Desde
cualquier parte de la ciudad era fácil llegar a la Botica. Lima entonces tenía
sólo ochenta y tres cuadras o manzanas y podía recorrerse todo su
perímetro en catorce mil novecientos pasos que se contaron en 1619 para cercar
Lima con una muralla según informa el jesuita Gerónimo Pallas.
Pasando
la puerta de entrada se encontraba la sala principal de la Botica con su
característico amasijo de aromas vegetales. Un mostrador, escritorios con
balanzas, pesas, morteros y embudos para preparar a la vista del cliente el
medicamento. Garantía de seriedad. Un nicho de la Virgen María, recuerdo
de qué en aquella época iban de la mano la salud y la espiritualidad basada en
la imagen de la madre, de la mujer, el arquetipo femenino de la divinidad
sanadora. La Botica era un espacio sagrado.
El
capítulo IV de la hagiografía de Agustín Salumbrino manifiesta que llegado al
Colegio de la Compañía de Jesús en Lima "...formó una buena botica que
hasta entonces no habían tenido y plantó las hierbas necesarias para ella".
Los primeros años la Botica atendía a puerta cerrada. Los medicamentos
producidos por Salumbrino se destinaban a atender las necesidades de las
enfermerías del Colegio de la Compañía de Jesús y de su
noviciado. Asimismo, a proveer de remedios a las enfermerías de sus
haciendas para la atención principalmente de los esclavos africanos. Gracias a
las investigaciones de Pablo Macera se conocen algunas de las Cartillas del
Régimen y Manejo de las haciendas San Jacinto, Motocache y San Joseph de la
Compañía de Jesús en las que se indica que los medicamentos se remitían a las
haciendas prontamente de la Botica de San Pablo con arreglo a las
memorias que formaba y pedía el mismo médico. Asimismo, se daban los
remedios como limosnas para ser distribuidas a través de los
misioneros de la Compañía a los pobres en los hospitales, en la ciudad o
en el pueblo de Indios del Cercado.
La práctica jesuita de distribuir remedios de manera gratuita entre los pobres
fue instituida como modelo para la práctica de la compasión a los enfermos por
el propio San Ignacio cuando fundó la Archicofradía de los Doce Apóstoles, SS.
Dodici Apostoli, en Roma (Lazar, 2005)
La
medicina misionera constituyó un pilar fundamental en la labor evangelizadora
de la Compañía de Jesús entre indios y africanos. Refiere el padre
Gerónimo Pallas, testigo presencial que en la epidemia de sarampión o
viruela de 1618 salieron del Colegio muchos hermanos cirujanos y que tenían
práctica en saber curar enfermos llevando medicinas y cosas de botica por
distintos caminos para asistir a los indios. Todo lo cual tuvo saludables
efectos. Estos remedios misioneros eran proporcionados por Agustín
Salumbrino desde la Botica de la Compañía de Jesús.
Podemos
imaginar también la estrecha y permanente relación de Salumbrino con los
hospitales de la ciudad organizando sus boticas y proveyéndolas de medicamentos
para enmendar las deficiencias que los jesuitas denunciaban en sus largas
visitas de supervisión a estos establecimientos de salud por encargo del propio
virrey como hemos podido mostrar al tratar sobre la medicina nativa y misionera
en el Capítulo 8.
Los
superiores de la Compañía de Jesús se veían en la necesidad de atender pedidos
particulares de autoridades políticas o civiles, empezando por el propio
Virrey y su entorno en la corte y autoridades religiosas como el arzobispo
de Lima. El boticario, hermano Salumbrino, venía de Roma precedido de
mucha fama. Estos requerimientos debían ser atendidos para construir y
mantener las relaciones de la Compañía. Resultaba difícil que el provincial de
la Compañía o el rector del Colegio de San Pablo se negaran a responder
a estos ruegos.
Los vínculos que se fueron tejiendo entre Salumbrino y su Botica con el pueblo de Lima y del Virreinato del Perú, a todo nivel social, llevó a que esta se hiciera pública, abriera sus puertas a toda la ciudad, al Virreinato y con el tiempo a todo el mundo.
Uno de los atractivos del establecimiento era el propio Salumbrino, su humildad, carácter afable, caritativo y pacífico, su destreza en la preparación de medicamentos, las historias que se contaban de su vida en Roma, las visiones que tenía de la Virgen María, los personajes que había frecuentado y la fama de santo capaz de realizar milagros, como se aprecia en varias historias que se narran en la obra. Sin duda otra virtud que tenía era la de la discreción, en la que todos confiaban, pues quien más que el mejor boticario para conocer de los secretos de la corte, de los religiosos y de los pobladores en general por los remedios que solicitaban.
