-2-
La tradición de Ricardo Palma, La
Casa de Francisco Pizarro, cuenta como el problema de las fiebres tercianas, es
decir de la malaria, ya era un problema para los conquistadores desde la
fundación de la ciudad de Lima:
Mientras se terminaba la fábrica
del palacio de Lima, tan aciago para el primer gobernante que lo ocupara, es de
suponer que Francisco Pizarro no dormiría al raso, expuesto a coger una
terciana y pagar la chapetonada, frase con la que se ha significado entre los
criollos las fiebres que acometían a los españoles recién llegados a la ciudad.
Estas fiebres se curaban sin específico conocido hasta los tiempos de la
virreina condesa de Chinchón, en que se descubrieron los maravillosos efectos
de la quinina. A esos cuatro o seis meses de obligada terciana era a lo que
llamaban pagar la chapetonada, aunque prójimos hubo que dieron finiquito en el
cementerio o bóveda de las iglesias.
Santa
Rosa vivía en un modesto solar de la villa virreinal con una huerta de árboles
y plantas diversos regados por una acequia. A espaldas de la construcción donde
nació se encontraba el Hospital del Espíritu Santo para asistir a los marineros
que al llegar eran atacados por las fiebres tercianas (malaria), según refiere
Ricardo Palma en su tradición el Rosal de Rosa. En 1614 Rosa se mudaría a la
casa del contador Gonzalo de la Maza y su esposa María de Uzátegui, muy cerca a
la Botica de la Compañía de Jesús bajo la dirección de Agustín Salumbrino.
Gracias a los diversos testimonios que se recogieron a la muerte de
Santa Rosa con el propósito de su beatificación, se sabe que en su huerta
familiar abundaban los mosquitos transmisores de la malaria en las
temporadas de calor. Estos mismos testigos informaban de un singular acuerdo
que existía entre ella y estos insectos para que no la picasen. En esto, la
vida de Santa Rosa nos trae a la memoria el pacto de paz entre San Francisco de
Asís y el feroz lobo de Gubbio. Como se aprecia, las dos historias nos recuerdan el concepto del lumen naturae de Paracelso, la indisoluble unión de la luz con la oscuridad o del fuego que brota de la naturaleza.
Según informa el historiador José Antonio del Busto los testimonios sobre este
singular pacto entre Santa Rosa y los mosquitos fueron dados por dos de sus
confesores más importantes los sacerdotes jesuitas padre Juan de Villalobos,
rector del noviciado de los jesuitas de Lima, y el padre Diego Martínez.
Asimismo, Catalina de Santa María, amiga de Santa Rosa, declaró que una vez que
fue a visitarla en su ermita de oración en la huerta mató un mosquito que la
había picado siendo reprendida por Santa Rosa quien le manifestó que otro día
no los maté pues ella tenía un acuerdo con ellos. El contador Gonzalo de
la Maza en cuya casa vivió y murió la Santa atestigua haber presenciado lo
mismo.
El profesor Stephen M. Hart de la University College London en sus documentadas
obras sobre Santa Rosa de Lima, la Evolución de una Santa y la Edición Crítica
del Proceso Apostólico de Santa Rosa de Lima, hace notar que la mayor parte de
los milagros que se le atribuyen en el complejo proceso para su canonización
fueron sanaciones de fiebres tercianas y cuartanas, vale decir de paludismo o malaria.
