Abracadabra (antiguo conjuro contra la malaria)
El demonio me contestó…por cuanto a mí se me ha ordenado contener las convulsiones de la fiebre terciana usando estos tres nombres Bultala, Thallal, Melchal. Y yo los curo. (El Testamento de Salomón)
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Agustín Salumbrino fundador de la Botica de la Compañía de Jesús en Lima, en la actual parroquia de San Pedro. Cuadro de Seferino Quisca Astocahuana. |
“Se salvará la condesa, excelentísimo señor- contestó una voz en la puerta de la habitación” Los Polvos de la Condesa, tradición de Ricardo Palma |
En
el tejido de las ediciones de "Tradiciones Peruanas", la versión más
reciente de "Los Polvos de la Condesa" se asemeja notablemente a
aquella que Ricardo Palma alumbró por primera vez en la revista "El Correo
del Perú" allá por octubre de 1872. Sin embargo, como un artesano que pule su obra
maestra, el tradicionista introdujo sutiles modificaciones, como el cambio de
nombre de ciertos personajes principales. Esto se debió a su esfuerzo por
ajustarse a las fuentes históricas que fue conociendo con el paso de los años.
En
la primera publicación de 1872, Palma atribuyó el nombre de Cleto Martinez al
médico de palacio. Luego, informado por el libro "The Countess of Chinchon
and the Chinchona Genus" de Sir Clements R. Markham y el artículo de Félix
Cipriano Zegarra (seudónimo Gabriel), lo cambió por el de Juan de Vega. La condesa de Chinchón se
encontraba desahuciada. La ciencia, en palabras de su oráculo don Juan de Vega,
había fallado, escribe Palma.
En la tradición aparece que el Conde de Chinchón estaba acompañado de su íntimo amigo el marqués de Corpa. Parece que esto no pudo ser así pues según el Diccionario Histórico-Biográfico del Perú de Manuel Mendiburu recién en 1683 el rey Carlos II dio este título al coronel D. Luis Ibáñez de Segovia y Peralta (hermano del marqués de Mondéjar), corregidor del Cuzco y Angaraes, y caballero de la orden de Santiago.
El
nombre de Leonor, que al principio atribuyó a la condesa de Chinchón, fue
corregido tras conocer el estudio histórico de Félix Cipriano Zegarra publicado en la "Revista Peruana" en 1879. En
verdad, se trataba de la virreina Francisca Henríquez de Rivera, como Palma dejó
constancia en una nota a pie de página.
Ricardo Palma nos legó el relato de un religioso de la Compañía de Jesús a quien el virrey condujo al lecho de la condesa moribunda para que la salvara administrándole la cura con la corteza del árbol de la quina. No llegó a identificar su nombre. Según el tradicionalista, este fue el religioso que recibió la información sobre la virtud febrífuga de la "cascarilla" o árbol de la quina de un indio de Loja llamado Pedro de Leyva.
Como se verá en este trabajo de investigación sobran razones para sostener que este religioso jesuita fue el hermano Agustín Salumbrino, fundador y farmacéutico de la famosa Botica de los jesuitas en su Colegio Máximo de San Pablo en la ciudad de Lima que a partir de la expulsión de los jesuitas vino a llamarse iglesia y parroquia de San Pedro en el actual Jirón Azángaro.
-2-
En
el corazón de la nobleza española, donde el destino se entrelaza con la cuna,
nació Francisca Henríquez de Rivera, una joven cuyo linaje la vinculaba tanto a
la aristocracia como a la santidad. Hija del Conde de la Torre y de Inés
Henríquez y Sandoval, Francisca fue una de los seis vástagos de un matrimonio
que floreció bajo el amparo de la corte de Felipe III.
Su
sangre llevaba la impronta de San Francisco de Borja, cuyo espíritu misionero
había impulsado la llegada de los primeros jesuitas al Perú en 1568. Sin
embargo, su condición de mujer la relegaba a un destino incierto, donde la dote
era su única llave para un matrimonio conveniente o el refugio de un convento.