En su hagiografía de continuo se destaca su rigurosidad, disciplina, laboriosidad y liderazgo lo que se refleja en el orden y pulcritud con la que llevaba la Botica y la enfermería. Fue un personaje notable, quedó en la memoria de muchos agradecidos lo que explica que a poco de su muerte se escribiera un libro sobre su vida. Sin duda vivió confiado y contento de su obra como enfermero y boticario no obstante su diario tratar con el sufrimiento y la muerte, así como con la fatiga de estos oficios que tienen que ver más con el lado frágil de la existencia humana.
Como atestiguan los recetarios de la época la Botica de la Compañía era el
lugar donde las familias debían abastecerse desde purgantes, curas para tumores
y hasta de sustancias para teñirse el pelo o limpiarse los dientes.
Para Agustín Salumbrino la
Botica, más que una simple edificación llena de frascos y cajones, era un arca de ecos lejanos, un
santuario donde Forlí, Milán y Roma tejían su presencia invisible. En sus
confines, lo inmaterial cobraba vida: la Virgen María, etérea y luminosa, y las
sombras de aquellos que habían compartido la mesa del pasado italiano, ahora
fantasmas de una existencia previa. Cada rincón guardaba un susurro, una
historia no contada, un secreto susurrado por espectros de tiempos idos como prueban las apariciones que experimentaba y sobre las que dan cuenta su biografía.
Entre
los parroquianos que atendió estuvo Santa Rosa de Lima que vivía su enfermedad
en la casa del contador Gonzalo de la Maza y su esposa María de Uzátegui desde
1614 hasta su muerte en 1627. El hogar del contador en la parroquia de Santa
Ana quedaba apenas a dos cuadras de distancia de la Botica y de la iglesia de
San Pablo de los jesuitas (hoy iglesia de San Pedro).
Santa Rosa iba con frecuencia a rezar ante la Virgen de los Remedios en la
Iglesia de la Compañía de Jesús. Dos de sus confesores más importantes fueron
los jesuitas Juan de Villalobos y Diego Martínez.
Según
apunta el historiador José Antonio del Busto fue en esta iglesia de la Compañía
que María de Uzátegui se encuentra con Santa Rosa para llevarla a conocer a su
esposo el contador Gonzalo de la Maza, en cuya casa la Santa viviría los
últimos trece años de su vida.
El contador era amigo del médico Juan del Castillo desde 1603. De la Maza en su
casa pone en contacto a Santa Rosa con Del Castillo, quien atiende a Santa Rosa
desde entonces. El doctor Juan del Castillo estaba estrechamente vinculado a la
Compañía de Jesús como se indica en el libro del jesuita Pedro Lozano.
Resulta verosímil que Agustín Salumbrino conociese bien a la Santa y tuviese
familiaridad con el doctor Del Castillo con quien debía coordinar los remedios
específicos que recetaba para la Santa. Es fácil suponer también que Santa Rosa
se aprovisionara gratuitamente de remedios en la Botica para brindar ayuda a
los enfermos que asistía.
-3-
En
su época dorada y hasta la expulsión de los jesuitas en 1767, en la sala
principal había una estantería completa donde se lucían con mucho orden y
pulcritud finos botes de cerámica de Talavera de la Reina traídos de España,
varios con el anagrama jesuita IHS, la abreviatura del nombre de Jesús en
griego, pomos de cristal, de vidrio, barro, cajas de madera y canastas.
Las
sustancias, simples y compuestos, en los anaqueles de la Botica superaban el
millar. Si los desmenuzáramos serían indeterminables. Se encontraban en la sala
principal y en los otros ambientes como la rebotica y almacenes del segundo
piso en envases con semillas, hojas, flores, piedras bezoar, minerales, aceites,
bálsamos, aguas, colirios, tinturas, emplastos, esencias, grasas, extractos,
sales, gomas, jarabes, píldoras, trociscos, espíritus, zumos e infusiones,
polvos, entre ellos los famosos provenientes del árbol de la quina para curar
la malaria o paludismo. Existían otros productos difíciles de clasificar como
el unicornio fósil. Laval piensa que así se designaba al unicornio mineral que
habría pertenecido al diente defensivo del mamut. Desde fósiles hasta la
materia viva actual y en evolución, las energías y poderes curativos de la
Madre Naturaleza se encontraban bien representados en la Botica de la Compañía
de Jesús de Lima.
