa el aborrecimiento de usted a los jesuitas, y lo mal que los quiere y trata. Pero, en fin, no hemos de estar de acuerdo en todo. 

La carta de Mutio Vitelleschi se encontraba en el Archivo Nacional entonces en la Biblioteca Nacional del Perú la misma que fuera saqueada en 1881 por la tropa chilena por disposición del general Lagos en la Guerra del Pacífico y sufrido un grave incendio en 1943, sin contar los innumerables robos de manuscritos que ha padecido. Según estimaciones de la Biblioteca Nacional en el incendio se perdieron cuarenta mil manuscritos, posiblemente en muchos de los cuales Ricardo Palma basó sus Tradiciones. Estos desafortunados hechos hacen difícil que la carta se pueda encontrar para corroborar lo dicho por Torres Saldamando, aunque no hay razones tampoco para dudar de la palabra de este serio y respetable historiador ni de la veracidad, si bien literaria, de la Tradición de Ricardo Palma.  

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La hagiografía del hermano Agustín Salumbrino fue editada en Madrid en 1666 por el sacerdote jesuita Alonso de Andrade en el Tomo V de Varones Ilustres en Santidad y Cielo de las Almas (páginas 612-628) iniciada por Juan Eusebio Nieremberg. Como se sabe, Nieremberger, prolífico escritor, fue el autor de los primeros cuatro tomos de la monumental obra que continuó su discípulo Andrade con dos tomos más. El Tomo V, poco después de publicado, fue conocido por los jesuitas del Perú en el gobierno del Virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos, seguramente causando gran regocijo entre los religiosos que habían llegado a conocer a Salumbrino en persona.   

El manuscrito provino del Colegio Máximo de San Pablo de la Compañía de Jesús en la ciudad de Lima, actualmente parroquia de San Pedro en el Jirón Azángaro. Fue enviado al  padre Andrade en la segunda mitad del siglo XVII; contenía doce capítulos y estaba dedicado al padre Antonio Vázquez, Provincial del Perú de la Compañía de Jesús en el oficio hasta el año 1656. No sabemos si lo publicado es toda la obra o un texto abreviado. En cualquier caso se editó en solo seis capítulos. 

La vida de Agustín Salumbrino siguió difundiéndose  a través de los Menologios o Elogios de la Compañía de Jesús en España, Italia, Francia, México y otros países. Sin embargo estos son solo resúmenes del primer ejemplar. El libro del padre Aloysius Carnoli, que escribía bajo el seudónimo de Vigilio Nolarci (Bally), de 1687 se circunscribe a las visiones de la Virgen que experimentó Agustín Salumbrino; el padre Francisco Xavier Fluvia en su obra sobre San Ignacio publicado en 1753 trata de lo mismo.  

   
El editor declara que el libro fue escrito por un padre de la Compañía de Jesús que conoció a Agustín Salumbrino durante muchos años en el Colegio de San Pablo. Lamenta que el autor no haya puesto su nombre. En palabras del padre Andrade:


“Escriben de este santo hermano las Anuas de su Provincia y más largamente un religioso en un libro de doce capítulos, dedicado a su provincial,  en aquella sazón el padre Antonio Vásquez, aunque él calla el suyo, fuera mejor ponerle para autorizar la obra y mayor crédito del santo hermano, cuyo nombre está escrito en el libro de la vida con los predestinados en el cielo, adonde vivirá en eterna bienaventuranza por todos los siglos de los siglos, Amen.”                                  

El primer bosquejo del libro debió ser una carta de edificación redactada por el padre Antonio Vázquez, nacido en Madrid, cuando era rector del Colegio de San Pablo en 1642 a poco de morir Agustín Salumbrino. Como superior de la casa le correspondía comunicar su muerte a los demás jesuitas de la Provincia del Perú destacando su obra y virtudes en la manera en que se escribía la vida de los santos. El autor del libro se lo dedicó al padre Vázquez aunque bien podría pensarse que éste último fue el artífice del libro. Torres Saldamando consigna que Vázquez fue conocido por su talento en escribir Cartas de edificación, por lo menos sabía de ocho de ellas.  