Sus
padres, figuras influyentes en la corte, tejieron un destino que trascendió las
fronteras de España. Su madre, prima del poderoso Duque de Lerma, desempeñó un
papel crucial en las intrigas políticas que envolvieron los lazos entre España
y Francia.
En
un gesto por afianzar la paz, se concertó un intercambio de princesas: Ana,
hija de Felipe III, se uniría en matrimonio con Luis XIII de Francia, mientras
que Isabel, hermana del rey francés, desposaría a Felipe, hermano de Ana y
futuro rey de España.
Inés
Henríquez, como primera dama de honor, acompañó a Ana a la corte francesa,
donde su misión secreta era espiar y mantener informados a Felipe III y al
Duque de Lerma sobre los entresijos de la corte. Su labor, revelada en
investigaciones de Akkerman y Houben, nos muestra a una mujer astuta y
resuelta, capaz de navegar en un entorno hostil y de sortear la antipatía de
figuras tan prominentes como María de Médicis y el Cardenal Richelieu.
En
su misión, Inés no dudó en recurrir a confidentes y sobornos, demostrando que
su determinación no conocía límites. Su influencia fue tal que la corte
francesa se vio obligada a nombrar a otra dama de honor para contrarrestar su
poder.
Es
plausible imaginar que Francisca y sus hermanos pasaron algunos años en París
junto a su madre, nutriéndose de las experiencias y conocimientos que más tarde
serían de gran valía para Francisca en su papel de Virreina del Perú.
Tras
un primer matrimonio que la dejó viuda y con un hijo, Francisca desposó en
segundas nupcias a Luis Gerónimo de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón, en
1628. Poco después, la pareja partió rumbo al Perú, donde el Conde asumiría el
cargo de Virrey en representación de Felipe IV.
El Conde, un hombre maduro de cuarenta y dos años, encontró en Francisca, una mujer atractiva y mucho más joven, una compañera de vida. Rodrigo de Carvajal y Robles, quien la conoció en 1630, le dedicó versos que celebraban su belleza.
Francisca Henríquez de Rivera, una mujer cuyo destino fue moldeado por la nobleza, la política y el amor, dejó una huella imborrable en la historia del Perú. Su vida, un relato fascinante de intrigas cortesanas y desafíos personales, nos revela a una mujer excepcional que supo florecer en un mundo dominado por hombres en el que una mujer difícilmente podía convertirse en leyenda.
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Según narra Fernando de Montesinos, clérigo e historiador, que viajó en la misma armada, el 19 de junio de 1628 los condes arribaron a Cartagena de Indias, se detuvieron en Portobelo y cruzaron el Istmo por el río Chagres hasta Panamá donde llegaron el 5 de julio y embarcaron para llegar al puerto de Paita alrededor del mes de octubre. Aquí se separaron, el conde siguió viaje a Lima por mar donde llegó al puerto del Callao el 18 de diciembre (Montesinos).
La condesa debido a lo avanzado de su preñez lo hizo por tierra, dando a luz en Lambayeque a Francisco Fausto Fernández de Cabrera y Bobadilla, quinto Conde de Chinchón, el cuatro de enero de 1629 para reanudar luego el viaje y llegar a la ciudad de Lima el 19 de abril de 1629, siendo recibida de noche por el virrey.
Once años después Montesinos sería testigo presencial y narraría uno de los últimos eventos al que asistieron el Virrey y la Virreina, Condes de Chinchón, antes de dejar Lima: el famoso Auto de Fe del 23 de enero de 1639 en el que la Santa Inquisición hizo ejecutar al mercader de esclavos de mayor fortuna en las Indias Manuel Bautista Pérez y a diez personas más acusados de ser judíos.
Vargas Ugarte sospecha que, en este viaje por tierra, de Paita a Lima, la condesa contrajo la malaria. Y no le faltaría razón, pues cruzó valles infestados del parásito. Sin embargo, también pudo haberse infectado en Lima donde la enfermedad era endémica.