Esto de un lado, corrobora lo grave que era entonces esta enfermedad y por el
otro lo pone al académico inglés, no religioso, frente al siguiente enigma expresado con sus propias palabras (Edición Crítica del Proceso Apostólico de Santa Rosa de Lima,
pag.37):
“En todas las descripciones
de los veintinueve milagros, constituye el rostro de Santa Rosa el enfoque del
interés en la narrativa o, para decirlo en términos de la narratología, el
centro de dónde emana la acción del evento. Algo similar se puede ver en el “milagro”
de la intangibilidad de Rosa cuando de los mosquitos se trata. Parece no ser
casual de que el milagro más frecuente descrito en el Proceso Apostólico sea la
sanación de la fiebre terciana, o fiebre cuartana, como en aquel momento se
llamaba el paludismo; trece de los milagros son de fiebre terciana, y dos de
fiebre cuartana. Efectivamente la sanación de estos quince casos de una
enfermedad en particular, en este caso el paludismo, bate el record del Proceso
Apostólico. Y aunque la ciencia en aquel entonces no había probado que el
mosquito era la fuente tanto de la fiebre terciana como de la cuartana, a despecho
de sus nombres diferentes eran caras de la misma moneda de la fiebre del
paludismo; parece existir una extraña coincidencia entre la intangibilidad de
Rosa con respeto a los mosquitos durante su vida y la extraordinaria fecundidad,
después de su muerte, de su cuerpo- y especialmente la tierra alrededor de su tumba
que había estado en contacto con su cuerpo- para combatir la enfermedad
producida por los mismo mosquitos, es decir el paludismo. La perspectiva
científica de nuestros días nos
informará, por cierto, que fue simplemente una coincidencia, pero, hasta que
podamos entender la lógica de los milagros, esta coincidencia será un misterio
para el investigador.
Aún más, se nota una
estrecha relación entre los dos tipos de milagros- el de la sudación del Rostro
de Cristo y la sanación de varias enfermedades, incluyendo el paludismo, y se
expresa por la presencia del sudor-.En la casi totalidad de las descripciones
de las milagrosas sanaciones que encontramos en el Proceso Apostólico se
destaca el detalle del sudor como signo de sanación exitosa”
Considerando la vecindad de Santa Rosa con el Colegio de San Pablo y su Botica, la relación entre ella y los jesuitas así como las fechas en que habrían ocurrido las curaciones milagrosas de la malaria, tomando en cuenta el Proceso Apostólico de 1630 a 1632, podríamos pensar en una posible relación del uso de la corteza de la quina en la curación de enfermos que fuera atribuido exclusivamente en el Proceso Apostólico a la tierra de la tumba de Santa Rosa diluida en agua que se daba de tomar al enfermo. En cualquier caso, llama la atención la cantidad de curaciones milagrosas de malaria o paludismo que se dan justo en los años en que los polvos de la corteza del árbol de la quina empiezan a salir de la Botica de los jesuitas y exportarse a Europa para la cura de la enfermedad..
-3-
Desde la fundación de Lima por el gobernador
Francisco Pizarro en el año de 1535, los cautivos africanos fueron llegando al
Perú de a pocos traídos por comerciantes para su venta o como sirvientes de
españoles.
Décadas después, a mediados de los años 80 del siglo
XVI se produce el ingreso masivo de esclavos a la ciudad de Lima y con ellos se consolidó la
presencia del Plasmodium falciparum. A principios del siglo XVII,
cuando Salumbrino llega a la ciudad el cuarenta por ciento de la
población era de origen africano, venidos por la ruta de
Cartagena y Panamá. Había más africanos o afroperuanos que españoles. Estos
últimos sumaban menos del treinta y ocho por ciento de los más de veinticinco
mil habitantes que había. El porcentaje reflejado en el padrón hubiese
sido mayor si se hubiese contado a los esclavos que vivían en las haciendas que
rodeaban la ciudad de Lima.
Desde el siglo XVI cuando los esclavos negros llegaban al puerto del Callao se les trasladaba engrilletados a un lugar que quedaba a la orilla del río Rimac opuesta a la que se encontraba la ciudad de Lima. De allí los comercializaban. Los esclavos que se contagiaban de malaria eran tantos que los españoles sembraron en el lugar árboles de malambo, Canella winterana, traídos de Cuba, por sus propiedades anti febrífugas. De allí quedó el nombre del lugar como el barrio de Malambo (Montoya y Tejada). Esto ocurrió décadas antes de que hiciera su aparición en la ciudad de Lima el árbol de la quina.