El padre Antonio Vázquez conoció a Agustín Salumbrino desde que llegó a Lima a fines de 1604, estando de salida el Virrey Gaspar de Zúñiga Acevedo y Velasco, Conde de Monterrey, y de llegada en su reemplazo Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros. El hermano Salumbrino tenía cuarenta años de edad en tanto que Vázquez era un joven jesuita de veintiséis. Vivió con él en el Colegio de San Pablo y lo acompañó hasta su deceso. En muchas ocasiones fue su confesor. Esto explica la  cantidad de información sobre la vida de Agustín Salumbrino que contiene el texto.

Lo cierto es que quien escribió el libro se quiso mantener en el anonimato. Las razones pueden ser varias. El jesuita padre José Eugenio de Uriarte que ha estudiado en extenso el recurso a mantener el secreto en las obras de miembros de la Compañía de Jesús da varias de ellas: por humildad o deferencia, por precaución o reserva, quizás por ocultarse de los aplausos o de las venganzas de los contemporáneos del autor o por razones políticas que podrían complicar a la orden. 




San Ignacio curando a los enfermos
Cuadro en Templo de la  Compañía de Jesus en Cusco

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Como toda narración de la vida de un santo la obra es también una suerte de epopeya en la que participan seres inmateriales en acontecimientos humanos de trascendencia. La Virgen María que se le aparecía a menudo es el principal arquetipo cristiano que interviene en los sucesos. Otro es su Ángel de la Guarda el compañero que lo favorecía con frecuencia. Sabemos por el testimonio de la madre de Santa Rosa en el proceso de canonización de su hija que un Ángel de la Guarda podía comunicarse con el Ángel de otra persona para pedir de ella algún favor que luego se cumplía (Hart). Asimismo se da cuenta de conversaciones que tenía con el espíritu de San Felipe Neri a quien conoció en vida.  Todo esto no es de extrañar, la Iglesia Católica está conformada por dos partes la celestial y la peregrina o terrenal, dos mundos paralelos que en el siglo XVII estaban tan cercanos que resultaba difícil distinguir sus fronteras.

Los diablos se entremeten también en la trama, según el hagiógrafo. A uno de los principales Salumbrino lo llamaba Chapín. Con ese nombre se conocía un calzado femenino de suelo de corcho forrado de cordobán. Santa Rosa de Lima, contemporánea, vecina de la Botica y de Salumbrino llamaba al suyo patón tiñoso (Hart). Entre los nombres con que Ricardo Palma llamaba al diablo está el de Patudo. El estar referidos al pie no extraña. Virgilio F. Cabanillas nos informa que en el bestiario cristiano más importante conocido como El Fisiólogo (escrito entre el siglo II y IV) el diablo encarnado en la zorra simula estar muerta con los ojos abiertos y las patas en alto tentando a las aves para que vengan a comérsela. Estas seducidas bajan y son atrapadas por las patas de la zorra que las devora. En el caso de Salumbrino así como el personaje que lo salva y guía fue la Virgen María, figura femenina, los diablos que lo atormentaban, al menos los que aparecen en la obra, también tenían figura de mujer. La explicación podría encontrarse en la misma hagiografía, cuando el autor describe lo que motivó a Salumbrino a hacerse religioso: Y conociendo por experiencia su fragilidad e inconstancia se resolvió pisar cuanto adora y buscar los bienes eternos... 

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No obstante la importante información que proporciona el autor sobre la vida de Agustín Salumbrino por haberlo tratado tantos años, el libro tiene limitaciones, si lo juzgamos con rigor histórico. Por un lado, el propósito del hagiógrafo es el de presentar al personaje principal como modelo de edificación para los religiosos y fieles sacrificando a veces la objetividad de los acontecimientos u ocultándolos deliberadamente. Sin embargo, desde otra perspectiva, la intervención de estos arquetipos sobrenaturales podrían ser distintas maneras de expresar la creencia muy antigua en el lumen naturae, un algo o energía misteriosa, todavía un enigma que está en la esencia de todo en el universo y que hace que las cosas ocurran. En palabras del jesuita Juan Eusebio Nieremberger la naturaleza es un poema que yace oculto bajo una forma secreta y maravillosa: Plotino llama al mundo Poesía de Dios. Yo añado, que este Poema es como un laberinto, que por todas partes se lee y hace sentido, y dicta a su Autor (Oculta filosofía de la simpatía y antipatía de las cosas, artificio de la naturaleza y noticia natural del mundo) 