Enrique Torres Saldamando, conocido historiador del siglo XIX, refiere en su obra Los Antiguos Jesuitas del Perú publicada en 1882 varios documentos que confirman que la virreina sufrió de malaria y fue curada con el árbol de la cascarilla o quina. La historia no es solo una leyenda. Torres Saldamando pudo hallar uno de estos documentos del siglo XVII. Se trata de una carta en el Archivo Nacional de Lima, en el legajo 1179, en el que el general de la Compañía de Jesús en Roma, el padre Mutio Vitelleschi, expresa al padre Nicolás Durán Mastrilli, provincial de la Compañía en el Perú, su satisfacción de que hayan sido los jesuitas los que curaran de malaria a la condesa con la corteza. Torres Saldamando transcribe en su obra el párrafo de la carta:
“Satisfactorio ha sido saber que la Excma. Señora condesa de Chinchón hubiese recuperado la salud por medio de los nuestros, sirviéndose concederlo N.S. para premiar la generosa liberalidad de sus Excelencias para con nuestra Compañía, en especial con el padre que dirige sus aciertos, por cuyo medio se consiguió. Del medicamento recibimos una cantidad con el P. Pdr. y se proveerá lo conveniente para su aplicación”
El padre a quien se refiere Vitelleschi era Diego de Torres Vásquez, provincial de la Compañía en el Perú hasta 1630 en que lo reemplaza Nicolás Durán. Y el lugar de donde provino la cascarilla del árbol de la quina fue la Botica de la Compañía que fundo y dirigía el hermano jesuita italiano Agustín Salumbrino. Esto lleva a pensar que la enfermedad de la condesa ocurrió poco después de llegar a Lima, con lo que se corroboraría la sospecha del padre Vargas Ugarte o en los primeros dos años en que llegó al Perú. El padre Diego de Torres Vásquez tuvo gran ascendencia sobre el virrey y fue su confesor. Esta cercanía a la Compañía de Jesús podría explicarse también por el parentesco de la Condesa de Chinchón con San Francisco Borja y del otro la gran influencia que ella ejercía sobre el virrey como se aprecia en el Diario de Suardo.
Torres Saldamano hace mención a la Botica de la Compañía de Jesús en Lima al tratar de la curación de la condesa. En esos años trabajaba con el tradicionalista Ricardo Palma al servicio de la Biblioteca Nacional. Él era muy cercano a Ricardo Palma quien lo escogió como colaborador para reorganizar la Biblioteca Nacional en 1883. Palma, al igual que Torres Saldamando, era acucioso lector de manuscritos. Palma conocía la obra Apuntes para la historia de los jesuitas del Perú de Torres Saldamando como deja expresa constancia en su tradición Los Malditos. Por tanto, es indudable que conocía de esta importante carta de Mutio Vitelleschi.
Es probable que Ricardo Palma se haya inspirado en esta carta, cuyo manuscrito seguramente leyó, para escribir su famosa Tradición Los Polvos de la Condesa en la que sostiene que fue un hijo de San Ignacio, jesuita, el que dio el remedio de la quina para curar de malaria a la condesa. Ese personaje fue Agustín Salumbrino.
Ricardo Palma concluye con humor que el jesuita que curó a la condesa con la cascarilla del árbol de la quina le prestó a la humanidad mayor servicio que el fraile que inventó la pólvora. Esta afirmación no deja de ser uno de los tantos dardos anti jesuitas de Palma pues como sabemos los primeros en fabricar el explosivo fueron los chinos. Juan Valera, andaluz, escritor, de la Academia Española, a quien Palma admiraba y con quien intercambiaba misivas con frecuencia (Tanner), en carta al tradicionalista haciendo un juicio crítico muy elogioso a sus Tradiciones, termina con lo siguiente: Todo lo demás que contiene su libro me parece bien. Sólo me pesa el aborrecimiento de usted a los jesuitas, y lo mal que los quiere y trata. Pero, en fin, no hemos de estar de acuerdo en todo.