Por la necesidad de curar las fiebres de la malaria se empezaron a sembrar también arboles de malambo en la calle de Malambito en medio de la ciudad. Arturo Montoya narra en su Romancero de las Calles de Lima:
Como, el Lima, la terciana
Era una terrible endemia,
En algunas de sus calles,
Malambos los godos siembran.
La cuadra a que me refiero,
por la circunstancia aquella,
fue provista de esos árboles,
que toda fiebre destierran;
i como a la de Malambo
esta cuadra se asemeja
en sus vecinos y aspecto,
aunque no es bastante extensa,
del diminutivo amiga
siendo la calle limeña,
LA CALLE DE MALAMBITO
se llamó desde hace fecha
En el siglo XIX fueron los chinos los que sufrieron los rigores de la malaria
en Lima, además de la crueldad de trato que recibieron en la explotación de las
islas guaneras frente al litoral peruano. El naturalista Robert Cushman Murphy
en su libro Bird Islands of Peru, sobre su visita en 1919 informa
que la isla guanera más insalubre de todas por la malaria, así como la franja costera al
frente, era la de Asia al sur de Lima.
A principios del siglo XX el diario El Comercio en
su edición del cinco de julio de 1918 reclamaba la intervención
inmediata de las autoridades a fin de impedir que continúe enseñoreada sin
ningún control la enfermedad del paludismo o malaria en la ciudad de
Lima, capital del Perú. Calificaba este mal como un flagelo.
Un mes antes, en su edición del cuatro de mayo de 1918 el mismo diario
informaba que el paludismo recrudecía en todos los departamentos de la
República y hace necesario contar con altas dosis de quinina. Y
agregaba: Como se sabe, el Perú fue el país de origen de la quina. De
nuestro suelo salieron los primeros cargamentos de cascarilla y peruanos fueron
igualmente los arbolillos iniciales que hoy forman los inmensos bosques de
cascarilla de Java y del Himalaya. Nosotros no fabricamos quinina y tampoco
tenemos acceso fácil a la cascarilla. Importamos el medicamento de Italia e
Inglaterra, principalmente. Urge que el Estado impulse la explotación de
nuestra quinina.
Que la malaria
o paludismo era la comidilla diaria en Lima se evidencia en el uso coloquial de
frases como le entró frío como de terciana para describir cuando alguien
tenía miedo. Ricardo Palma en varias de sus Tradiciones recoge el uso que se
hacía de esta expresión, que con el tiempo se ha perdido en Lima.
-4-
Quizás las tristes escenas que presenció Salumbrino
en Roma al coincidir los periodos de hambruna con los de malaria no ocurrieron
en Lima pues aquí abundaban los alimentos frescos. Esto reforzaba el sistema
inmunológico del pueblo así como la posibilidad de recuperación del enfermo;
especialmente en casos benignos de la enfermedad. La malaria era aceptada por
la población como parte de su vida cotidiana, como lo destaca Marcos Cueto en
su obra. Quizás debemos agregar que a diferencia de nuestros tiempos la muerte misma era parte de la cotidianidad.
En la ciudad no se conocían los inviernos ni las carencias que
periódicamente aquejaban a Roma, las que predisponía a su población a las
enfermedades y a sus estragos. Parafraseando a Hipócrates, la mejor medicina de
los limeños era su alimentación.
La ciudad de Lima que Salumbrino conoció estaba
rodeada de tierra rica y bien dotada de agua para los cultivos. Su clima era amable para la agricultura comparado a los extremos del europeo. Se encontraba
conectada por tierra y por mar con otros lugares de abastecimiento de productos
como quinua, arroz, fréjoles, pallares, arroz, lentejas, almendras y cacao. El
aceite y vino se producía en tantas cantidades que se exportaban
regularmente. Asimismo, se contaba con abundante carne de vaca, cerdo,
oveja, llama, cabras, conejos, cuyes, gallinas, patos, palomas y pavos. A mayor
bendición, había una gran disponibilidad de productos marinos frescos por la
proximidad al Océano Pacífico así como de camarones de río.
