El destino, caprichoso como
siempre, tejió una historia fascinante en la que un árbol milenario, la visión
de un jesuita y la astucia de una orden religiosa se unieron para cambiar el
curso de la humanidad. En el corazón del Virreinato del Perú, en la ciudad de
Lima, la Botica de la Compañía de Jesús se convirtió, entre frascos y
alambiques, en el escenario donde la cascarilla del árbol de la quina, un
legado de la medicina andina, emprendió un viaje que la llevaría a los confines
del mundo.
En las manos del hermano
Agustín Salumbrino, la cascarilla se transformó en un remedio poderoso contra
la malaria o paludismo, una enfermedad que asolaba a la humanidad desde tiempos
inmemoriales. La malaria, conocida como "el mal del aire o de los pantanos",
era una plaga que diezmaba poblaciones, frenaba el desarrollo y teñía de luto a
familias enteras. La quinina, el alcaloide extraído de la cascarilla, se
convirtió en la esperanza de supervivencia, en un arma vital contra este
enemigo invisible que recién se descubrió a fines del siglo XIX.
La Botica de los Jesuitas en
Lima se convirtió en el punto de partida de un viaje secreto en los tiempos que
gobernaba el reino del Perú el virrey conde de Chinchón. La corteza del árbol
de la quina, más valiosa que el oro o la plata, fue enviada a Roma, con
discreción esquivando el control español. Así, el ingenio y la habilidad de los
jesuitas permitió que este tesoro medicinal llegara primero al Hospital del
Espíritu Santo en Roma donde miles de personas encontraron la cura a la
malaria.
El legado cambió al mundo. Según
el historiador americano Timothy C. Wineyard casi la mitad de la población que
ha vivido en el planeta ha muerto de malaria. Su colega el inglés Robert Sallares
atribuye a la mortandad causada por la malaria la caída de las civilizaciones
de Grecia y Roma. De otro lado, la quinina no solo salvó vidas, sino que
también transformó el curso de la historia. Sin ella, probablemente hubiese muerto Simón Bolivar de paludismo en Pativilca dejando a los ejércitos libertadores sin dirección. Sin la quina la colonización europea
de territorios en África e India hubiera sido improbable. El Canal de Panamá,
la guerra de Estados Unidos contra Japón en el Pacífico, podrían haber seguido
un curso distinto.
La malaria, aunque
debilitada, no ha sido derrotada. El cambio climático amenaza con aumentar las
víctimas de esta enfermedad, y la resistencia del parásito a la quinina sintética
es un desafío creciente. El parásito plasmodium viene evolucionando durante cientos de millones de años, nada hace pensar que seguirá haciéndolo en el futuro desarrollando habilidades que podrían resultar fatales para la humanidad. La historia del árbol de la quina
nos recuerda la importancia de la medicina ancestral, la urgencia de evitar la extinción de plantas como la quina y la búsqueda en la
naturaleza de soluciones para los problemas que azotan a la humanidad.
Es hora de volver la mirada
al árbol de la quina, a sus propiedades y a las lecciones que nos ofrece su
historia. Es un llamado a la acción, a la investigación, a la colaboración y al
uso responsable de los recursos naturales para proteger la salud de las
generaciones presentes y futuras.
Alberto Bailetti Wiese