La carta de Mutio Vitelleschi se encontraba en el Archivo Nacional entonces en la Biblioteca Nacional del Perú la misma que fuera saqueada en 1881 por la tropa chilena por disposición del general Lagos en la Guerra del Pacífico y sufrido un grave incendio en 1943, sin contar los innumerables robos de manuscritos que ha padecido. Según estimaciones de la Biblioteca Nacional en el incendio se perdieron cuarenta mil manuscritos, posiblemente en muchos de los cuales Ricardo Palma basó sus Tradiciones. Estos desafortunados hechos hacen difícil que la carta se pueda encontrar para corroborar lo dicho por Torres Saldamando, aunque no hay razones tampoco para dudar de la palabra de este serio y respetable historiador ni de la veracidad, si bien literaria, de la Tradición de Ricardo Palma.
La vida de Agustín Salumbrino siguió difundiéndose a través de los Menologios o Elogios de la Compañía de Jesús en España, Italia, Francia, México y otros países. Sin embargo estos son solo resúmenes del primer ejemplar. El libro del padre Aloysius Carnoli, que escribía bajo el seudónimo de Vigilio Nolarci (Bally), de 1687 se circunscribe a las visiones de la Virgen que experimentó Agustín Salumbrino; el padre Francisco Xavier Fluvia en su obra sobre San Ignacio publicado en 1753 trata de lo mismo.
El padre Antonio Vázquez conoció a Agustín Salumbrino desde que llegó a Lima a fines de 1604, estando de salida el Virrey Gaspar de Zúñiga Acevedo y Velasco, Conde de Monterrey, y de llegada en su reemplazo Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros. El hermano Salumbrino tenía cuarenta años de edad en tanto que Vázquez era un joven jesuita de veintiséis. Vivió con él en el Colegio de San Pablo y lo acompañó hasta su deceso. En muchas ocasiones fue su confesor. Esto explica la cantidad de información sobre la vida de Agustín Salumbrino que contiene el texto.
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San Ignacio curando a los enfermos Cuadro en Templo de la Compañía de Jesus en Cusco |
Como toda narración de la vida de un santo la obra es también una suerte de epopeya en la que participan seres inmateriales en acontecimientos humanos de trascendencia. La Virgen María que se le aparecía a menudo es el principal arquetipo cristiano que interviene en los sucesos. Otro es su Ángel de la Guarda el compañero que lo favorecía con frecuencia. Sabemos por el testimonio de la madre de Santa Rosa en el proceso de canonización de su hija que un Ángel de la Guarda podía comunicarse con el Ángel de otra persona para pedir de ella algún favor que luego se cumplía (Hart). Asimismo se da cuenta de conversaciones que tenía con el espíritu de San Felipe Neri a quien conoció en vida. Todo esto no es de extrañar, la Iglesia Católica está conformada por dos partes la celestial y la peregrina o terrenal, dos mundos paralelos que en el siglo XVII estaban tan cercanos que resultaba difícil distinguir sus fronteras.
Los diablos se entremeten también en la trama, según el hagiógrafo. A uno de los principales Salumbrino lo llamaba Chapín. Con ese nombre se conocía un calzado femenino de suelo de corcho forrado de cordobán. Santa Rosa de Lima, contemporánea, vecina de la Botica y de Salumbrino llamaba al suyo patón tiñoso (Hart). Entre los nombres con que Ricardo Palma llamaba al diablo está el de Patudo. El estar referidos al pie no extraña. Virgilio F. Cabanillas nos informa que en el bestiario cristiano más importante conocido como El Fisiólogo (escrito entre el siglo II y IV) el diablo encarnado en la zorra simula estar muerta con los ojos abiertos y las patas en alto tentando a las aves para que vengan a comérsela. Estas seducidas bajan y son atrapadas por las patas de la zorra que las devora. En el caso de Salumbrino así como el personaje que lo salva y guía fue la Virgen María, figura femenina, los diablos que lo atormentaban, al menos los que aparecen en la obra, también tenían figura de mujer. La explicación podría encontrarse en la misma hagiografía, cuando el autor describe lo que motivó a Salumbrino a hacerse religioso: Y conociendo por experiencia su fragilidad e inconstancia se resolvió pisar cuanto adora y buscar los bienes eternos...