En el mercado de la plaza principal de Lima llamaba
la atención la provisión regular de frutas durante todo el año y no sólo por
temporada, como ocurría en las ciudades europeas. Una parte importante de esta
fruta provenía de las huertas palúdicas de la ciudad. El comercio después de la religión era la actividad que más atraía a los limeños. Es mas, la lengua
española, la religión y los mercados facilitaron acercar y amalgamar a todas las razas en la
ciudad de Lima.
La gran población africana de la capital también se
beneficiaba de la disponibilidad de alimentos. El esclavo para su amo era un
bien preciado. Había que cuidarlo para que no enfermase ni muriese en un medio
en que escaseaba la mano de obra.
La vitalidad de la ciudad de Lima y de su población vista en el último mes del
año de 1604, debió encantar a Salumbrino. A diferencia de Roma, los días
de diciembre eran de sol y agradable calor. Las noches, limpias ya de la garúa
invernal, dejaban ver las estrellas. Hasta las misas eran alegres, el pueblo
cantaba y bailaba a la entrada y salida. Los africanos se reunían en la
calle a tocar sus tambores y entonar los aires de su continente de
origen. En el mes de la Pascua la plaza mayor era un gran
mercado en el que abundaban las flores, dulces, conservas, juguetes,
pastas, licores y cuando de apetitoso y manducabas plugo a Dios crear, como
narra el tradicionalista Ricardo Palma.
-5-
Para curarse de la malaria estaban las boticas y
los médicos. Antes de que Salumbrino fundase la Botica de la Compañía de Jesús había
una docena de estos establecimientos en la ciudad, cuatro pertenecientes a
los varios hospitales que había. Los locales se agenciaban de fármacos de
España mediante pequeñas compras a intermediarios que los traían para revender
a precios elevados Como es de imaginar, estos productos podían estar
adulterados o malogrados por el tiempo y vicisitudes de la aventura marítima y
cruce por tierra del Istmo de Panamá. Los remedios producidos localmente por
farmacéuticos poco entrenados no ofrecían garantía.
En el capítulo 8 daremos cuenta de la Visita de Fiscalización al Hospital de
Santa Ana en Lima hecha por el sacerdote jesuita Esteban de Ávila. En el
informe que elaboran los jesuitas para el Virrey se corrobora el deplorable
estado en que se encontraba la botica de dicho hospital principal, como muestra
de cómo posiblemente se encontraban las demás de Lima antes de que llegara al
Perú el hermano Salumbrino.
El Acuerdo del Cabildo de Lima de fecha diez de noviembre de 1603, un año antes de la llegada de Agustín Salumbrino a la ciudad pone en evidencia el mal estado de las boticas:
“Sobre visitar las boticas- En este ayuntamiento se trató como de muchos
días a esta parte no se habían visitado las boticas que hay en la ciudad y
medicinas que hay en ellas a cuya causa se presumen estarán dañadas y
corrompidas algunas de ellas y no serán de provecho antes serán dañosas para la
salud de los cuerpos humanos y para remedio de ello mandaron que el alcalde y
fieles ejecutores con asistencia del doctor Ormero hagan la visita de dichas
boticas y que se tome acuerdo con el dicho doctor Ormero del día que se va a hacer
la dicha visita para que el dicho día se cierren las dichas boticas para que
mejor se pueda saber lo que hay en ellas y se remedie lo que hubiere que
remediar y que se haga con toda brevedad posible”
La mayor parte de la población no tenía capacidad
económica como para acceder con facilidad a un médico o a las medicinas elaboradas que se
vendían en las boticas. Sin embargo estas últimas cumplían un importante rol en el sistema
de salud proveyendo de insumos para que las familias se prepararan sus propios compuestos basados en los recetarios manuscritos que circulaban.