Nosotros procuraremos acercarnos a la vida y obra de Agustín Salumbrino filtrando y complementando la información con las otras fuentes que se citan en cada Capítulo. Con este fin examinaremos los sucesos e imprevistos, que fueron concadenándose hacia el encuentro de la cura de la malaria así como a la fundación de la Botica de la Compañía de Jesús en la ciudad de Lima a través de la cual se hicieron con gran secretismo (Palma) las primeras remesas de la corteza del árbol de la quina con destino al hospital del Espíritu Santo en Roma y no a Madrid. Como sabemos, este acontecimiento cambiaría de manera significativa la historia de los seres humanos.  

                                        

                                       

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El libro informa que Agustín Salumbrino nació en 1564 en la Villa fortificada de Forlí (por error denominada Flori en la impresión), estado pontificio en tiempos del papa Pío IV. Actualmente es una pequeña y pintoresca ciudad italiana en la región de la Emilia-Romaña. 

                                    

El riesgo de morir joven en Forlí era muy alto por las epidemias, en especial por la malaria que era endémica. Salumbrino perdió a su madre a temprana edad. De su padre se dice poco. Fue un hombre devoto, cercano a la Compañía de Jesús. Es posible que haya servido a los jesuitas en algún oficio, quizás como enfermero y boticario como veremos más adelante. Sus labores le permitieron una cercanía con la Compañía de Jesús y algunos modestos ingresos como para aspirar a que sus hijos tuvieran posibilidades de lograr un mejor porvenir mediante el estudio.

La hagiografía de Agustín Salumbrino consigna que su padre terminó ingresando en la Compañía al igual que uno de sus hermanos mayores. Según la narración esto habría ocurrido siguiendo a Agustín como modelo. En efecto dice: "Y fue tanto el ejemplo que dio a su padre y aun hermano mayor que tenía, que ambos dejaron el mundo y entraron en la Compañía"  


La afirmación no satisface pues el mismo texto lo contradice. El padre deseaba que su hijo siguiera estudios y fuera sacerdote, sin embargo murió poco después que Salumbrino cumpliera los diecisiete años viendo frustrado sus deseos pues el joven Salumbrino no tenía interés ni en lo uno ni en lo otro.

En el caso del padre posiblemente formó parte de la familia jesuita desempeñando algún oficio, pues no se dice que haya sido hermano coadjutor ni sacerdote. En este servicio a favor de la Compañía debió haber estado tiempo antes de su muerte.


Respecto del hermano, los Archivos de la Compañía registran un Vincenzo Salumbrino (o Solombrino) también de Forlí nacido en 1577 (Clericuzio, 2007), Si  fue hermano de Agustín no fue mayor sino trece años menor que Agustín.


Sería interesante investigar si fueron hermanos o parientes cercanos pues podría haber una tradición familiar en los oficios de la salud.

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Vincenzo Salumbrino fue un sacerdote jesuita y conocido farmacéutico familiarizado con Paracelso, Croll, Quercetanus y Libavius. Fue el autor de L´Ántimonio trattato della meravigliosi virtú dell antimonio publicado en 1628. El religioso fue expulsado de la Compañía de Jesús en 1629 por vender en Turín medicamentos fabricados con antimonio (Clericuzio). 

Los paracelsistas, entre los cuales se encontraban los jesuitas Juan Eusebio Nieremberg y Athanasius Kircher, defendían la existencia de arcanos o energías ocultos en la naturaleza que van mostrando al hombre el secreto de la cura de las enfermedades mediante el lumen naturae, luz de la naturaleza. Para ellos el mundo tiene un orden, un sentido, y misterios que se van develando gracias a la divina providencia. Al hombre le tocaba buscar la sustancia medicinal no restituir el equilibrio de los humores como pensaba la medicina tradicional. Confiados en estos principios practicaron la astrología y la alquimia. 