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No obstante la importante información que proporciona el autor sobre la vida de Agustín Salumbrino por haberlo tratado tantos años, el libro tiene limitaciones, si lo juzgamos con rigor histórico. Por un lado, el propósito del hagiógrafo es el de presentar al personaje principal como modelo de edificación para los religiosos y fieles sacrificando a veces la objetividad de los acontecimientos u ocultándolos deliberadamente. Sin embargo, desde otra perspectiva, la intervención de estos arquetipos sobrenaturales podrían ser distintas maneras de expresar la creencia muy antigua en el lumen naturae, un algo o energía misteriosa, todavía un enigma que está en la esencia de todo en el universo y que hace que las cosas ocurran. En palabras del jesuita Juan Eusebio Nieremberger la naturaleza es un poema que yace oculto bajo una forma secreta y maravillosa: Plotino llama al mundo Poesía de Dios. Yo añado, que este Poema es como un laberinto, que por todas partes se lee y hace sentido, y dicta a su Autor (Oculta filosofía de la simpatía y antipatía de las cosas, artificio de la naturaleza y noticia natural del mundo)
Nosotros procuraremos acercarnos a la vida y obra de Agustín Salumbrino filtrando y complementando la información con las otras fuentes que se citan en cada Capítulo. Con este fin examinaremos los sucesos e imprevistos, que fueron concadenándose hacia el encuentro de la cura de la malaria así como a la fundación de la Botica de la Compañía de Jesús en la ciudad de Lima a través de la cual se hicieron con gran secretismo (Palma) las primeras remesas de la corteza del árbol de la quina con destino al hospital del Espíritu Santo en Roma y no a Madrid. Como sabemos, este acontecimiento cambiaría de manera significativa la historia de los seres humanos.
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El libro informa que Agustín Salumbrino nació en 1564 en la Villa fortificada de Forlí (por error denominada Flori en la impresión), estado pontificio en tiempos del papa Pío IV. Actualmente es una pequeña y pintoresca ciudad italiana en la región de la Emilia-Romaña.
El riesgo de morir joven en Forlí era muy alto por las epidemias, en especial por la malaria que era endémica. Salumbrino perdió a su madre a temprana edad. De su padre se dice poco. Fue un
hombre devoto, cercano a la Compañía de Jesús. Es posible que haya servido a
los jesuitas en algún oficio, quizás como enfermero y boticario como veremos más adelante. Sus labores le permitieron una cercanía con la
Compañía de Jesús y algunos modestos ingresos como para aspirar a que sus hijos
tuvieran posibilidades de lograr un mejor porvenir mediante el estudio.
La hagiografía de Agustín Salumbrino consigna que su padre terminó ingresando en la Compañía al igual que uno de sus hermanos mayores. Según la narración esto habría ocurrido siguiendo a Agustín como modelo. En efecto dice: "Y fue tanto el ejemplo que dio a su padre y aun hermano mayor que tenía, que ambos dejaron el mundo y entraron en la Compañía"
La afirmación no satisface pues el mismo texto lo contradice. El padre
deseaba que su hijo siguiera estudios y fuera sacerdote, sin embargo murió poco
después que Salumbrino cumpliera los diecisiete años viendo frustrado sus
deseos pues el joven Salumbrino no tenía interés ni en lo uno ni en lo otro.
En el caso del padre posiblemente formó parte de la familia jesuita
desempeñando algún oficio, pues no se dice que haya sido hermano coadjutor ni
sacerdote. En este servicio a favor de la Compañía debió haber estado tiempo
antes de su muerte.
Respecto del hermano, los Archivos de la Compañía registran un Vincenzo
Salumbrino (o Solombrino) también de Forlí nacido en 1577 (Clericuzio, 2007),
Si fue hermano de Agustín no fue mayor sino trece años menor que Agustín.
Sería interesante investigar si fueron hermanos o parientes cercanos pues
podría haber una tradición familiar en los oficios de la salud.