La población no tenía acceso regular a
médicos. En 1630 se contaron nueve médicos para una población que se había
incrementado rápidamente a más de cuarenta mil. Además se
contaba con diez cirujanos y cincuenta y tres barberos que practicaban
sangrías.
Aunque parezca extraño había casi igual número
de hospitales en la capital que médicos. Estas instituciones, que
por cierto carecían de profesionales de la salud, eran más centros de caridad a
cargo de cofradías para atender a los pobres que un medio idóneo para
curarse. En 1538 se fundó el de San Andrés para los españoles, en 1549 el de
Santa Ana para los indios, en 1559 el de San Cosme y San Damián para mujeres,
sin distinción de razas, en 1563 el de San Lázaro para los enfermos de lepra,
en 1573 el del Espíritu Santo para marineros, en 1594 el de San Diego para
pobres en general, ese mismo año se crea también el de San Pedro para clérigos
pobres y en 1596 el de Nuestra Señora de Atocha de los niños huérfanos.
Los esclavos afrodescendientes se atendían adonde podían colocarlos sus amos o
eran abandonados y quedaban a merced de la caridad pública o de los gallinazos. La Compañia de Jesús sí tenía una enfermería especial para sus esclavos.
El agustino fray Bartolomé de Vadillo conmovido por una
escena que presenció en la barranca del río Rimac de un africano moribundo
rodeado de estas aves construyó entre 1646 y 1648 el Hospital de San Bartolomé
para negros. Narra el historiador José Antonio del Busto que lo secundaron en
esta fundación los jesuitas Francisco del Castillo y Juan Perlín, otro ejemplo de la práctica de la medicina misionera que caracterizó a la Compañía de Jesús.
En el siglo XVII la población indígena que bajaba
de la sierra para trabajar en los campos era propensa a contraer la malaria y a
morir de ella; su sistema inmunológico no estaba preparado para el Plasmodium falciparum.
En los legajos de hechicerías del Archivo Arzobispal de Lima se encuentran referencias
sobre los medios mágicos a que recurrían los indios para protegerse de esta
enfermedad. Le rezaban
al mar, se sacaban cejas y pestañas y las soplaban como sacrificio. Usaban como
ofrendas piedras, coca y maíz tostado para regresar sanos a sus
tierras.
Las órdenes religiosas y conventos tenían sus
propias enfermerías y pequeñas boticas para su uso.
-6-
Frente a este precario sistema de salud, visto
desde nuestra perspectiva del siglo XXI, la población se guiaba más por la
costumbre. La salud cotidiana y la malaria antes que un tema de hospital o
de médicos era un asunto familiar. Había que cuidar que se comía y bebía, si
los alimentos eran fríos o calientes, según se clasificaban siguiendo la
doctrina de los humores de la escuela de Galeno o la imaginación de los limeños. Las fiebres palúdicas
necesitaban contrarrestarse para empezar con sangrías para lo cual había que llamar al barbero.
Había que respetar el espacio de tiempo entre
comer y tomar líquidos. Se recurría al consejo del boticario, las curanderas
y yerberas de los mercados, de los vecinos y de las sirvientas, en especial las
mulatas y a recetas o recetarios escritos a mano que circulaban por la ciudad
de Lima. Las medicinas se preparaban por lo general en casa, los ingredientes
baratos se conseguían en los mercados o en las boticas, mayormente plantas medicinales. Se
compraban insumos en las boticas para hacer las mezclas en el
hogar antes que comprar el remedio caro y poco fiable.
Las madres de familia y las mujeres en general eran
las grandes protagonistas del sistema de salud. Este rol central femenino
se mantiene en pleno siglo XXI sobre todo entre las grandes mayorías pobres en
que las mujeres en base a sus conocimientos domésticos de farmacopea
moderna o tradicional recurren a la automedicación para curar a su familia.
-7-
No había un diagnóstico preciso de la enfermedad
por los médicos como la entendemos hoy en día. En el caso de la malaria, podía
diagnosticarse como catarro, tifus, disentería, neumonía o asma.