Esta corriente de pensamiento descreía que todas las fiebres tuvieran su origen en un desequilibrio en el calor del cuerpo como sostenía la medicina escolástica basada principalmente en el médico griego Galeno de Pérgamo del primer siglo de la era cristiana. Por tanto, no servía aplicar a todas las calenturas el mismo procedimiento para su cura. Sostenían que el remedio no vendría de la doctrina de Galeno ni de Avicena, célebre médico del Islam,  sino del que se fuera encontrando en la práctica gracias a los espíritus que se encuentran ocultos en la naturaleza y que en última instancia son manifestaciones de la Divinidad.  

La polémica entre una y otra corriente se reavivaría en el siglo XVII con la llegada de la corteza del árbol de la quina a Europa pues se pondría en cuestión la teoría de los galenistas, vigente durante mil quinientos años, según la cual todas las fiebres se curaban de la misma manera causando frío en el cuerpo para contrarrestar el calor y restituir el equilibrio. Este procedimiento incluía sangrías, purgas, vómitos y dieta de alimentos considerados de naturaleza fría.                                               

                                                                

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En su infancia Agustín Salumbrino debió ver desfilar en su pequeña ciudad a los laicos de la Confraternidad encargada de confortar a los condenados a muerte llamados los Flagelantes Negros, Battuti Neri, con sus hábitos y capuchas oscuros acompañando a algún infeliz al cadalso. Este recuerdo volvería a Agustín Salumbrino cuando condenado a muerte, esperaba en una torre prisión de Roma su traslado al cadalso en el puente cercano al castillo de San Angelo para ser ejecutado.

                                              
En algún momento de su niñez, la familia Salumbrino se trasladó al noroeste hacia Mantua y a residir en la ciudad de Milán entonces bajo gobierno español. Esto explica su cercanía con el cardenal y arzobispo de esa ciudad San Carlos Borromeo y con los jesuitas.   En una parte de la hagiografía se da a entender que la relación de Agustín Salumbrino con Carlos Borromeo es de cuando recién ingresa aquel al noviciado de San Andrés en Roma en 1588. Sin embargo Borromeo muere en 1584, por tanto la relación fue de años antes. Es en este tiempo también, antes del ingreso al noviciado, que Salumbrino y el joven príncipe Luis Gonzaga del ducado de Mantua se conocen. Sobre el vínculo entre Borromeo y Salumbrino que confirma lo que sostenemos citamos el libro:


"Era a la sazón arzobispo de Milán S. Carlos Borromeo, muy devoto de la Compañía y que como tal frecuentaba nuestra casa; y como tenía tanta luz del cielo, conoció la que Dios daba a nuestro hermano Agustín y se aficionó a él mucho, gustando de su santa conversación y venía muchas veces a conversar con él a solas y tratar cosas de Dios el santo con el santo que cuando simbolizan en el espíritu fácilmente se eslabonan las voluntades, como les sucedió a los dos. Uniéndose en un estrecho vínculo de amistad. Y el santo arzobispo le dio una cruz de reliquias en prendas de su amor, la cual guardó el hermano Agustín toda su vida, como una preciosa reliquia recibida de mano de tal santo"
El afán por dar a sus hijos una buena educación debió pesar en la decisión del buen padre de Agustín Salumbrino para llevar a la familia a Milán. Forlí había tenido un Colegio jesuita pero su existencia fue breve y cerró por la dificultad que tenía la Compañía de Jesús de proveer profesores estables.

El padre aspiraba a que su hijo Agustín fuera sacerdote, para lo cual lo hizo seguir estudios con los jesuitas. En aquella época se entendía por tal aprender gramática en latín, humanidades y retórica, con algo de matemáticas. Además de la formación espiritual y en valores morales. Los padres hacían ingresar a sus hijos al Colegio de Milán para que fueran sacerdotes, abogados, notarios, médicos o secretarios de algún noble o municipio.