Agustín
Salumbrino incorporó a la Botica plantas medicinales nativas cuyas propiedades
le eran referidas por otros misioneros, como el padre Bernabé Cobo. La
vinculación con el pueblo de Lima no hizo sino enriquecer la información sobre
estas plantas y sus usos. Entre ellas estaba la corteza llamada también
cascarilla del árbol de la quina, las semillas de calabaza, la quinua, rosa
mosqueta, sangre de grado, sauco, aceite de algodón, canchalagua, mastuerzo,
castañas, huarango, yareta, maqui maqui, semillas de marañón, ortigas, palo
santo, chinchimali, chochos, culantrillo, vira vira, airampo, tara; por
mencionar algunos que aparecen en los inventarios de la Botica además de los
que trata Bernabé Cobo.
En un recetario colonial que se refiere a la Botica de la Compañía de Jesús se
destacan las propiedades desinflamantes de las vainas y de la goma del pequeño
árbol oriundo de la tara (Caesalpinia spinoza). Se recomienda comprar en la
Botica los polvos de tara para tratar las hemorroides, tumores, pólipos,
lavativas para diarreas.
La tara crecía de manera abundante en los cerros alrededor de la ciudad de Lima
nutriéndose de solo la neblina invernal ocasionada por la fría corriente de
Humbolt en el Océano Pacífico frente a las playas de la ciudad. Un frágil
ecosistema llamado de lomas lastimosamente hoy casi perdido. Un santuario
natural que al igual que la Botica fueron rapiñados.
En Anexo 3 aparece la relación de plantas que se expendían en la Botica de San
Pablo según registran sus inventarios; se encontraban al natural o secas
(semillas, hierba, hojas, cogollos, cortezas, savia, resina, goma, raíces,
flores, frutos, cáscaras) o en aceites, bálsamos, destilados, esencias,
extractos, infusiones, jarabes, polvos, cenizas, sales, en vino, aguardiente o
licor, zumos o jugos, ungüentos, conservas, miel y emplastos.
La Quintaesencia o Espíritu de Sal (posiblemente sal común aromatizada con el
destilado de sustancias de plantas) para limpiarse los dientes está entre los
muchos compuestos que aparecen en los inventarios de la Botica de la Compañía y
que también encontramos en los populares recetarios que promocionaban su venta
en la Botica. Este producto formaba parte de la vida cotidiana de los
limeños. Vale la Dracma de dicho Espíritu un peso en la Botica de la
Compañía y la media cuatro reales, según el recetario.
Muchos
de los productos eran elaborados por el hermano Salumbrino en el laboratorio y
cocina de la Botica. Allí tenía sus hornos a leña, ollas, molinillo, zarandas,
alambiques y otros equipos. Los insumos que usaba provenían en gran parte de
las haciendas de la Compañía de Jesús, los mismos que al ser procesados por
Salumbrino adquirían un gran valor agregado. Nos referimos principalmente a la
miel de caña y azúcar para jarabes y para preservar medicamentos, también
se hacía confitería y conservas que se vendían en la Botica. Otro tanto podemos
decir de los vinos y vinagres para hacer remedios, aceites de oliva, algodón y
linaza. La hacienda de San Juan de Surco o San Juan Grande en las que se
cultivaba caña de azúcar, con otras haciendas en Lima, pertenecía al Colegio de
San Pablo (Macera) y era una de las suministradoras de la Botica.
-4-
La factura de la Botica de la
Compañía descubierta por Sissy Vanessa Chavez Vargas en los archivos del
antiguo Monasterio de Santa Catalina en Arequipa nos muestra uno de los tantos
despachos de medicinas que se hacían desde la Botica a clientes importantes
fuera de la ciudad de Lima.
La nota de venta de la Botica al Monasterio de las monjas es del 12 de mayo de 1782. La farmacia continuaba funcionando en el mismo establecimiento y con igual nombre de Botica de la Compañía, no obstante haber sido expulsados los jesuitas en 1767.