Los esclavos llegaban al puerto muchas veces enfermos, pero las más de las
veces sin que se supiera el mal, salvo cuando se trataba de viruelas
por sus manifestaciones externas. Gracias a los estudios genéticos recientes
podemos estimar que una parte importante de estas afecciones que
sufrían eran por causa de la malaria.
Según los médicos de la ciudad en la época de
Salumbrino, las causas de la malaria no eran distintas a las consideradas por
los profesionales en Roma: tufos pestilentes de los pantanos, el clima de
verano y otoño así como la inadecuada alimentación del paciente que había
causado un desbalance de los humores en el cuerpo.
El tratamiento para la cura en caso de fiebres,
incluidas las tercianas y cuartanas, que prescribía el médico de entonces consistía en aplicar sangrías para bajar la tensión o desinflamar, baños
tibios, fricciones o ventosas para favorecer la transpiración así
como productos para purgar y favorecer los vómitos con el propósito de evacuar
los humores perjudiciales. Todavía prevalecían los principios de la medicina de
Galeno según los cuales la enfermedad se originaba en el desequilibrio entre
los cuatro humores, sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla. La malaria era
causada por una alteración en el calor del cuerpo y debía ser curado con su
contrario. Citando a Galeno el médico limeño Francisco de Vargas Machuca en
1694 más de medio siglo de haber muerto Agustín Salumbrino, cuando ya estaba
ampliamente difundida la quina en Europa, sostenía todavía que todas las
fiebres se curaban mediante la sangría.
-8-
El pueblo de Lima recurría a otras recetas
populares que se divulgaban oralmente o a través de manuscritos como fueron los
Cuadernos Recetario o copias del manuscrito del jesuita Bernabé Cobo sobre
plantas medicinales nativas y su uso (ver Vademecum Jesuita de Plantas
Medicinales en Anexo 1)
Algunas de estas recetas en estos Cuadernos, por
cierto muy antiguas y algunas de antes que se supiera de la quina o
cascarilla en la ciudad, prescribían para las tercianas beber zumo de apio
antes de la calentura u hojas de trébol con tres semillas con agua tibia o
fría. En el caso de cuartanas se recomendaba no comer un día. Al siguiente día
había que comer una perdiz asada, beber buen vino y arropado echarse a dormir.
Según la costumbre que prevalecía en las familias
limeñas, había una hora para ingerir alimentos y otra, tres más tarde, para
beber agua. Las reglas eran estrictas sobre las horas exactas, guiados por el
sonar de las campanas de la iglesia más cercana. Estas reglas se mantenían aun
cuando el enfermo se estuviera muriendo de sed.
Los colores eran también importantes para los
limeños. Para la fiebre era bueno tomar leche de una vaca negra, antes que de
cualquier otro color porque era más refrescante por la naturaleza fría que se le atribuía. Mucho se puede
decir también sobre la relación entre la fe y el tratamiento médico prescrito
por la costumbre. Los santos favoritos para casos de peste eran San Cosme y San
Damián.
La Botica de la Compañía de Jesús en Lima era la principal para aprovisionarse de las substancias para preparar los remedios en casa como lo vemos en el recetario El Médico Verdadero. Para purgar, una de las curas a las que más se recurría para la malaria y un sinfín de otras enfermedades, dice el recetario: "se pone aquí la receta para que por ella se traigan de la Botica de la Compañía los ingredientes precisos". Los ingredientes consistían en agua de malvas, mucílagos y hierba de Juan Alonso.
En algún momento en el siglo XVII los recetarios de la época
empiezan a referirse a la Botica de la Compañía de Jesús y a los polvos de la cascarilla, que es la corteza del árbol
de la quina, para la cura de las tercianas y cuartanas es decir de la malaria.