Vincenzo Salumbrino fue un sacerdote jesuita y conocido farmacéutico familiarizado
con Paracelso, Croll, Quercetanus y Libavius. Fue el autor de L´Ántimonio
trattato della meravigliosi virtú dell antimonio publicado en 1628. El
religioso fue expulsado de la Compañía de Jesús en 1629 por vender en Turín
medicamentos fabricados con antimonio (Clericuzio).
Los paracelsistas, entre los cuales se encontraban los jesuitas Juan Eusebio Nieremberg y Athanasius Kircher, defendían la existencia de arcanos o energías ocultos en la naturaleza que van mostrando al hombre el secreto de la cura de las enfermedades mediante el lumen naturae, luz de la naturaleza. Para ellos el mundo tiene un orden, un sentido, y misterios que se van develando gracias a la divina providencia. Al hombre le tocaba buscar la sustancia medicinal no restituir el equilibrio de los humores como pensaba la medicina tradicional. Confiados en estos principios practicaron la astrología y la alquimia.
Esta corriente de pensamiento descreía que todas las fiebres tuvieran su origen en un desequilibrio en el calor del cuerpo como sostenía la medicina escolástica basada principalmente en el médico griego Galeno de Pérgamo del primer siglo de la era cristiana. Por tanto, no servía aplicar a todas las calenturas el mismo procedimiento para su cura. Sostenían que el remedio no vendría de la doctrina de Galeno ni de Avicena, célebre médico del Islam, sino del que se fuera encontrando en la práctica gracias a los espíritus que se encuentran ocultos en la naturaleza y que en última instancia son manifestaciones de la Divinidad.
La polémica entre una y otra corriente se reavivaría en el siglo XVII con la llegada de la corteza del árbol de la quina a Europa pues se pondría en cuestión la teoría de los galenistas, vigente durante mil quinientos años, según la cual todas las fiebres se curaban de la misma manera causando frío en el cuerpo para contrarrestar el calor y restituir el equilibrio. Este procedimiento incluía sangrías, purgas, vómitos y dieta de alimentos considerados de naturaleza fría.
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Según
su biógrafo, Agustín Salumbrino no fue un estudiante brillante. Para la
desilusión de su padre, tampoco mostró interés en la vida religiosa. Debió ser
un niño vivaz, aunque inquieto y curioso, quizás más atraído por los misterios
del mundo natural que por los laberintos del intelecto o las alturas
celestiales.
A
los 17 años, la muerte de su padre lo dejó libre. Sin dudarlo, abandonó los
estudios y se puso al servicio del Conde Alejandro Aurelio Mansel, un noble
romano de gran poder y riqueza.
-COMPAÑÍA DE JESÚS, Traslado del Menologio de Varones Ilustres de la Compañía de Jesús, Madrid 1729
-FRANCISCO XAVIER FLUVIA, Vida de S. Ignacio de Loyola, Barcelona 1753.
-JUAN ANTONIO DE OVIEDO, Elogios de muchos hermanos coadjutores de la Compañía de Jesús, que en las cuatro partes del mundo han florecido con grandes créditos de santidad, México 1755
-JOSÉ CELESTINO MUTIS, El Arcano de la Quina, Madrid 1828
-AUGUSTIN BALLY, The Woodstock Letters, Traditions of Bally, 1837
-ELESBAN DE GUILHERMY, Menologe de la Compagnie de Jesús: assistence d´Italie, Paris, 1894
-GREGORIO MARTINEZ MORÁN, Grandes de Enfermería Agustín Salumbrino, Revista Hygia, Sevilla 1992
-EDUARDO ESTRELLA, Ciencia ilustrada y saber popular en el conocimiento de la quina en el siglo XVIII, Lima, 1995
-CARL G. JUNG, Paracélsica, Barcelona 2003
-PAULA FINDLEN, Athanasius Kircher, The Last Man Who Knew Everything, Nueva York, 2004
-ANTONIO CLERICUZIO, Chemical Medicine and Paracelsianism in Italy 1550-1650, en The Practice of Reform in Health and Science 1500-2000 de Scott Mandelbrote y otros, 2007
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