Son decenas las medicinas
consignadas en la factura de la Botica de la Compañía exhumada por Chavez
Vargas en su investigación. Vamos a nombrar algunas consignando entre
paréntesis su composición siguiendo a Enrique Laval: ojos de cangrejo
(carbonato de cal y fosfato cálcico de crustáceos) corales rubios (Corallium
rubrum), confección de alquermes (preparado de cochinillas), preparado de
madre de perlas (contienen carbonato de cal), espíritu de nitro dulce (alcohol
nítrico etéreo), espíritu de sal dulce (éter clorhídrico alcoholizado),
vitriolo (ácido sulfúrico), espíritu de trementina y trementina de Venecia
(esencias que provienen del pino), violetas (flores), extracto de orozuz
(regaliz), palo santo (proviene del árbol), raíz de la China (planta Smilacaceae),
zarzaparrilla (planta), Sen (planta), flor de azufre (azufre purificado), sal
de Inglaterra (sulfato de magnesia), polvos católicos (de la planta Convolvulus
scammonia), jalapa y extracto de jalapa (de la planta Convolvulus
officinalis), rasuras de marfil (de los elefantes), láudano líquido
cidoniado y láudano urinario (opio), bálsamo de copaiba (bálsamo extraído de
árboles del género Copaifera), emplastos de disquilón mayor y menor
(formulaciones en base a óxido de plomo), emplasto confortativo de Vigo
(compuesto de plantas y minerales), emplasto de cicuta (planta Cicuta virosa),
raíz de pelitre (planta Pelitre oficinal), elixir de Paracelso (se
preparaba según diversas fórmulas mezclando vegetales y minerales),triaca
(fórmulas diversas), alcanfor (destilado del árbol del alcanfor), azafrán de
Marte (preparado ferruginoso), mantequilla de cacao (de la planta Teobroma
cacao), mirra (zumo de las plantas Commiphoras), ajenjo (planta), albayalde
(carbonato de plomo), atutía (principalmente óxido de zinc), mercurio dulce
(sublimado del mercurio), minio (óxido rojo de plomo), incienso de Castilla
(gomorresinas de árboles del género Boswelia), ámbar gris (de la
ballena), ungüento de cinabrio y cinabrio nativo (mineral de mercurio),
bayas de laurel (planta), bayas de enebro (conífera Juniperus
communis), goma amoniaca (de la planta Dorema ammoniacum), gutagamba (goma
de plantas de la familia de las clusiáceas), goma elemí (resina de los
árboles Protium icicariba), goma arábiga (de árboles de acacia),
agua estíptica arterial (disolución de sulfato de alúmina, sulfato de zinc y
azúcar cristalizada en agua de llantén).
En el numeral 1.2 del Anexo 1, Vademecum Jesuita de Plantas Medicinales del Perú, se detalla el uso medicinal que se daba a estos productos que figuran en la factura enviados al Convento de Santa Catalina en Arequipa siguiendo la descripción que hace de ellos en su obra Enrique Laval.
La venta al Monasterio de Santa Catalina incluía frascos de lata de varios tamaños, de cristal, de vidrio, vasijas de paja, botes vidriados, cajas de cuero entre otros envases. Según las investigaciones de Chávez Vargas la farmacia del Monasterio era grande y bien surtida.
-5-
La Botica no sólo expedía medicamentos sino también confitería y conservas,
producidos con miel de caña, azúcar y otros productos de las haciendas de la
Compañía de Jesús. También encontramos venta de manteca de cacao, chocolate,
café, especies como canela y vainilla. Asimismo, jabón, incluidos los finos de
Castilla importados de España, manteca, cera de Nicaragua, esponjas y talco.
Un
cuarto entero de la Botica estaba dedicado a la producción del orozuz o
regaliz, Glycyrrhiza glabra, para endulzar la cascarilla o polvos
de la quina, que son amargos, así como otras sustancias. Al orozuz se le
atribuía también propiedades anti-inflamatorias buenas para el aparato
respiratorio y la digestión.
Otro
aposento importante de la Botica era la oficina de Salumbrino, donde
recibía a los que con él iban a negociar. Este era un ambiente
privado. Aquí se realizaban las transacciones económicas más importantes como
las ventas al por mayor a otras boticas, conventos, corte del virrey, gremios,
cofradías, congregaciones o hermandades, a otros lugares tan lejanos como
Quito, Santiago o Argentina; así como de exportación a Europa como fue con la
corteza del árbol de quina. Los negocios en este aposento son los que explican
el extraordinario auge económico de la farmacia más que las ventas hechas sobre
el mostrador. Faltan todavía estudios sobre el movimiento comercial que desarrolló,
pero por las estimaciones que podríamos hacer podría haber superado en margen
de ganancia a los negocios de las haciendas de la Compañía de Jesús. Resta
decir que el Colegio como tal estaba autorizado a tener rentas y posesiones a
diferencia de la Casa Profesa y la Residencia del Cercado
Según
la descripción que tenemos de esta oficina privada, que era a su vez el
dormitorio del administrador de la Botica; tenía su propio mostrador y estantes
completos con sus cajones, armario, banco con respaldo. Era un
ambiente pulcro y elegante con cornisa de madera.