Agustín Salumbrino entró al Colegio de la Compañía de Jesús cuando la sede estaba en Brera, fundada en 1572 en terrenos y edificaciones que el arzobispo Carlos Borromeo dio a los jesuitas. Hoy se encuentran allí la Pinacoteca de Brera y el Orto Botanico di Brera en Milán. Este jardín se remonta a la época de los jesuitas y es el lugar donde Salumbrino aprendería sobre plantas medicinales. 

El Colegio era grande, tenía entonces quinientos estudiantes. El ingreso de Agustín Salumbrino a este Colegio explicaría su relación con San Carlos Borromeo y además la alegación de los jesuitas de Milán años después cuando termino sus estudios de noviciado en Roma. Para llevárselo aducían que fueron ellos los primeros en recibirlo.  

Los estudios con los jesuitas eran exigentes, cinco o seis horas al día, seis días por semana con vacaciones de una o dos semanas en el verano. Se inculcaba la competencia con concursos de composición. Se fomentaba el teatro y la música participando de eventos públicos.
   

Según su biógrafo, Agustín Salumbrino no fue un estudiante brillante. Para la desilusión de su padre, tampoco mostró interés en la vida religiosa. Debió ser un niño vivaz, aunque inquieto y curioso, quizás más atraído por los misterios del mundo natural que por los laberintos del intelecto o las alturas celestiales.

A los 17 años, la muerte de su padre lo dejó libre. Sin dudarlo, abandonó los estudios y se puso al servicio del Conde Alejandro Aurelio Mansel, un noble romano de gran poder y riqueza.

                                              

Colegio de San Pablo Compañía de Jesús Lima- Iglesia de San Pedro Lima



Dibujo a mano de 1699, en el Archivo General de la Nación del Perú, en que se muestra el Colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús en Lima, elaborado con motivo de la reparación de las cañerías de agua. Los jesuitas llegaron a esta ciudad, capital del Virreinato del Perú en 1568.




Bibliografía del Capítulo 1

Este Capítulo 1 como todos los restantes tiene como principal fuente la hagiografía del hermano Agustín Salumbrino que atribuimos, sin certeza, al sacerdote jesuita Antonio Vázquez (1578-1670). El libro fue publicado en Madrid en 1666 por el jesuita Alonso de Andrade en el tomo V de Varones Ilustres en Santidad y Celo de las Almas.  
El padre Vázquez vivió con el hermano Salumbrino en el Colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús en Lima (actual parroquia de San Pedro) desde 1604 en que  llega de Roma a la ciudad y hasta su muerte en 1642. Siendo Antonio Vázquez rector del Colegio le correspondió escribir la Carta de edificación sobre la vida de Agustín Salumbrino y años después siendo Provincial del Perú, entre 1653 y 1656, posiblemente sea él quien envía a España la hagiografía.   
Antonio Vazquez conoció a Agustín Salumbrino durante treinta y ocho años. Esto explica la detallada información que da sobre su vida.

Las fuentes complementarias a la que hemos recurrido en este Capítulo 1 son:

-FERNANDO DE MONTESINOS, Anales del Perú, volumen 2, Madrid, 1908

-FERNANDO DE MONTESINOS, Auto de Fe celebrado en Lima a 23 de enero de 1639, Madrid, 1640
 
-GUISEPPE ANTONIO PATRIGNANI, Menologio di pie memorie dálcuni religiosi della Compagnia di Gessu, Venecia, 1730 

-COMPAÑÍA DE JESÚS, Traslado del Menologio de Varones Ilustres de la Compañía de Jesús, Madrid 1729

-FRANCISCO XAVIER FLUVIA, Vida de S. Ignacio de Loyola, Barcelona 1753.

-JUAN ANTONIO DE OVIEDO, Elogios de muchos hermanos coadjutores de la Compañía de Jesús, que en las cuatro partes del mundo han florecido con grandes créditos de santidad, México 1755

-JOSÉ CELESTINO MUTIS, El Arcano de la Quina, Madrid 1828

-AUGUSTIN BALLY, The Woodstock Letters, Traditions of Bally, 1837

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