Son diversos los preparados que se sugieren indicando al lector hasta el precio
en que se venden en la Botica de la Compañía de Jesús. Para muestra una de las
recetas (en la transcripción hemos cambiado las u por las v, la q por c, comas
por puntos, completado las abreviaturas, suprimido algunas “y” así como otras mínimas variaciones y una nota para facilitar su lectura):
“Receta muy
segura para la curación de toda suerte de tercianas y cuartanas de que siempre
se ha experimentado maravillosos efectos.
Se exprime una porción de naranjas agrias y de este
zumo, después de colado por un lienzo, se llena tres veces un vasito pequeño que
contenga cuatro onzas de agua y se pone en una ollita nueva vidriada donde también
se echa igual cantidad de agua del tiempo clara y cuatro onzas de azúcar blanca.
Se pone a hervir en la candela hasta que se le
quite con una cuchara toda la espuma blanca y verde que levanta. Estando así
limpio este cocimiento se deja hervir todavía un poco. Luego se aparta del
fuego y se deja enfriar.
Estando frío, se echa dentro de la ollita la
cantidad de Cascarilla que dan en la Botica por un real de moneda o dos adarmes
(nota: dos adarmes equivalían al peso de un real de plata) de los dichos
polvos, meneando el cocimiento hasta que se incorpore bien, dejándolos en
infusión aquella noche hasta por la mañana que es cuando se toma esta bebida en
ayunas, volviendo entonces a menear el cocimiento del cual solo se toma cuatro
onzas de bebida en un vasito dejando la demás porción para tomarla en los dos
días siguientes, si fuere necesario.
Esta bebida se puede tomar sin el menor recelo el
mismo día de la calentura una o dos horas, poco más o menos, antes que entre el
frío”
-AUTORES
ANÓNIMOS, Recetario para Todas Enfermedades del Cuerpo Humano (siglos XVI y
XVII) , publicados por Hermilio Valdizán y Ángel Maldonado en La
Medicina Popular Peruana, Lima, 1922
-AUTOR ANÓNIMO, El Médico Verdadero, Lima 1771, publicado por Hermilio Valdizán y Ángel Maldonado en La Medicina Popular Peruana, Lima, 1922
-FRAY
BUENAVENTURA DE SALINAS Y CÓRDOVA, Memorial de las Historias del Nuevo Mundo,
Piru, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1957
-BERNABÉ
COBO, La Fundación de Lima, Madrid, 1956
-HIPÓLITO
UNANUE, Observaciones sobre el Clima de Lima y sus Influencias, Madrid, 1815
-ROBERT PROCTOR, Narrative of a Journey across the Cordillera of the Andes, and of a residence in Lima etc, Londres, 1825
ARCHIBALD SMITH, Peru as it is: a residence in Lima, and other parts of the
Peruvian republic, Londres, 1839
ARTURO MONTOYA, Romancero de las Calles de Lima, Lima, 1932
RICARDO PALMA, El Mes de Diciembre en la Antigua Lima, Barcelona así como
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BASTO GIRÓN, Salud y Enfermedad en el Campesino Peruano del Siglo XVII,
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MARCOS
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ANGELA
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MIGUEL RABI CHARA, Un desconocido Manual de Educación Sanitaria del Siglo XVIII
ADAM
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JOSÉ ANTONIO DEL BUSTO DUTHURBURU, Santa Rosa de Lima, Empresa Editora El
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JOSÉ ANTONIO DEL BUSTO DUTHURBURU, Breve Historia de los Negros del Perú, Fondo
Editorial del Congreso del Perú, Lima, 2014
LUIS TEJADA R. Malambo, Mundos Interiores: Lima 1850-1950, Universidad del Pacífico, Lima, editado por Aldo Panfichi H y Felipe Portocarrero S.
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CARRASCO LIGARDO, Santa Rosa de Lima, escritos de la santa limeña, Lima 2016
STEPHEN M. HART, Santa Rosa de Lima. La Evolución de una Santa, Lima 2017 y Edición crítica del Proceso Apostólico de Santa Rosa de Lima, 2017
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