En
la Botica, más de un proveedor o comprador mayorista perdía los papeles,
llegaban a gritar e insultar a Salumbrino, sin que este respondiese a sus
agresiones verbales; antes bien manejaba la situación sin enojo con firmeza,
con gran suavidad, sabía cuidar de sus actos y palabras sin mayor esfuerzo.
También tenía un gran sentido del humor, por ejemplo, al calificar, riéndose,
las agresiones verbales como rosas sin espinas. Como leemos de este pasaje
su compañero en la Botica no tenía la misma virtud y tuvo que ser contenido por
Salumbrino en una ocasión para no irse de manos contra el violento.
“Un hombre se le
descomidió sin causa en la Ciudad de Lima, solo porque le pidió una cosa que le
debía para la botica. La paga fue enfurecerse contra él y decirle mil injurias.
No despegó sus labios el siervo de Dios a tantas afrentas y teniéndolos por demasía
el compañero tomó la mano para responder por él y refrenar al atrevido. Pero el
buen hermano con una boca de risa rompió entonces el silencio y no habiendo
vuelto por sí, volvió por el injuriador, diciendo al compañero: Deje hermano
que cojamos esta rosas sin espinas que nos envía Dios por medio de este
caballero, con cuyas palabras se refrenó más que con las severas del compañero.
Porque como enseña el Espíritu Santo, la respuesta blanda quebranta la ira y la
áspera y dura enciende el furor”
Este
era el aposento del regateo y el lugar en que el hermano lucía su paciencia y
flexibilidad, soportando las ráfagas huracanadas de terceros sin que lo
alterasen. Su hagiógrafo cuenta esta historia, entre varias, que muestran la
pacífica personalidad de Salumbrino.
No
todos los superiores de la orden veían bien que la Botica se hubiera
convertido en una próspera empresa. Prueba de ello es que poco tiempo después
de morir Salumbrino, en 1656 el padre Leonardo de Peñafiel como Provincial del
Perú estableció restricciones al comercio con seglares, así como a que estos
invirtieran en la Botica, como seguramente lo venían haciendo. Igualmente
prohibía que se involucrara en grandes operaciones sin previa autorización del
Provincial. En 1660 el padre Andrés de Rada instruyó que se dejara de vender al
por menor viéndose en la necesidad de introducir tantas excepciones a la regla
que prácticamente la disposición resultó inútil, como señala Luis Martín. Lo
mismo debió ocurrir con las limitaciones a la venta de medicamentos a
otras boticas y al control de precios ordenada por De Rada.
En
las grandes transacciones el precio era relativo, estaba en función del volumen
de venta, la naturaleza del trueque, en su caso, y el crédito que se
concertaba. Los gastos no solo eran los ordinarios de cualquier botica
sino había que añadirles la subvención de los remedios que se repartían de
manera gratuita como limosna. Es probable que Peñafiel ni De Rada
entendieran de estos temas operativos y pensaran que era posible manejar un
negocio con precios oficiales, sujetos a control del superior religioso.
-6-
Habiendo
entrado Salumbrino en los sesenta años las calenturas lo atacaron en Lima.
Según cuenta su biógrafo fue una enfermedad muy grave que le duró muchos días,
con fiebres ardientes y agudos dolores. ¿Sobrevivió gracias a la corteza del
árbol de la quina, cuyas propiedades para entonces ya conocía?
La
Botica era el lugar santo donde la Virgen María visitaba con frecuencia semanal
a Salumbrino, según narra el autor del libro. Estas apariciones son novedosas y
se encuentran en pocas hagiografías de santos como destaca el propio autor del
libro. Este último informa igualmente que San Felipe Neri bajaba del cielo a
continuar la familiaridad que había tenido en vida con Salumbrino. En el libro
no se informa mayormente de la relación entre uno y otro salvo por el encuentro
con San Felipe y San Luis Gonzaga en Roma.
El diablo Chapín moraba también en la Botica. Cuenta el autor del libro que un
hermano de la orden que fue asignado como su asistente atestiguó varios sucesos
extraños ocurridos en esta oficina, que servía también de habitación. En
ocasiones estando él en la Botica, en circunstancias en que Salumbrino se
retiraba a su aposento sentía el ruido temeroso que los demonios
hacían, que algunas veces era tal que parecía caerle toda la casa. En una
oportunidad, temiendo le hubiese sucedido algo, entró a verle encontrándolo
arrimado a la cama y con señales de haber padecido mucho. Le preguntó quién
había hecho aquel ruido, y quien le había maltratado. A mucha insistencia
contestó que el demonio a quien él llamaba Chapín.
Según
refiere el autor del libro los ruidos que hacían los espíritus malignos
en su habitación eran terribles, dando silbos como serpiente, aullidos como
perro y bramidos espantosos. Lo atormentaban con golpes y heridas,
arrastrándole y afligiéndole de varias maneras.
En
otro momento, narra su asistente, sucedió, que estando Salumbrino en oración
a la Virgen María, Satanás le acometió furioso y asiéndolo de los pies dio en
él en tierra con tan grande golpe que casi perdió el sentido y las fuerzas sin
poder menearse ni levantarse. Era invierno y Salumbrino se quedó así en el
suelo hasta la mañana que vino alguien a despertarlo. Lo encontró dolorido,
quebrantado y helado con la fuerza del frío. Llamó a otro compañero y entre
ambos le acostaron y abrigaron haciéndole remedios para reparar sus fuerzas y que
no diese fin a su vida.
Las
apariciones del diablo a diferencia de aquellas de la Virgen María carecen de
originalidad y se encuentran con frecuencia descritas de manera parecida en
varias otras hagiografías de los siglos XVI y XVII. En el imaginario
limeño de ese tiempo muchos diablos con diferentes nombres andaban por la
ciudad como se puede leer en las Tradiciones de Ricardo Palma.
El hagiógrafo no aporta mayores luces sobre como sanó Salumbrino de las
calenturas, pero sí deja constancia que se reincorporó a sus actividades como
enfermero y boticario.
-7-
Por
esta misma época, en 1624 siendo provincial en el Perú el padre Juan de Frías
de Herrán y rector de San Pablo Diego de Torres Vásquez, confesor del
Virrey Luis Gerónimo de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón, se
recibió en Lima la noticia de los acontecimientos en Roma del año anterior
causados por la malaria.
A
los ocho días del mes de julio de 1623, en el verano romano, el papa Gregorio
XV murió de la enfermedad. Se repitió en cierta forma la historia de
1590 en que el mal acabó con la vida de dos pontífices, el papa Sixto V y
a las pocas semanas con la del electo Urbano VII. A la muerte de Gregorio
XV, los cardenales se recluyeron en un Cónclave para elegir al nuevo papa. Como
resultado del encierro, ocho cardenales y treinta de sus secretarios murieron
de malaria. Varios otros quedaron infectados, incluido Urbano VIII el nuevo
papa. Ese año el Plasmodium falciparum se había vuelto a adueñar de la Cittá
Eterna, del destino de su gobierno y de la Iglesia.
El Virreinato del Perú, Lima, la Ciudad de los Reyes, y sus principales
autoridades tampoco estaban libres del flagelo.
-DIRECCIÓN GENERAL DE TEMPORALIDADES, documento de 13 de abril de 1768, Inventario y Tasación de la Botica del Colegio de San Pablo,
-DIRECCIÓN GENERAL DE TEMPORALIDADES, Inventario y Tasación de los simples y compuestos medicinales, muebles y utensilios de la Botica del Colegio de San Pablo, 1770, transcrito en La Medicina Popular Peruana de Hermilio Valdizán y Angel Maldonado, 1922
-ENRIQUE LAVAL M, Botica de los Jesuitas de Santiago, 1953
-DAVID STUART, Dangerous Garden, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 2004
--RENÉ MILLAR CARVACHO, Narrativas Hagiográficas y Representaciones Demonológicas, el Demonio en los claustros del Perú Virreinal, Siglo XVII, 2011
-JOSÉ ANTONIO DEL BUSTO, Santa Rosa de Lima, 2011, de Empresa Editora El Comercio, Lima
-SISSY VANESSA CHÁVEZ VARGAS, La Farmacia del Monasterio de Santa Catalina en Arequipa, monografía
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